«Al leer la noticia de los manjares que se manejan en Casa Presidencial, no puedo evitar llorar, llorar por dentro, con el alma, con rabia e impotencia, y rememorar ese momento que me ha perseguido toda mi vida», comentó mi amiga Sue mientras me relataba una experiencia tan impresionante que le pedí autorización para compartirla hoy. Este es su relato:
«Hace algunos años yo participaba como voluntaria en un programa social auspiciado por un país extranjero. Realizábamos jornadas de sal...
«Al leer la noticia de los manjares que se manejan en Casa Presidencial, no puedo evitar llorar, llorar por dentro, con el alma, con rabia e impotencia, y rememorar ese momento que me ha perseguido toda mi vida», comentó mi amiga Sue mientras me relataba una experiencia tan impresionante que le pedí autorización para compartirla hoy. Este es su relato:
«Hace algunos años yo participaba como voluntaria en un programa social auspiciado por un país extranjero. Realizábamos jornadas de salud, y me tocó ir a preparar una de estas a una aldea de El Progreso. Estando allí, se presentó una anciana a pedir que fuéramos a casa de su nuera porque ella y su hijo estaban muy mal. Encontramos un cuadro desolador: una joven mujer acostada en una cama —un bulto de huesos y piel—. A su lado, un cuerpecito de bebé. Apenas respiraba. Su vientre, abultado, y sus ojos, hundidos. El médico del grupo lo tomó en sus brazos y lo vio. Decidió examinar a la mujer y me dio el bebé. Me dijo que lo cargara y lo consolara mientras veía qué hacía él por la mamá. Me pidió que le hablara y lo arrullara. Lo tomé en mis brazos, y el bebé no abrió sus ojos. No pesaba nada y apenas se le escuchaba un gemido. Lo puse en mi pecho y le hablé muchas cosas —que ahora me parecen tontas—. Él se movió. Respiró profundo en un intento de llorar mientras su cuerpo se estiraba en un estertor que anunciaba su fin. Su última exclamación de dolor fue en mis brazos. Murió junto a mi pecho. Lloré. Me sentí quebrar en mil pedazos. Entré en una especie de shock. Casi nunca hablo de mi experiencia al ver la muerte en los ojos de un bebé, de ver el hambre en el cuerpo de un bebé, de escuchar el sufrimiento en un gemido que sale de un cuerpecito que sufrió los más terribles dolores en su corta vida».
Las investigaciones periodísticas y judiciales desenmascaran cada vez más a nefastos personajes que se apropian del destino de los fondos públicos. Hablamos no solo de las excelsas viandas servidas a funcionarios bien pagados o de los robos millonarios envueltos dentro de supuestas compras estatales. Hablamos de diputados que negocian con el hambre de los niños para tener ingresitos extras mientras se burlan de los niños desnutridos. No se trata de problemas de un período presidencial, sino de décadas de deudas eludidas, enfermedades y hambre, sinónimo de muerte, mientras asumimos una silente complicidad al dejar de ejercer nuestra responsabilidad ciudadana. Ante las brutales acciones de los servidores del pueblo afloran emociones como frustración, impotencia, indignación y rabia, que quedan pequeñas y no sirven de mucho si no las usamos como impulso para tomar medidas inteligentes.
La experiencia durante cinco años al frente de un proyecto social que trabaja valientemente sin financiamiento me permite asegurar con autoridad que no se necesita de mucho dinero para hacer las cosas como se debe. Se necesita de integridad, de conciencia social, de compromiso, de actitud incansable, pero también de tomar medidas. Existe una Guatemala mejor y está en nuestra capacidad de poder transformar el procedimiento demandando que se forjen leyes justas y exigiendo su aplicación y cumplimiento. Permitir que estas cosas ocurran a costa de vidas vulnerables nos descubre como negligentes o como cómplices, pero nunca como incautos ni como ignorantes. Por cada centavo que permitimos que funcionarios se metan al bolsillo, asesinamos a nuestros niños y a nuestras niñas. Los despojamos de toda oportunidad.
Ante la inminente proximidad de un nuevo período electoral, es indispensable formarnos e informarnos. Exigir la idoneidad de la Ley Electoral y de Partidos Políticos, reclamar reformas integrales de forma y de fondo que nos permitan elecciones dignas. Es nuestra responsabilidad no dejarnos engañar con modificaciones fabricadas a medida de los mismos políticos mediocres que ostentan puestos en el Gobierno, forjadores de la ruina de nuestro sistema político. Nunca debemos ceder a las presiones de grupos de pandillas que nos desuellan mientras se esconden cobardes detrás de un libro sagrado.
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