Al día siguiente, en la misma ciudad, y sentada tranquilamente en un hermoso parque, bajo la sombra de los árboles, escucho a una mujer indígena de Chiapas hablar pausadamente en español mientras una traductora voluntaria traduce al francés. Nos expone cómo el tratado de libre comercio de América del Norte (TLCAN) firmado por los EEUU, Canadá y México vino a despedazar las condiciones de vida de millones de mexicanos. El tratado entró en vigor el uno de enero de 1994 y al firmarse se planteó un plazo de 15 años para la eliminación total de las barreras aduaneras entre los tres países: la famosa libertad del capitalismo o en palabras más precisas: la contínua desregulación del mercado.
La mujer de Chiapas nos explicó que el Estado mexicano permitió la entrada masiva de importaciones de maíz estadounidense. Este maíz subsidiado, es decir producido gracias al apoyo económico del gobierno estadounidense a los agricultores, se dejó importar por arriba de la cuota y sin arancel. Esto redujo los precios internos del maíz mexicano en un 50 % (esto se llama efecto de dumping), lo que benefició tan sólo a los cárteles transnacionales que controlan el grano. ¿Qué solución queda cuando no puede venderse la cosecha de maíz a un precio digno? Migrar al norte. Es lo que produce el fabuloso capitalismo neoliberal.
2013
Se estrena el documental Who Is Dayani Cristal?, donde actúa Gael García Bernal (uno de mis actores favoritos de ese entonces). El documental trata sobre los descorazonadores efectos de la migración y ha sido premiado en el Festival de Sundance. Un año después lo veo en el Festival de Cine de Derechos Humanos de Ginebra, el FIFDH. La película retrata la historia de un migrante centroamericano muerto en el desierto de Arizona. En el minuto 1:00:13, una agente federal argumenta: «hay campesinos que no pueden vender su maíz porque no pueden permitirse vender su maíz tan barato como las empresas estadounidenses». No les queda de otra que migrar al Norte». Fabuloso capitalismo neoliberal.
2023
Estoy en Guatemala y tres frases resuenan en mi cabeza en estas vísperas de elecciones. La primera es del amigo que me cuenta que en una peluquería, el chico que le corta el pelo (un estudiante de derecho), lo califica de «rojillo» (comunista) porque le resumió los derechos fundamentales, como el derecho a la salud, a la educación y los derechos laborales.
La segunda frase que me resuena es la de una joven mujer que me cuenta cómo teme votar por un partido al parecer defensor de derechos, o «progresista», por miedo a su pensamiento comunista.
Seguimos en la misma narrativa desde 1954. Nunca salimos de la propaganda anti-comunista de la United Fruit Company.
La tercera frase que me resuena (son varias, en realidad) es de un párrafo leído en un libro por publicar[1] este año. La autora es la antropóloga Liza Grandía, quien apunta: «Una de las crueles ironías de los acuerdos comerciales de Estados Unidos con México (TLCAN) y Centroamérica (el DR-CAFTA) es que un inquietante número de pequeños agricultores desplazados por el dumping del maíz, que emigraron a Estados Unidos se encuentran trabajando en mataderos para procesar ganado engordado con el mismo maíz estadounidense que diezmó sus medios de vida. Los mexicanos y guatemaltecos sólo representan un tercio de los trabajadores inmigrantes, pero suponen el 58 % de los trabajadores de la industria cárnica.»
O sea, en EE.UU. no quieren migrantes («Do not come» dijo Kamala Harris), sin embargo ese gran país los echó de sus tierras e igual los necesita.
Además, el capitalismo neoliberal, la ideología que antepone el mercado frente a los derechos básicos, no sólo empuja a migrar, entre otras cosas, sino que participa en la sobreproducción de carne en el norte global, causando caos climático[2]. Esos gigantescos campos de maíz que invaden México y Centroamérica, también son cultivados para una cantidad excesiva de ganado criado y consumido en el norte. La producción excesiva de carne representa una parte importante de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero en comparación con otros alimentos. Esto no solo contribuye a la crisis climática, sino también a la destrucción directa del medio ambiente.
El neoliberalismo ha conllevado poder abusivo de las corporaciones, despojos y acciones extractivistas para con los territorios indígenas, caos climático y sin embargo, escuchamos la misma canción desde los años 50: todo lo que tiene que ver con derechos, con justicia social o justicia climática es comunismo. Estamos en una urgencia climática causada por el neoliberalismo voraz y seguimos en la aflictiva dicotomía izquierda-derecha, temiéndole a los derechos fundamentales que defienden los pueblos, no escuchando las defensoras del territorio y no entendiendo que de la protección de los bienes comunes (el agua, por ejemplo) depende nuestra supervivencia.
Espero que logremos pensar más allá del miedo al imaginario comunismo digno de un pensamiento boomer. Estoy esperando con ansias que se revierta esta rapaz defensa neoliberal del mercado y por nuestra sobrevivencia pensemos en los bienes comunes (porque agua, por ejemplo, todo el mundo necesita, ya sea en la zona 14 de la capital o en cualquier comunidad rural y pobre). Si seguimos pensando que la defensa de los comunes es comunismo, vamos de cabeza a estrellarnos hacia un muro.
En el contexto guatemalteco tiene todo su peso y para explicarlo basta recordar quien custodia mejor los bienes comunes, Según la FAO: «Se reconoce que los pueblos indígenas son los custodios del 80% de la biodiversidad actual del mundo, y sus territorios a menudo coinciden con las áreas mejor conservadas del mundo».
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Gracias a Emmanuel Paredes Soto por su aporte para mi columna.
[1] El libro se titula en inglés Kernels of Resistance y será publicado próximamente por University of Washington Press.
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