En el primer nivel ahora funciona un casino. Uno de esos paraísos de neón multicolor y máquinas tragamonedas. Los botones del hotel están vestidos con un sombrero de bombín. Uno de ellos era pelirrojo, me hizo pensar que el mismo hotel era el final del arcoiris. Que el pote de oro estaba en el casino lleno de ese neón multicolor. Y no quise mirar cómo se moría la luz ahí dentro.
Al finalizar el curso, muy emocionado por salir, por error me subí al ascensor cuando iba para los pisos superiores y no para el sótano, donde había dejado el auto. Me regaló un viaje panorámico, con vista a una de esas avenidas arboladas de la ciudad. Estaba llena de edificios modernos. Es más, parecía ser cualquier ciudad, salvo las tres ambulancias que iban con las sirenas ululando, mostrando el presagio de una tragedia. Entonces sabía que estaba en Guatemala.
Bajé al sótano y me subí al auto. Conduje hasta otro punto de la ciudad donde encontraría a Santiago, mi hijo. Mientras lo hacía, me puse a leer las noticias en el teléfono. Vaya manera de entretención. Esta semana, el Gobierno de Guatemala decidió declarar ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos que no hubo Genocidio en uno de los casos que se conocen en esa instancia. Algo predecible, conociendo las declaraciones previas tanto del Presidente de la República como del Secretario de la Paz acerca del tema.
Aún así no deja de sorprenderme, claro. Estamos atestiguando el intento de un Gobierno por arrancar las páginas de los libros de historia y suplantarlas por una imagen colorida y bucólica, donde seguro los campesinos viven felices y cuando se les acaba la felicidad se van a morir a un pozo. O se tiran a los ríos con señales de tortura. O entierran a sus niños en las bases militares. El asunto es que fueron ellos mismos los que se dieron muertes violentas.
Lo siguiente que tengo en mente y en las noticias del celular, mientras espero a que mi hijo salga de su clase de idiomas, es la imagen de la fotografía que exponía Eny Roland en la Bienal de Arte Paiz que censuró el dueño del espacio donde fue expuesta, arrancándola sin consultar opinión externa. Eran los almacenes Tropigás. No es que sea una referencia al arte el nombre del sitio. Es una venta de electrodomésticos cuya publicidad incluye constantemente mujeres con poca ropa, montadas sobre las motocicletas y un enorme gorila que la hace de mascota.
Habrá mucho que decir al respecto. Primero, que el lema de la Bienal es “Convivir / Compartir” y que a decir de sus organizadores, esto significa, entre otro montón de cosas bonitas que: “En un momento en el que los retos económicos globales subrayan fundamentalmente la eficiencia y la competitividad, se plantea como una prioridad la reivindicación de espacios cada vez más participativos y solidarios en los que todos deben tener cabida, y en los que la educación se presenta como una herramienta de comunicación, diálogo y cohesión dentro del respeto a la diversidad.”
Yada, yada, yada. Claro, eso se dice desde el papel, pero en el momento en el que el almacén con el orangután como mascota deciden que un torso humano es inmoral, se acaba la reivindicación del espacio. Y me surgen varias preguntas. La primera es si Tropigás hubiese retirado la foto si en ella en vez de tratarse de un torso masculino, hubiesen sido dos enormes, redondos y edecanescos pechos femeninos los que apareciesen. A que no. A que el orangután de Tropigás hubiera hecho su baile frente a la foto.
Creo que hay un componente muy fuerte de masculinidad implícito en la decisión, sin duda. O en todo caso, estarían diciendo que sus flyers y las edecanes sobre las motos que venden, son inmorales y que ellos tienen el monopolio de lo inmoral.
Pero interpreto el mensaje global, a ver: esta ciudad constantemente elimina todo vestigio de pasado, este país también. El saqueo de las riquezas arqueológicas. El escaso interés por mantener la historia arquitectónica. Y vamos más allá: constantemente se trata de invisibilizar al otro. Pero quién es el otro: el que no está escribiendo la historia.
Es decir, el otro, es el que no sabe leer, escribir, el indígena que no habla el idioma, el que sí lo habla pero es indígena, el homosexual, la lesbiana, el ateo,la mujer y siga usted enlistando los prejuicios que a mí me da vergüenza. Y el arma letal es la invisibilización, la negación de su existencia, a tal punto que se elimina todo registro de ella.
No hubo genocidio, la pobreza está lejos, el cuerpo de un hombre debe ser escondido y el de una mujer expuesto para su venta negando su humanidad y celebrando su cosificación.
Lo rentable de borrar al otro y al pasado es que quien lo hace amplía sus límites. Es una cuestión de ego: sólo existe el que borra y es grande, es glorioso, es el único. Es una deificación.
Porque existir aceptando el nosotros, es una lección de humildad. Pero acá no queremos eso, qué aburrido, queremos decir que somos unos becerros de oro y que hay que adorarnos, amén. Y mientras espero a mi hijo de su clase de idioma, quiero encontrar al menos una imagen de esperanza, para que no me encuentre abatido al salir.
No imagino cómo sería explicarle a sus amiguitos que su padre a veces está indispuesto por no aceptar nuestra realidad excluyente. Oh. Qué cosa. Y vuelvo al espacio exterior, mi gran fuente de paz, a la grata noticia del Voyager y su disco de oro.
En él, lo he mencionado en otro post, van sonidos de la Tierra, imágenes, planos, una explicación de qué somos o qué fuimos. Entre las imágenes, va una fotografía de un guatemalteco. Es un hombre con la sonrisa amplia, la piel dorada por el sol, sombrero de campesino, el pecho descubierto a pesar de lo que piense Tropigás; que sostiene en una mano un machete y en la otra una vara.
Estoy seguro que la mayoría de capitalinos se sentirán poco representados por esa foto. Pero la noticia es que más de diez millones de guatemaltecos son así. Buenos días, este es el otro, el negado e invisibilizado. El hombre y la mujer cuya historia estamos arrancando de nuestros libros de oro. El que sufrió el horror. Sí, ese. El que esta Guatemala que opina se niega a ver y que por más que se esfuerce no elimina. Qué cosa tan grande hizo Sagan y su equipo: esa sonda quizá sea encontrada por la vida extraterrestre. Y lo que es invisible en Guatemala lo conoce el Universo.
Eso es. Mi hijo sale de clases. Y lo recibo feliz, porque aunque se esfuercen en borrarla, la verdad y la belleza siempre encuentran su curso. No lo digo yo como un optimista, que tampoco lo soy, lo dice la historia. Pregúntenle a los nazis, a los inquisidores, a las máquinas del terror. Pregúntenle a Berlín en el que mi amigo Alan dice que disfruta, porque en cada esquina se respira la derrota de Hitler. Esta es nuestra arma secreta e infalible: reconocernos y mientras lo hacemos, esos dinosaurios se van a extinguir.
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