Estaba en mi casa a punto de preparar la cena, cuando noté que me faltaba un ingrediente. A la vuelta hay una tienda. ¿Podré caminar una cuadra tranquilamente? La respuesta es no. Llegando a la esquina veo un grupo de hombres corriendo en la dirección en la que voy. Por el corte de pelo tienen aspecto de policías (hay una subestación a dos cuadras). Siento las miradas de los primeros que van pasando a mi lado, y los que van en medio comienzan a gritarme «cht, cht, adiós, colochita» y se van riendo entre ellos. Empecé a sentir enojo y coraje de pensar que allí iban contentos de molestar a una mujer más en su camino y que iban a salirse con la suya impunemente.
En cuestión de segundos, algo me movió para darme la vuelta y dirigirme a ese enjambre de hombres. Traté de hacer contacto visual con ellos y les pregunté qué me habían dicho. «Solo la estábamos saludando», dijo uno mientras los demás se reían. Le seguí diciendo que no entendía por qué me saludaban si no los conocía. Me enojó más su actitud de burla cuando los cuestioné y otro dijo: «Uy, qué enojada». Continué diciéndoles que lo que estaban haciendo se llamaba acoso, que era un delito y que podía denunciarlos. Entonces les cambió la cara y comenzaron a correr más rápido para alejarse. Solo se quedó con quien logré mantener contacto visual y terminé diciéndole que respetara a las mujeres en las calles. Me di la vuelta y caminé hacia el supermercado. Me hervía la sangre. Temblaba de la rabia. ¿Por qué tengo que tomarme la molestia de decirles a unos extraños en la calle que no tienen que molestarme? ¿No debería ser obvio?
Finalmente se retiró la manada y de seguro no entendieron el porqué de mi molestia. Y es que es algo que siempre hacen y nadie les dice nada. Debí parecerles exagerada e histérica. Pero aquí está el detalle: lo que hacen y que parece normal es en realidad ¡violencia contra las mujeres! El piropo es acoso y el acoso es violencia. Ciertamente a muchos se les enseñó que el piropo era algo bonito y halagador, pero ya estuvo bueno. Es hora de cambiar esa idea. En realidad nos hacen sentir incómodas, agredidas e inseguras.
Estas situaciones hacen que, cada vez que deba salir a la calle, piense antes en todo lo que me puede pasar y limite mi libertad. Es ridículo que tenga que dudar de salir a caminar una cuadra porque me van a fastidiar. De cualquier forma me quitan la paz, ya sea porque me altero al contestarles o porque tengo que aguantarme la incomodidad y la frustración. Imagínense vivir esto a diario, varias veces al día, por muchos años de su vida. ¿Hasta cuándo tendremos que seguir aguantando? ¿Qué pasa con nuestro derecho a caminar libres y sin miedo por los espacios públicos?
El acoso callejero es un conjunto de interacciones no deseadas en espacios públicos generadas por un desconocido y que provocan malestar en su víctima. Es una muestra de poder del acosador frente a su presa y se puede manifestar de muchas maneras, como los piropos, que no necesariamente tienen que ser ofensivos. A veces no necesita de palabras y basta con una mirada. También implica invasión del espacio personal y puede haber o no contacto físico.
Esta es una problemática que sufrimos casi todas las mujeres a nivel mundial. De hecho, esta semana se están llevando a cabo acciones en contra de este mal en muchos países como Indonesia, Nicaragua, Reino Unido y Corea del Sur. Sin embargo, en Guatemala, con los niveles de violencia y machismo que tenemos, este mal es aún más grave.
Les extiendo la invitación a que visiten la página del Observatorio contra el Acoso Callejero de Guatemala OCAC GT, una organización que ha logrado visibilizar este mal y recordado que esto no es normal. En su página pueden encontrar más información sobre el tema, guías para denunciar, espacio para compartir sus testimonios, un mapeo del acoso callejero, actividades, recomendaciones de qué hacer en esos casos, etc. Es una invitación a saber que no estamos solas y que debemos sacar la voz y denunciar.
Entonces, ¿qué queremos? Simple. Respeto.
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