Los demócratas estadounidenses ganaron en su país unas disputadas elecciones, y el valedor de Orlando resultó perdedor. Las simpatías entre míster Trump y Orlando eran mutuas. Él y Jimmy Morales fueron los niños bonitos de la región del multimillonario presidente, para quien la corrupción y el tráfico de personas y de drogas eran simples fenómenos discursivos, perdonables si Orlando y Jimmy le agachaban la cabeza para ser usados en su permanente campaña por la reelección.
Su embajador dejó hacer y deshacer para que Orlando impusiera su reelección, defraudara las elecciones y saliera reelecto.
Pero la situación no es tan difícil para Orlando, pues fueron esos mismos demócratas ahora en el poder los que auparon el golpe de Estado contra Manuel Zelaya cuando él intentó la reelección bajo el sambenito del castrochavismo, los mismos que en el ocaso del gobierno de este se hicieron los papos y dejaron que el proyecto reelectoral de Orlando avanzara y se concretara.
Para las élites políticas estadounidenses, Centroamérica no es ya ni siquiera una república bananera. Es un traspatio donde tiran la basura y extraen trabajadores hambrientos para, racismo y violencias aparte, sacarles hasta la última gota de sangre por míseros salarios que en estos depauperados países se transforman en fortunas envidiables.
Y todo eso Orlando lo sabe. De ahí que, cuando se preparaba la caminata de desesperados hondureños en busca del sueño americano, se diera un su colazo por Guatemala, conversara calladamente con Alejandro Giammattei y listo, pues con garrotazos, patadas y gas lacrimógeno de Chiquimula no pasaron los catrachos.
Acto violento que los demócratas, aún no acomodados en la Casa Blanca, aplaudieron efusivos.
Estados Unidos necesita trabajadores baratos para atender las labores productivas que, si fueran remuneradas con salarios justos y dignos, no permitirían las ganancias a las que están acostumbrados los emprendedores de ese país. Honduras y Guatemala, por su parte (pero también México), necesitan válvulas de escape por las cuales salgan unos cuantos grupos de necesitados para que sus élites, mucho más holgazanas aún que las estadounidenses, puedan seguir disfrutando sin tener más preocupación que decidir adónde viajar en la multitud de cruceros que de la Florida parten hacia distintos destinos en el Caribe. Pero, visto el éxito, real o imaginado de algunos, muchos ciudadanos guatemaltecos y hondureños desesperados intentan traspasar las supuestas puertas del cielo a como dé lugar.
[frasepzp1]
La Honduras de Orlando Hernández tiene el triste mérito de ser un país más pobre que Guatemala, lo que ya es decir mucho, y en los siete años de reinado de Orlando el Terrible la situación no ha mejorado, al menos para los más pobres, porque a los aliados y cómplices de Juan Orlando —como les pasó a los de Jimmy y les pasa a los de Giammattei— la fortuna les sonríe, de modo que por arte de magia sus cuentas en los paraísos fiscales no dejan de crecer.
Los empobrecidos hondureños no tienen cómo pagar transportistas que los lleven hasta donde les permitan llegar los policías migratorios estadounidenses, quienes por una pequeña limosna cierran los ojos el tiempo suficiente para que el migrante atraviese la frontera. Saben de los peligros que los acechan en el territorio de la Cuarta Transformación, que en términos migratorios y policiales para nada se han transformado, sino que más bien se han intensificado y agudizado. Imaginan que, siendo muchos, no habrá carteles de la droga (con policías y militares incluidos, porque de otra manera no funcionarían) que los extorsionen, violen y hasta maten y quemen, como hacen con los guatemaltecos los fieles seguidores del impoluto Cienfuegos.
Pero, como ese negocio del transporte de personas es también importante en las economías guatemalteca y mexicana, el ministro de Gobernación guatemalteco, presto y decidido, posgraduado en represión, parapetó a sus policías para que los coyotes y asociados no perdieran sus ingresos y mandó de regreso a su cárcel a los desesperados hondureños.
Al presidente de Honduras todo ello no le preocupa. Él maneja otros negocios, mucho más rentables, y, aunque su hermano querido ya esté tras las rejas en Estados Unidos, tal parece que considera eso un problema menor, un efecto no esperado, uno que, si por ratos quizá le borra la sonrisa, no es finalmente cuestión que le quite el sueño. Él apenas cobra por protección a unos negociantes, mas, dice, no sabe qué negocian, mucho menos con quién y adónde viaja el producto.
Recientemente, la Fiscalía estadounidense ha hecho público que investiga a Orlando Hernández, un estímulo más para que este y sus cómplices se lancen a la patriótica tarea de buscar el tercer mandato, el cual, estamos seguros, ganaría estrepitosamente, tal como imaginó su reelección el señor Trump. Él no es un Daniel Ortega, por lo que no afectaría en nada los intereses estadounidenses en la región.
[frasepzp2]
Orlando el Terrible juega con los intereses estadounidenses, pues sabe que, entre continuar alimentando las narcodependencias de sus ciudadanos o anunciar que el país caerá en manos del castrochavismo, el coloso del norte hará como que se traga la píldora y lo dejará seguir gobernando y trasegando, pues los tiempos de una Operación Causa Justa, como la que arrancó a Manuel Antonio Noriega de Panamá en 1989, ya pasaron de moda. Orlando es mucho más sofisticado que Noriega. Sabrá tal vez menos de los trasiegos de la CIA y de la DEA, pero ni se las da de izquierdas ni ha dejado de lubricar generosamente a las redes de corrupción disimulada en Estados Unidos.
No podría estar tan seguro, tranquilo y sonriente si no tuviera aliados poderosos allende las fronteras de su país.
Posiblemente el actual presidente hondureño no tiene la capacidad de presión y de chantaje que los gobernantes subalternos del mexicano general Cienfuegos tuvieron. Y tampoco están ya los fiscales trumpistas para dejar la celda sin llave y supuestamente basar su acusación en simples pantallazos de WhatsApp. Pero, como más vale estar bajo techo seguro que correr el riesgo de no llegar a la otra orilla, Orlando el Terrible tendría que optar por otros cuatro años de «sacrificio en aras de la patria» o poner un sustituto que lo defienda a capa y espada, al estilo de los que con nacionalista discurso defendieron al general mexicano.
Pese a todo lo anterior, su suerte, más que depender de cómo los estadounidenses lo valoren como aliado, estará determinada por la capacidad de organización y de lucha de las fuerzas progresistas hondureñas.
Más de este autor