Convocadas para presenciar la audiencia de supervisión de cumplimiento de la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH), decenas de personas la escucharon esa mañana. Algunas volvíamos a sentir la piel erizada por la fuerza de su testimonio, por el valor y el coraje que esas palabras han cultivado a lo largo de las décadas. Sí, décadas, varias. Porque desde el atroz momento en que su niño, el Niño de Guatemala, fue arrebatado de sus brazos han pasado más de siete lustros.
El tiempo ha pasado para la justicia. Nuevas generaciones han emergido en el terreno de la lucha por una sociedad justa. Nuevas luchas también han crecido en el horizonte de los derechos. Nuevos desafíos hay para quienes ven en la relación armónica de la humanidad la única salvación posible para la especie. Sin embargo, su relato nos demuestra que ese momento atroz del 6 de octubre de 1981 sigue intacto en la memoria de su mente y de su corazón. La jueza y los jueces del alto tribunal, el público en la sala y la delegación del Estado de Guatemala guardaron el silencio que su voz impuso.
Un dolor que a lo largo de los años ha desarrollado el espíritu de lucha de usted y de su familia. Sus hijas, Ana Lucrecia y María Eugenia, han sido esenciales, junto con Emma Guadalupe, también víctima directa en este caso, para conformar ese cuarteto de pilares que sostienen la imagen y la memoria de Marco Antonio. El Estado, de nuevo en un gesto cínico, fue incapaz de precisar qué acciones ha tomado para poner en marcha un plan de búsqueda de Marco Antonio, tal y como lo ordena la sentencia de 2004 del alto tribunal en el caso Molina Theissen versus Guatemala.
Peor aún, la ineptitud extrema fue asumir que, pese a ejercer la representación internacional del Estado en esa oportunidad, la delegación oficial era incompetente para responder sobre los alcances de la iniciativa 5,377, que promueve impunidad para criminales de graves violaciones de derechos humanos. Una perversa y cruel propuesta legislativa que no solo pretende liberar a criminales convictos de crímenes como desaparición forzada, violencia sexual agravada, tratos crueles e inhumanos y genocidio en tanto armas de represión contrainsurgente, sino que busca también penalizar a quienes procuran justicia. A tal extremo que uno de los artículos de dicha norma contempla perseguir penalmente a jueces y operadores de justicia que no liberen en 24 horas a quienes se encuentren en prisión por sentencia o proceso penal en marcha, vinculados a crímenes contra la humanidad.
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De ahí que nacional e internacionalmente se alcen voces, muchas de ellas convocadas por la suya, doña Emma, para gritar el oprobio que esta pretensión representa. Una pretensión que llegó al Congreso de la mano de congresistas como Fernando Linares Beltranena, Estuardo Galdámez, Javier Hernández, Manuel Conde, Delia Monte, José Ubico, Julio Lainfiesta, Javier Hernández Ovalle y Jaime Regalado. Y, pese a la estridencia del coro en pro de la impunidad, su voz de madre, doña Emma, y las voces de la memoria y la dignidad de las víctimas resuenan en reclamo de justicia. Resuena también en reclamo de verdad saber dónde están los restos de las personas desaparecidas, dónde están los restos de Marco Antonio, de las hijas de Adriana Portillo, de cinco mil niñas y niños desaparecidos por la acción perversa de agentes del Estado. Su voz, doña Emma, y la de quienes claman justicia buscan mantener la memoria y revelar la verdad.
Por eso, no obstante la torpe actuación del Estado durante la audiencia, su voz y su testimonio, doña Emma, fueron la voz y el testimonio de miles de víctimas y familiares de víctimas a quienes la 5,377 agrede al ofrecer impunidad. La resolución de la Corte IDH que, tanto en el caso de la aldea Chichupac como en el caso Molina Theissen y otros 14 procesos con sentencia internacional, resuelve que la aprobación de la 5,377 hace incurrir al Estado en desacato tiene el sello de su dignidad y de su voz.
Por ello, en nombre de quienes perdieron la vida y la libertad por acción del Estado o de agentes no estatales que cometieron crímenes de lesa humanidad, usted merece que le demos las gracias. Gracias, doña Emma Theissen Álvarez, por ser la voz del amor, de la ternura, de la memoria viva y de la convicción de que, a pesar de la tormenta y la tempestad, el sol sale de nuevo.
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