Los chicos están cansados, hartos diría yo. Y yo estoy empecinado en que disfruten, que aprovechen, que el viaje valga la pena. Estamos a punto de pelearnos, de discutir. Discutimos, nos peleamos.
Y creo que no hay mejor lugar para eso que el fondo de una caverna. El ejercicio ayuda a calmar los ánimos y el hecho de que estamos medio atrapados en el fondo de la tierra nos obliga a hablar las cosas.
Al final, hay consenso. Me doy cuenta ahora -más bien, me hicieron ver- que hay veces que me parezco tanto a mi hermana. Una vez nos llevó a sus familia y a mí a Disney World y todo el viaje se la pasó sufriendo porque no disfrutábamos lo suficiente.
Y la entiendo ahora, uno hace el esfuerzo y espera su recompensa. Espera que los agasajados disfruten al máximo y sean inmensamente felices. Y a veces lo logra, aunque los resultados no sean del todo evidentes.
Al fin de cuentas los viajes de carretera, como el que hicimos a lo largo de tres horas para llegar a las cavernas, tienen un tono general y tienen momentos clave. Momentos como preparar unos sándwiches a la orilla de una carretera en una gasolinera que tiene décadas de estar abandonada o entrar sigilosamente a un baño público para darle un tremendo susto a uno de mis hijos. Momentos como haber visto un asomo de nieve en el punto más alto de la carretera, cruzando las Montañas Guadalupe.
Más que los “momentos Kodak”, que de esos hay casi siempre bien pocos con ellos, los que quedan son momentos que en los que nos encontramos ellos y yo tal como somos, donde nos reconocemos después de tantos meses de ausencia.
Momentos como el día en la frontera, que tardamos nueve horas entre el aeropuerto de Ciudad Juárez y mi casa en El Paso, la mayor parte de ese tiempo gastada en la frontera, donde los gringos han instalado un sistema de castas en el que los gringos tardan entre media y una hora para cruzar, los mexicanos con documentos exprés un poquito más, los mexicanos de a pié un buen rato más y los demás, como nosotros, unas cinco horas y media.
No sé si fue la espera -sin agua ni comida- en una sala bastante fría, la incertidumbre de si los dejarían entrar o no, o el sermón sobre los beneficios de portarse bien y cumplir la ley que les dio a mis hijos el agente migratorio, pero ese día estoy seguro que aprendieron a odiarme.
Desde entonces las cosas van mejor, a ratos. Comenzaron a ir a la escuela -el más grande a una middle school y el otro a una primaria local- y parecen divertirse allí mientras yo trabajo, intuyo.
Intuyo porque suelo recibir monosílabos cuando hago las preguntas de rigor sobre cómo les va en la escuela, cómo son sus compañeros de clase y si disfrutan su estancia acá.
Y es que con los niños y los adolescentes, es como con la música. Hay que escuchar la melodía, pero tanto como eso importan el ritmo, el tono y, sobre todo, los silencios.
Afuera las cavernas se ha hecho de noche y llueve. Es una lluvia helada, que golpea la cara como dardos de hielo. Comemos unos sándwiches dentro del carro y tomamos chocolate caliente preparado con unas bolsas de Swiss Miss que quise comprar en la cafetería del parque pero que el empleado, tan ocupado que estaba enamorando a una guardabosques, no me quiso vender y me dijo que tomara cuantas quisiera.
Adentro de la cueva, bajo tierra, la temperatura se mantiene todo el año a 13 grados. Afuera está apenas por encima del punto de congelación. Caen unas motas de nieve, nada que pueda dar la idea de que nieva.
De vuelta, en la carretera llueve y se ha hecho de noche. Los chicos duermen y yo quisiera también dar una cabezadita. Entre el aburrimiento de un camino casi desierto y el calorcito de la calefacción comienzo a sentir esa modorra tan característica de los viajes de invierno.
La monotonía es apenas rota por el eventual tráiler de Wal-Mart. De ida vimos 12 y de regreso otros tantos camiones de la megatienda, surcando las carreteras desiertas del oeste de este país como bodoques de queso en las venas de una nación al borde del colapso.
Desde entonces, la temperatura no ha dejado de bajar. Anoche cayó una nevada y por la calle los carros van con los techos cubiertos de hielo. Hoy amaneció a menos seis grados y las escuelas comenzaron dos horas tarde.
En cosa de 16 horas hubo 250 accidentes en toda la zona mientras las laderas de las montañas se cubrían de nieve.
Entre la nieve, el frío y los chicos en casa, la temporada navideña comienza a tomar forma. Ahora, a buscar recetas para hacer unas deliciosas galletas.
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