La masiva falta de trabajo es el elemento más simbólico y trágico unido a la idiosincrasia socioeconómica española. Y la imposibilidad de crear un número de empleos acorde al entorno europeo, puntero en el que aspiramos a estar constituye, sin duda, la prueba más evidente del fracaso político y social de un modelo y de una forma de hacer las cosas que a lo largo de las últimas décadas, y de forma mucho más pronunciada en estos últimos años, se ha manifestado como ineficiente e insostenible, siempre lejos de la muy superior eficacia patente al otro lado de la frontera.
El espejismo liberal que el gabinete de Aznar, con Rodrigo Rato en la cartera de economía como brazo ejecutor, erigió en la última parte de la década de los noventa a golpe de especulación, largamente alabado por muchos, no hizo sino partir en dos de una forma irreal una deficiencia que el tiempo ha demostrado inevitable dados los arduos esfuerzos de nuestros dirigentes (de uno y otro bando) y el resto de la sociedad hechos al respecto.
Los españoles observamos con espanto que, en naciones como Alemania, Holanda, Inglaterra o Francia, inmersas en la crisis de una forma más o menos profunda, sus cifras del paro no superan en ningún caso el 10%. Mientras que en España, con un desempleo actual de más del 20%, en nuestro momento álgido de bonanza, el paro no descendió del 8%, y ya sabemos en qué condiciones se consiguió tan alta tasa de ocupación.
Para mi generación, de la que se dice es la mejor preparada de la historia de este país, que incluye a los nacidos a comienzos de la década de los ochenta o finales de los setenta, es sumamente frustrante vivir un tiempo en el que se mezclan la bajísima continuidad del empleo, sus bajísimos sueldos, y, en general, la escasez de trabajos de calidad y buenas perspectivas para el futuro.
Pensemos que en los años cincuenta y sesenta, e incluso antes, desde la década de los treinta, recién acabada la Guerra Civil, cuando España estaba sumida en una cruda posguerra llena de hambre y oscuridad, muchas personas se vieron obligadas a emigrar para encontrar una vida mejor. Quién nos iba a decir que, en pleno siglo XXI, con una generación única extraordinariamente preparada, íbamos a vivir una vez más la emigración ante la falta de oportunidades imperante.
Estamos sufriendo una fuga de talento sin precedentes que acarrea no solo los perjuicios de que toda esa gente no invertirá su tiempo y su inteligencia en empresas nacionales. Está, también, el hecho de que habremos invertido en su costosa educación para que luego otros países se beneficien de su trabajo.
Por otro lado, puede que no sea cierta, o al menos, cierta en su totalidad, pero algo hay de verdad cuando muchos decimos que existe en el trabajador una profunda sensación de indefensión, de recelo justificado hacia el empresario, que parece mirar únicamente por sus intereses y su lucro personal más que por el bien y el crecimiento de su empresa, sus trabajadores y su país.
También parece que en la empresa ni se premia ni se valora ni se favorece la emprendeduría o el talento, que tanto abunda, sino más bien la competitividad malentendida entre los compañeros, la adulación al jefe o la promoción de los mediocres.
Este particular entorno provoca una suerte de languidez de la que, lógicamente, el trabajador tiene una porción importante de culpa que debe asumir. Y es bien cierto que es el empresario quien se juega el capital, quien se preocupa en dirigir su negocio y sobre quien recae toda la responsabilidad en caso de que no fructifique la empresa. Pero eso no le exime de tener una mejor actitud y otro enfoque.
Con todo y con eso, algunos parecen no creerlo. Pero es de ilusos pensar que la agresiva reforma laboral puesta en marcha por el gobierno hace escasos meses, vendiéndola como la panacea, va a cambiar este panorama y la deriva sistémica del empleo de este país por sí sola. Muchos, por el contrario, son reacios a pensar que va a ser la solución a nuestros problemas. Yo me decanto más bien por esta opinión, aunque no descarto que esté equivocado. Sinceramente, espero que sea así por el bien de todos.
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