Lo escuché de una persona que parecía tener muy claro lo que quería hacer y a quien todo le estaba saliendo muy bien. Me impresionó y quedé convencido por un tiempo de que necesitaba mi propio proyecto. La verdad es que hacía muchos dibujos y luego me desesperaba un poco al ver que las cosas no parecían encaminarse hacia donde yo quería.
Este artículo no busca enseñar a nadie cómo formular un proyecto de vida, pues se trata de un asunto íntimo y personal. Apenas busca compartir algunos descubrimientos que podrían ayudar a alguien.
El primer gran descubrimiento personal es que confundimos ser con tener. Hace mucho tiempo el amigo de un amigo dijo que él sería millonario a los 30 años. Lo decía con mucha seguridad y daba la impresión de que ya sabía cómo lograrlo. Años después le pregunté a mi amigo qué había sido de aquel proyecto. Me contó que la persona había cambiado mucho y que se había divorciado. Era exitoso en cuando a acumular propiedades (autos, casas), pero ya nadie se atrevía a hacer negocios con él por su falta de escrúpulos. Algunos años después volví a preguntarle y me dijo que estaba preso en los Estados Unidos. Su proyecto de vida se había hundido.
Por supuesto, lo material es importante. Lo que parece no funcionar es ponerlo como núcleo del proyecto de vida. Además, puede suceder que, a pesar de alcanzar grandes metas materiales, no encontremos satisfacción. Basta ver alrededor: personas insaciables en su carrera por tener, personas que atropellan las aspiraciones de los demás y acaban hasta con su propia vida (literal o figuradamente) por haber descubierto la vacuidad de la acumulación material.
También aprendí que pretender tener un proyecto de vida puede ser muy pretencioso o simplemente estar fuera de control. Quizá sea mejor proponernos metas crecientes y trabajar sin descanso en alcanzarlas.
Las experiencias ajenas también me ayudaron a ver que un proyecto de vida (o una cadena de metas) no puede concentrarse en tener. Resulta más productivo concentrarse en ser o en hacer.
Algunas personas buscan reconocimiento, aceptación o respeto y equivocan el camino con fórmulas que solo consiguen extraviar el camino.
Conozco personas muy queridas y respetadas por otras, algunas con dinero y otras sin él. Quienes tenían dinero y respeto habían alcanzado lo segundo de la misma manera que quienes carecían de posesiones materiales: con lo que se conoce por don de gentes. Es decir, eran personas llenas de humanidad, preocupadas por sus necesidades y aspiraciones materiales, pero atentas a las de las personas a su alrededor.
Ser es una gran aventura, difícil pero enriquecedora. Se puede aspirar a ser menos egoísta o más solidario. Se puede trabajar en ser talentoso, buen padre o buena madre, alguien que inspire a otros o, simplemente, alguien que pueda decir al final del camino que quizá no dio, pero nunca quitó.
En cuanto a hacer, también hay retos interesantes. Inventar algo revolucionario, hablar nuevos idiomas, sobreponernos a algún trauma, vencer un miedo, bailar ciertos ritmos, dominar algún instrumento musical… Si escogemos ese camino, las posibilidades son tantas que no nos alcanzará la vida, así que hay que empezar cuanto antes.
Todas las personas somos únicas e irrepetibles. Igual lo son nuestras historias. ¿Cómo será la nuestra? Quizá viendo a nuestro alrededor podamos descubrir qué queremos que quede detrás cuando nos vayamos, pues en eso no hay ninguna diferencia entre nosotros: tarde o temprano, para bien o para mal, dejaremos esta vida. No importa si creemos o no en otra: vamos a dejar la que estamos viviendo y no nos llevaremos nada. El proyecto de vida, se trate de algo claramente definido o de etapas flexibles, quizá se resuma a una sola cosa: alcanzar que lo que fuimos se parezca a lo que decidimos ser y que esa decisión haya sido influenciada por la alegría, la belleza o cualquier otro atributo que nos parezca digno de ser perseguido.
Más de este autor