Pero algunas contradicciones acarrean más consecuencias que otras. Mi batalla cotidiana con las calorías da más risa que preocupación, aunque pudiera terminar como Tomás de Aquino. En cambio, si dijera amar a mi pareja para luego traicionarla con otra persona, la contradicción tendría efectos graves.
Así también hacen mucho daño las incongruencias de quienes tienen la mano en el timón de la política o juegan con las grandes finanzas. Causan mucho pesar las inconsecuencias de quienes afectan la vida y la prosperidad de muchos. No todas las contradicciones son iguales.
Esto viene muy al caso al ver que mañana se desarrolla la edición 2016 del Encuentro Nacional de Empresarios (Enade). Escribiendo al respecto, Juan Carlos Zapata, director ejecutivo de la Fundación para el Desarrollo de Guatemala (Fundesa), que organiza el encuentro, resumía: «La corrupción es uno de los flagelos que no permiten que la salud, educación, infraestructura y certeza jurídica lleguen a la población que hoy vive en el área rural». Sin embargo, pocos días antes, Martín Rodríguez, director de Nómada, le preguntaba al mismo Zapata cómo explicaba «que una empresa como Canal 3, perseguida por la Cicig y el MP por actos de corrupción», fuera patrocinadora de primer nivel del Enade y si ello no les producía un conflicto ético. Zapata evadió explicando que Canal 3 siempre ha patrocinado el Enade, que tiene la penetración publicitaria necesaria para promover el evento, que en la Fundesa no son quienes «para juzgar quién sí o quién no debería ser admitido». Si fuera programa de juegos en la TV, le habrían sonado el timbre: ¡respuesta equivocada!
Si al menos hubiera dicho que tenían un contrato con Canal 3 que, si roto, costaría más que el presupuesto disponible para el Enade, por ejemplo. Pero no. Visto con detenimiento, el argumento central de Zapata fue que los negocios y la justicia no se tocan mutuamente. La corrupción se dirime en los juzgados, la compraventa en el mercado. Como con Las Vegas, lo que pasa en los juzgados se queda en los juzgados. Y si hay problemas, él no se da por enterado.
Esa conveniente ficción podrá servir para salir del trance con un periodista preguntón, pero ayuda poco al querer liderar los esfuerzos contra la corrupción. Liderazgo no es simplemente tener buenas propuestas, menos aún tener el dinero para pagar los conferencistas más interesantes y contratar las consultorías que planteen las soluciones más eficientes a los problemas de las ciudades intermedias, del Estado de derecho o de la paz y la seguridad. El liderazgo que busca la sociedad —ya lo mostraron decenas de miles de personas plantadas en la Plaza Central a lo largo de 2015— es un liderazgo ético.
Los ciudadanos del 2016 quieren, en primera instancia, gente a quien creer. Por eso votaron muchos por Jimmy Morales, que les dijo que no era como los demás políticos. Por eso lo han abandonado tan rápido y cada vez más, al descubrir que la corrupción y el latrocinio caen dentro de su círculo más íntimo. Lo abandonan aunque no sea corrupto, aunque no sea ladrón, porque una cosa ya demostró: tampoco es de fiar.
La Fundesa y su élite empresarial deberían escarmentar en pellejo ajeno, aprender la lección que la historia escribe, como con navajas afiladas, sobre la carne y la vida del mismo presidente: no se puede pedir a los demás el cambio sin cambiar uno mismo, no basta querer el bien sin asumir su costo. Hoy las corporaciones, los dueños y los grandes empresarios que se imaginan a sí mismos en la avanzada quieren todas las ventajas de una economía moderna y de una sociedad en paz. Quieren también el mérito de haber promovido el cambio, pero quieren conseguirlo sin costo propio. Quieren ser personas que opinan e influyen, pero sin rendir cuentas. Sería bonito, pero no se puede.
Claro que el Enade sufriría al expulsar a un patrocinador. Pero tampoco sería el acabose. En cambio, ahora afinan sus discursos los ilustrados, se apura la audiencia a hacer fila para entrar, se sentarán todos en el salón del hotel y compartirán las buenas ideas y las buenas propuestas. Pero en el fondo de la conciencia, como esa gente que no calla y se toma el café mientras el ponente habla, una risa cínica y una queja cansada insinuarán por igual: no se arriesgan, no se comprometen, no son serios.
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