Así que, animado por el dios del rocanrol, un mes antes entré a esas plataformas digitales en donde se compran los tiquetes y listo. Sin ver atrás y sin pensar en el futuro, bajo ese instinto primario de hacer algo sin pensar y luego resolver, compré tres entradas. Estaba hecho, el correo en el inbox había llegado anunciando que los espacios estaban reservados, no había vuelta atrás, el próximo movimiento estaba hecho y lo demás era incertidumbre y nervios y ganas de que el tiempo pasara rápido, 6 de agosto era el día, ver a Él mató a un policía motorizado, la banda argentina de indie rock que se ha convertido en una suerte de voz generacional, se veía lejos y cerca, ahora sí, cruzando dedos, ahora sí.
Bajo la noche negra
Cuando descubrí a Él mató, en 2017, no imaginé que con el tiempo buena parte de sus canciones se convertirían en himnos que uno canta por convicción, letras reveladoras, declaraciones de amor o cantos de batalla y resignación que se repiten en cualquier lado. Esa es la virtud de la música, conectarnos con la fibra más profunda, con el sentimiento más honesto. No imaginé que la voz del hermoso Santiago Motorizado, voz triste y con fuerza a la vez, se convertiría en el soundtrack de estos últimos meses espantosos que me ha tocado atravesar. Estar ahí, en ese concierto, era una oportunidad, un cierre o inicio, qué se yo, estar ahí, con ella, con él, juntos, más o menos bien, pero estar.
El fuego que hemos construido
He pensado tanto en las semanas antes y después del concierto en lo que un rockstar pasa en una gira, viajar de país en país, tocar todas las noches las mismas canciones. ¿Estarán hartos? ¿Habrá cansancio? ¿Pensarán en lo que un fan hace o deja de hacer para llegar a su concierto? ¿Habrá alguien en cualquier otra ciudad en donde se presente Él mató que esté atravesando lo mismo que yo? ¿Pasará por tu mente, Santiago, que tu voz nos ha ayudado durante este tiempo a olvidar todos nuestros dolores? ¿Imaginarás que tus canciones nos hicieron llorar y reír, nos ayudaron a estar juntos?
Para viajar a ese lugar nuevo
Era el amanecer del 6 de agosto y salimos como tantas veces hemos salido de Xela, a esa hora desde la interamericana se puede ver, si la neblina lo permite, la figura perfecta del volcán Santa María y más adelante, casi llegando a la cumbre de Alaska, buena parte de la cadena volcánica y, al verla, uno recuerda nuevamente que vivimos en un territorio atravesado por la magia, por la belleza y el horror al mismo tiempo. Pero ahí íbamos, sobre la carretera, escuchando la playlist hecha con emoción para ese preciso día, para ese momento que ahora también es parte del pasado, íbamos a ver a Él mató y eso valía toda la pena, valía más que un auto calentando, valía más que el dolor de los últimos meses, valía más que los 189 kilómetros que hay entre Xela y Guate, valía más que la gasolina y la inflación que nos está matando lentamente, valía más que todo eso junto porque estábamos felices y eso en este contexto es toda una ganancia. Nosotros también, Santiago, bajamos inquietos, con la espalda rota.
Magnetismo
Siempre me han gustado las luces de los escenarios, me conmueven, son como estrellas, como recuerdos, todo en la vida es cuestión de la luz, en luz nos convertiremos algún día, y ahí estábamos, en nuestros cuerpos se reflejaban los destellos de aquel escenario no tan grande que tenía nuestra energía puesta y cuando digo nuestra no sólo hablo de nosotros tres, hablo de toda esa comunidad que se reunió, de aquellos desconocidos que cargaban sus propias tristezas y alegrías, sus propias historias pero que estaban ahí, juntas, juntos, codo a codo, esperando que aparecieran en escena y entonces sucediera lo que tanto habíamos esperado, olvidar por un momento la cotidianidad y cantar junto a ellos.
El tesoro
Nunca había llorado durante todo un concierto y esa noche lo hice, llore de tristeza, lloré de rabia, lloré de dolor, lloré de alegría, lloré al verlos cantar con todas sus fuerzas «hoy voy a salir a buscar todo lo que quiero, voy a derrumbar mi casa y a empezar de nuevo, todos se escondieron ya bajo la noche eterna, sé que el cosmos cuida, a todos por igual». Lloré pensando en el desempleo y en las traiciones, en mis padres, en este país que se lo comen los gusanos, lloré pensando en todas esas veces que me he puesto los audífonos para escuchar mil veces El Tesoro. Gente coreando la misma canción, el ritual de la música, estuvimos ahí, felices, luego habría tiempo para otras cosas que en ese momento dejaron de importar.
Más o menos bien
Hubiéramos querido que Él mató tocará por horas, pero terminó y, desde lejos vimos como Santiago fue el último en abandonar el escenario. Con gratitud lo despedimos, nos tocó abandonar el lugar, con la poca voz que nos quedaba hablamos del momento más emotivo, de la canción que más nos gustó, de la calidad de la banda y todo eso que se dice luego de presenciar algo tan potente. Tomamos un taxi que atravesó las solitarias y peligrosas calles de la ciudad de Guatemala, una ciudad mezquina y desigual, en silencio, sin decir nada, cada uno pensando en su propia experiencia. Metros antes de llegar al lugar en donde pasamos la noche, un auto a toda velocidad se pasó el rojo y chocó de frente contra el auto que nos llevaba. La vida así es de inesperada, uno jamás sabe cómo terminará todo, ruleta rusa que nos toca desafiar a cada instante, es como esos perros que atacan en el momento menos pensado. Salimos ilesos, al otro día regresamos a Xela, nuevamente atravesamos las montañas del occidente guatemalteco, hablamos del concierto y del accidente que libramos. Para Él Mató seguro fue un concierto más, para nosotros un breve momento que llevaremos tatuado para siempre en nuestros corazones. Sí Santiago, por vos, casi moríamos.
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