Entonces, hacés lo que harías siempre que te toca dirigir una entrevista, te preparás, buscás información de la persona con la que conversarás, tenés a mano estadísticas que reflejen los problemas del país, elaborás tu batería de preguntas para dialogar con el candidato y de esa forma conocer cuál es su agenda política. Llega el día del evento y sucede de todo, menos un intercambio de preguntas y respuestas.
En principio porque la persona que estás entrevistando parece desconocer las reglas de ese género periodístico y comienza a actuar a la defensiva cuando le hacés preguntas sobre temas que le parecen «incómodos». Parte de su estrategia «defensiva» es utilizar la violencia. Sí, se llama violencia, aunque la persona diga «que no se dio cuenta» o «que no era su intención» y lo es porque sus acciones tuvieron la intencionalidad de silenciar, de deslegitimar, de desinformar.
Es comunicación violenta, además, porque hay relación desigual de poder, en este caso específico, él goza de un estatus diferenciado no solo por género, sino por el rol que desempeña. Eso le da el «permiso» tácito para pretender que la periodista debía cumplir su voluntad y no cuestionar sus acciones. Por ser hombre, político y con poder económico cuenta con la «autorización» social para controlar y restringir la autonomía de las otras personas y pretender imponer su voluntad sin asumir la responsabilidad del daño que genera.
Vale aclarar que se suelen identificar como formas violentas de comunicación las amenazas, las humillaciones, los insultos, pero existen otras que no son percibidas como tal, por ejemplo, cuando se evita responder a lo que se ha inquirido utilizando como recursos las bromas, esquivando las respuestas o, peor aún, cuestionando la validez de la pregunta. En términos semánticos una pregunta se realiza porque se espera que la otra parte amplíe la información, pero si quien debe responder se anticipa, revierte el sentido de lo indagado, increpa y elude informar, entonces lo que sucede es un claro ejercicio de poder, donde se interpreta a la contraparte como «oponente» a quien conjurar.
En esa misma lógica de control y dominio, la persona violenta mide, evalúa y quiere «ubicar» a la otra parte (ponerla en su lugar) con frases como «usted se equivoca», «tiene mal su información», «revise su fuente», «quién le dijo a usted eso», entre otras. Si todo lo anterior no funciona, siempre puede acudir al recurso del miedo, levantar la voz, poner su cuerpo en posición de ataque e indicarle corporalmente que está al acecho.
Es válido volver a enfatizar en un punto: el entrevistado es candidato a presidente del país. Si estas acciones se producen en una entrevista durante la campaña electoral, fácilmente puede inferirse que esa será la tónica de las acciones futuras. Claramente hay riesgos a la vista. Y como si todo esto resultara insuficiente, si luego de ese ejercicio de comunicación violenta la persona candidata se justifica, refuerza su alegato de inocencia porque «los exabruptos y su comportamiento fueron el resultado del acaloramiento» o porque «no le estaban preguntando sino increpando» es hora de preguntarse ¿qué sucederá más adelante si así son las vísperas?
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