El dramaturgo guatemalteco Luis Carlos Pineda escribió la pregunta y la puso en boca de cuatro bufones (Rubén Ávila, Daniela Castillo, Claudio Padilla y Josué Sotomayor) para que interpelaran al público en la obra que, precisamente, se titula Bufones.
Son ella y ellos sobre el escenario. Y somos nosotras/os. Porque lo que están devolviéndonos es una mirada descarnada, grotesca de lo que somos y cómo hemos elegido vivir. Encienden cuatro cámaras, que son cámaras-espejos para que en ellas podamos vernos y ver lo que no hemos querido, lo que hemos puesto bajo la alfombra, la almohada o el olvido. Lo obsceno de nuestra cotidianeidad normalizada: el terror y la descarnada necesidad de los depredadores de alimentarse de sangre, vísceras, trabajo ajeno, naturaleza robada.
Son ella y ellos sí, pero somos nosotras/os. En un escenario que permanece en la semioscuridad, con seres que, por ratos, son solo rostros o partes de cuerpos, cuellos, lenguas, brazos, vientres, pechos. Y el continuum: la violencia. Desde la conquista hasta el despojo actual. Y en este momento, si le place puede hacer sonar la «alarma de la panfletofobia» para desentenderse, pero usted sabe que algo no está bien, que huele a mierda y a orines, que apesta. Porque, aunque cruce a la banqueta de enfrente sigue oliendo feo. Se lo dice su nariz y la incomodidad en el cuerpo.
Son ella y ellos sí, pero somos nosotras/os y la crueldad perenne donde otros deciden nuestros suplicios y los aceptamos, como lo hacemos cada cuatro años con las mismas narrativas sin sentido… sobre otros escenarios.
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Sí, sin duda son ella y ellos a quienes nos damos el permiso de escuchar por un ratito, así como en el mundo medieval el tiempo rutinario y reglado socialmente era roto por un día, cuando permitían que las personas que habían sido expulsadas por raras, deformes, locas, «anormales» ingresaran a las ciudades y desfilaran, bailaran, se expresaran. ¡Eso sí! Solo por un breve tiempo, luego volvía todo a la «normalidad» y eran nuevamente condenadas al ostracismo. En aquel tiempo el desfile de «bufones» se veía pasar desde el resguardo de las casas, hoy miramos desde la comodidad de las butacas, lejos/cerca del escenario. Miramos sin querer que nos vean. Pero, nos ven. Ven nuestra indiferencia, nuestra corrección política, nuestra comodidad burguesa, nuestra desmemoria. La ven. Y no olvidan. «No me quiten el odio, por favor. Si no odio no recuerdo».
Es ella, sí. Y es la abuela violada por el conquistador, es la mujer violada una y muchas veces por los soldados, la del vientre abierto que flota en el rio, la muchacha que «entretiene» al patrón, la niña obligada a parir el hijo no querido del finquero. Sí, sin duda es ella. Se mueve frenética por el escenario y nos es invisible cuando camina las mismas calles que pisamos.
No me quiten el odio, por favor, no me lo quiten. Porque si me lo quitan, si me endulzan la mirada, si le ponen lavanda al olor a mierda, todo esto me va a parecer «normal». Se me volverá costumbre y hasta me parecerá fácil de deglutir.
¿Qué hay más allá del odio? ¿Quiere saber la respuesta? No puedo dársela. Pero, puedo pedirle que la próxima vez que «Bufones» sea puesta en un escenario, vaya a verla y se permita la interpelación.
Una cosa más. Gracias Andamio Teatro Raro por estos 18 años de odio…. Perdón, de vida.
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