Esta experiencia resurge hoy al reflexionar sobre Flores y Humberto Ak’abal, dos titanes cuyas plumas expusieron la crisis perenne de nuestro país y cuya muerte en hospitales públicos evidencia un sistema que abandona a la mayoría de los que vivimos aquí. Con la Filgua 2025 abriendo sus puertas el 1 de julio, esta reflexión honra su legado, conecta su obra con nuestra realidad y convoca a asistir para redescubrir sus voces.
Humberto Ak’abal y Marco Antonio Flores, desde universos distintos, dieron voz a una Guatemala fracturada. Ak’abal, poeta maya k’iche’ nacido en 1952 en Momostenango, tejió versos que resonaban con la memoria ancestral y la resistencia de los pueblos originarios. Su poesía profunda, era un acto de resistencia cultural. Flores, nacido en 1937 en la Ciudad de Guatemala, fue un novelista y poeta rebelde, apodado «el Bolo» por su vida bohemia y franca. Su obra confrontó la violencia y la desigualdad con una crudeza implacable. Ambos fueron cronistas de un país sumido en crisis, y han dejado un legado que sigue interpelándonos.
La obra de Ak’abal captura la Guatemala rural, donde la pobreza convive con la riqueza espiritual del pueblo maya. En su poema El animalero, escribe: «Soy el que guarda / los pasos del venado, / el que escucha / el susurro del río». Estos versos evocan una conexión con la naturaleza, pero también la fragilidad de un mundo amenazado por la exclusión. En Tejedor de palabras, su lamento resuena: «Mis palabras son hilos / que tejo en la noche, / pero el viento las deshace». Aquí, interpreto que la crisis guatemalteca se manifiesta en la lucha por preservar la identidad frente a la opresión.
Flores, por su parte, retrató la Guatemala urbana con una pluma afilada. Su novela Los compañeros (1976) es un testimonio de la lucha revolucionaria y la represión durante el conflicto armado. Describe a personajes atrapados en un sistema que los devora: «La ciudad era un cementerio de sueños, donde los vivos cargaban el peso de los muertos». En su poesía, como en «La señal que esperamos», destila un desencanto esperanzado: «No hay redención en estas calles, / solo la sombra de los que fuimos». Su novela Al filo (1985) introduce a El Tigre, un personaje cuya indisciplina lo hace vulnerable a los militares, quienes aprovechan sus excesos para neutralizarlo. Este retrato resuena hoy, en 2025, cuando el sistema de justicia, cooptado por el llamado «pacto de corruptos», persigue a opositores, aprovechando, en algunos casos, sus errores o indisciplinas como pretexto, al igual que los militares manipulaban a los rebeldes en tiempos de Flores. La crisis que ambos autores denunciaron —violencia estructural, desigualdad, persecución— sigue vigente, con nuevas máscaras, pero la misma esencia.
[frasepzp1]
La tragedia de Ak’abal y Flores trasciende sus obras: ambos murieron en el Hospital General San Juan de Dios, un símbolo de las carencias del sistema de salud público. Ak’abal falleció el 28 de enero de 2019, a los 67 años, tras una cirugía intestinal en el Hospital Nacional de Totonicapán que derivó en una sepsis generalizada. Trasladado a la capital en estado crítico murió minutos después de ingresar, sin que el hospital —saturado y limitado— pudiera salvarlo. Flores, a los 76 años, falleció el 26 de julio de 2013 en el mismo nosocomio, que en ese momento presentaba las mismas precariedades. Desbordado e incapaz de resolver de forma oportuna los padecimientos de la población que no tiene otra opción.
Estas muertes reflejan un sistema de salud que abandona a los guatemaltecos, incluso a sus íconos culturales. Ak’abal, cuya poesía se identificaba con la experiencia del excluido, sucumbió a complicaciones evitables en un hospital regional sin recursos. Flores, que denunció la injusticia, terminó sus días en un centro donde la atención adecuada es la excepción. La ironía es desgarradora: dos voces que dieron vida a los marginados fueron silenciadas por el sistema que criticaron. En un país donde el acceso a la salud privada es un privilegio, el sistema público, con su subfinanciamiento y precariedad, aumenta la vulnerabilidad de todos, desde poetas hasta ciudadanos comunes.
La Filgua 2025 es una oportunidad para reencontrarnos con Ak’abal y Flores. Sus obras nos confrontan con una Guatemala que no ha sanado la pobreza, la exclusión y un sistema de justicia que, como en Al filo, castiga la disidencia mientras protege a los poderosos. Asistir a la Filgua no es solo un acto cultural, es un compromiso con las ideas que ellos defendieron. Leer Tejedor de palabras o Los compañeros en los stands de la feria es recuperar las voces que el sistema quiso apagar. Participar en talleres, como el que viví con «el Bolo», es alimentar la resistencia cultural que necesitamos.
La muerte de Ak’abal y Flores en hospitales públicos nos recuerda que la crisis que denunciaron persiste. Pero también nos desafía a actuar, a exigir un sistema de salud y justicia dignos, a preservar su memoria y a leer sus obras como un llamado a la transformación. Que la Filgua 2025 sea un espacio para soñar, como en aquel taller, pero también para despertar y construir un país donde la poesía y la justicia no sean solamente anhelos.
Más de este autor