El 17 de mayo se conmemoró el Día internacional contra la LGBTIQfobia, efeméride que permitió visibilizar las violencias estructurales que enfrenta esta población y denunciar la profundización de un modelo deshumanizante que niega a las personas que no quiere ni se esfuerza por comprender. Les niega salud, educación, trabajo, identidad, derechos básicos, reconocimiento; en suma, condiciones para desarrollarse plenamente.
Esta forma de organizar la vida desde las lógicas de dominio heterosexual no se conforma con imponer moldes sobre cómo se debe ser y estar en el mundo, o a quienes se puede —y no se puede— amar según el género asignado al nacer. Además, vigila y castiga a quienes desobedecen ese orden férreo. Los castigos van desde las violencias cotidianas, el encierro o expulsión del hogar, hasta las torturas (mal llamadas «terapias de conversión») y la muerte.
Mientras tanto, se construye una mirada que normaliza la violencia de la supremacía, que naturaliza la distancia entre quienes se postulan como «dueños de la verdad heterosexual» —es decir, quienes habitan los peldaños del privilegio, en cuerpos permitidos y reconocidos— y quienes están en el último escalón: los cuerpos «sin valor», los que «no importan» como postuló Judith Butler (1993) para nombrar la marginación y exclusión que enfrentan quienes han desobedecido ese mandato.
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Las interpretaciones, costumbres, normas y leyes van perfilando una sociedad cómplice de las violencias que no denuncia, de actos horrorosos que ya no le producen ni un escalofrío. Pensemos, de no ser cierto esto que digo, ¿cómo se explica la indiferencia frente a la ejecución extrajudicial de Eldin Choc y Milton Santamaría? Fueron detenidos ilegalmente el 18 de abril de 2024 en una tienda en San Andrés Itzapa, trasladados a una subestación de la PNC, y sus cuerpos, torturados y asesinados, aparecieron días después. ¿Cómo se explica la falta de debate público y acciones institucionales contundentes ante las 156 personas LGBTIQ+ que han sido asesinadas en Guatemala por motivos presuntamente relacionados con su orientación sexual, identidad o expresión de género en los últimos cinco años?
De acuerdo con el Observatorio de Derechos Humanos y Violencias por Orientación Sexual e Identidad de Género de Asociación LAMBDA, en 2023 se registraron 39 muertes violentas de personas LGBTIQ+, incluyendo 10 mujeres trans. En 2024 han sido 36 muertes violentas, 5 de ellas de mujeres trans. Cuerpos que aparecen generalmente en la vía pública, como una advertencia: un mensaje para el resto de la comunidad sobre lo que les puede pasar en cualquier momento. Una advertencia que funciona como violencia simbólica, porque apela al miedo para inmovilizar y silenciar. Una señal clara de la impunidad de la que gozan los perpetradores. Tiran los cuerpos en la vía pública porque pueden, porque saben que no habrá voluntad de investigar de forma pertinente.
La efeméride permitió, además de la denuncia, la puesta en debate de propuestas para desandar esa deshumanización y contribuir en la prevención y erradicación de las violencias. Es posible tejer alianzas estratégicas entre organizaciones que luchan por los derechos de la población LGBTIQ+ y colectivos feministas, de juventudes, pueblos indígenas y defensoras de derechos humanos, para construir fuerza colectiva, recuperar prácticas de solidaridad y apoyo mutuo que fueron históricamente efectivas en momentos de represión estatal.
En tiempos de autocracias y fundamentalismos será necesario replantear alianzas con organismos internacionales y redes regionales que siguen defendiendo los derechos sexuales y reproductivos, además de buscar respaldo técnico y político, así como activar mecanismos internacionales de derechos humanos, tribunales y litigios estratégicos. También será clave fortalecer la capacidad de monitoreo, denuncia y visibilización de violaciones a derechos humanos, aunque no se quiera hablar del tema, así como impulsar prácticas de cuidado colectivo y autocuidado político dentro del movimiento.
Y no dejemos de nombrar la homofobia, lesbofobia, bifobia y transfobia como lo que son: prácticas de opresión política, al mismo nivel que el racismo, el clasismo y el patriarcado. Tampoco perdamos de vista el horizonte ético-político que significa la construcción de un nosotras, nosotres y nosotros más amplio, más justo, más diverso. Porque, aunque parezca una verdad de Perogrullo, la unidad no significa homogeneidad, sino un compromiso común por la justicia social donde todas las vidas importen. Y valgan.
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