Pero no siempre es así. La democracia es la suma de voluntades para establecer acuerdos que consideramos perdurables en el tiempo, por lo que el debate, la discusión y el análisis de las informaciones son indispensables para construir mayorías capaces de influir en los resultados, alertadas de que si eso no se logra debemos respetar la voluntad de los que fueron más, sin por ello cejar en el empeño de construir esa nueva mayoría.
Un acuerdo básico de la democracia es que todos los ciudadanos que están en el uso efectivo de sus derechos y no tienen cuentas por aclarar con el poder público pueden postularse como candidatos a un cargo de elección popular. Podemos o no apoyar sus propuestas, como también podemos cuestionarlas para impedir que construyan esa mayoría que les permita el acceso al poder, que desde nuestra perspectiva puede resultar nefasto para el país. Quien juzgado y encontrado culpable de un crimen ha cumplido su condena ha recuperado todos sus derechos, por lo que legalmente no puede ser considerado menos apto que cualquier otro ciudadano. Asimismo, nadie puede cargar para toda su vida pública con las consecuencias de acciones políticas de sus familiares más próximos.
Alfonso Portillo y la señora Zury Ríos están en esas condiciones. Para el primero, ninguna ley de aplicación nacional tiene prevista alguna cuarentena, por lo que su honorabilidad, aunque cuestionada en público, no puede ser calificada por un juez sin caer en subjetivismos ilegales. A la segunda, la Corte Suprema de Justicia (CSJ) la ha amparado ya y todo hace suponer que, aunque el Tribunal Supremo Electoral (TSE) apele, la resolución de la Corte de Constitucionalidad (CC) le será favorable.
La derrota de sus propuestas y visiones de mundo debe hacerse en las urnas, y no en los juzgados. Alfonso Portillo, con su proceder político anterior, nos ha mostrado que no tiene las calidades suficientes para liderar una lista de diputados, como tampoco para interactuar en el pleno sin suspicacias. Ya nos engañó antes y puede volver a hacerlo. El grupo que lo postula sabe de esos defectos, por lo que tendría que ser sancionado por esa selección. Pero en las urnas, no en un tribunal. La señora Ríos ha mostrado apoyar comportamientos autoritarios y antidemocráticos y, cuando fue parte importante del partido que cogobernó con Alfonso Portillo, fue incapaz de construir una propuesta decente y democrática para el país. Tampoco la propone actualmente. Pero su derrota debe ser, igualmente, en las urnas, no en un tribunal.
Evidentemente, con las limitaciones procesales que actualmente tiene el TSE, la política tiende necesariamente a judicializarse, pues este, como lo hemos dicho hasta la saciedad, tiene de supremo lo que la selección nacional de futbol de eficiente. Y si en estos casos ha preferido jugar de nuevo hacia las tribunas, y no con estricto apego a la ética democrática, tampoco tendríamos que tener por encima de este otros poderes, pues le quitan supremacía y debilitan la independencia de poderes.
Es cierto que en culturas políticas como la nuestra el clientelismo juega contra esas expectativas. Muchos ciudadanos no cuentan con los elementos conceptuales y empíricos para evaluar las propuestas políticas de los candidatos, pues, con múltiples necesidades básicas sin satisfacer, apoyan al que más obsequios les entrega, lo cual les imposibilita el ejercicio intelectual de prever las múltiples implicaciones sociales que tiene su voto. Pero no son ni más ni menos guatemaltecos que los que, sin necesidad de una lámina o de una bolsa de alimentos, pueden discernir con mayor criticidad lo que le conviene al país en estos momentos. Para eso son las campañas electorales, para desmitificar supuestos salvadores de la patria. Sacar el debate de las calles y las plazas capitalinas es, en consecuencia, indispensable. No se gana nada hablando siempre con los que ya están convencidos. Es necesario ampliar esa reflexión y, entendiendo al otro como igual, y nunca como inferior, promover una visión de largo plazo ampliamente compartida.
Como ya argumentamos en notas anteriores, todo esto no se consigue de la noche a la mañana, aunque cada vez seamos muchos más los que entendemos que el país exige otros rumbos. Si a los malos candidatos se les derrota en las urnas, y no en los tribunales, las transformaciones del sistema político exigen visión de largo plazo, y no simples rebeldías que al final de cuentas profundizan más las debilidades que supuestamente queremos superar. Felizmente, en este asunto, por lo que parece, la alianza comercial Patriota-Líder, presa de sus propios fantasmas, nos hará el favor de no aprobar que los comités cívicos presenten candidatos a diputados, con lo que nos permitirán limpiar efectivamente el sistema de partidos creyendo que así podrán seguir usufructuando ilegalmente los bienes del Estado. En su temor por ser arrasados, parece que dirán no a un mecanismo que les es del todo útil y beneficioso.
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