Escribir sobre conceptos presentados en un marco general y abstracto puede resultar en un ejercicio poco productivo y tedioso, pero quizá sirva en este contexto donde el enfrentamiento, que se agudiza, es entre un orden democrático –lo que queda– y uno autoritario.
En términos de cultura política, la democracia goza de poca popularidad en la región. Unos arguyen, decepcionados ante los resultados, que la democracia es una artimaña arreglada para proteger privilegios y otros en cambio valoran su mayor fortaleza como una debilidad.
En el primer grupo están los que consideran la democracia como una fachada debido al diseño elitista que opera detrás, lo cual parece ser cierto, pero sería la fachada de un edificio bonito si lo comparamos con el cuartel militar de los años 80. Y entre los segundos están los que tienen la idea de que un dictador, ya sea el clásico o un déspota ilustrado, es mucho más eficiente porque concentra el poder, como Bukele. Sin embargo, una democracia puede resultar más provechosa si consideramos parámetros más amplios, especialmente el de las minorías y sus garantías durante el tiempo, por lo que aquí la profundizamos conceptualmente con su añadido liberal.
Los revuelos de las recientes elecciones demostraron muchas cosas, entre ellas que la democracia, al menos en su sentido mínimo y electoral, funciona y es importante. El fraude del oficialismo fracasó pues fue insuficiente para detener la soberanía popular que decidió y se impuso en las urnas. Aún faltan trampas, intentos de golpes por esquivar, por lo que el diseño debe mejorarse (y los diseñadores no digamos), pero pese a sus carencias y su diseño elitista, la soberanía popular se expresó y eligió. No solo el principio funciona como expresión del poder popular, sino como limitación que impone a los gobernantes forzando la alternancia en los cargos públicos. Todo es mejorable, pero basta con lo observado éstos días para ver los principios de soberanía popular y limitación y distribución el poder en funcionamiento en una democracia, incluso una tan precaria como la nuestra.
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Según conocedores en estas últimas elecciones se impuso el voto-castigo, un voto en donde los ciudadanos expresaron rechazo y eligieron, como segunda opción y contra toda expectativa, a un partido progresista y reformista. Las razones serán diversas, pero el sistema que pretendía reproducirse a sí mismo no podrá hacerlo porque por una hendidura se le coló una opción que parece decente para parte de la población. Sin embargo, así como la esperanza se ha hecho escuchar con trompetas de victoria y poemas, también la reverberación del miedo se ha materializado en mentiras y calumnias de todo tipo. Parte del miedo se debe al malintencionado esfuerzo de desinformación en el que están participando grupos conservadores. No obstante, se vaticina que la campaña negra tendrá poco éxito, al menos fuera de quienes están a punto de perder la guayaba.
Subrayo el miedo que está siendo utilizado por ciertos grupos conservadores porque quizá fue un miedo similar lo que movió a los pensadores liberales a idear un diseño institucional que desconfiara de quienes ostentan el poder. En ese sentido, un buen diseño liberal debe aminorarlo con un sistema garantista en donde los derechos individuales se mantienen protegidos. En el peor escenario, entre esas garantías también está la de que la minoría de hoy pueda organizarse y resistir hasta ser la mayoría del mañana.
Siendo más precisos, la mejora que trajo el liberalismo consiste en complementar la democracia con un Estado de derecho y una Constitución que establecen un marco de actuación, garantías y protecciones, que regula a los poderes públicos en donde la ley tiene primacía sobre la voluntad de las personas. Entiendo que se puede sentir miedo si éstas garantías se perciben ausentes, si la ley no está más que para retorcerla y aplicarla arbitrariamente en conveniencia de unos y detrimento de otros. Por ello es importante insistir que hablamos de Estado de derecho profundo y garantista, no puramente formal, ya que estos últimos años el formalismo en las leyes, el que solo respeta la letra espantando el espíritu, ha permitido al establishment que sus órdenes se vistan de leyes. En ese sentido, huelga recordar que la ley no es lo mismo que derecho y que ninguna es sinónimo de justicia.
Resumiendo, la democracia y el liberalismo se complementan porque lo liberal limita el poder y la democracia lo distribuye, no solo entre la soberanía popular, sino sus mediaciones, como los partidos políticos. Faltan otros principios por desarrollar, pero antes de cerrar, recordar que el liberalismo, al menos el político, no se reduce al económico y menos a la perversión del neoliberalismo.
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