Llevo días sintiendo esta tristeza profunda que ha paralizado mis días y ha alterado mi sueño. Hoy hablé con una amiga de este pesar y de lo difícil que me ha resultado articular ideas para escribir sobre este asunto. Ella me dijo unas palabras muy sabias: «No escribás desde el dolor. Escribí desde la fortaleza». Y creo que esas son palabras que deben llegarnos a todos en estos momentos tan difíciles.
Actuar desde el dolor nos encierra en la tristeza y en la culpa y nos orilla a muros de lamentos, de eternos cuestionamientos y de golpes en el pecho. En cambio, actuar desde la fortaleza puede llevarnos a desenmarañar esta dura realidad que, en efecto, nunca debió haber ocurrido. Es urgente encontrar, en medio de la bruma, luces que iluminen caminos para descifrar lo que está pasando y frenar esta violencia multidimensional.
Esto me hizo recordar una ocasión en la que escuché al sacerdote jesuita Ricardo Falla narrar su experiencia de acompañamiento a los sobrevivientes de las masacres durante la guerra en Guatemala. Él vio el llanto de ellos y cómo sus lágrimas cayeron y se fueron convirtiendo en enojo hasta llegar a ser luz transformadora. De sus lágrimas brotó una fortaleza extraordinaria, difícilmente adquirida en otro contexto. Y esta es su riqueza, su valor y su aporte para construir otros mundos posibles, más humanos. Y es que recabar los testimonios de los sobrevivientes fue difícil y doloroso, pero necesario para perfilar el camino de la búsqueda incansable de la justicia.
A poco más de una semana de esta tragedia, me parece que debemos insistir en al menos tres elementos clave para decodificarla: el primero, no ignorar la situación de clase de estas niñas; el segundo, advertir el agravamiento de la tragedia por su condición de género; y finalmente, una invitación a repensar la política.
El primer elemento nos arroja que estos crímenes de Estado (que abarcan no solo la masacre del 8 de marzo, sino también hechos anteriores y posteriores) los sufren esencialmente las personas más pobres porque son clasificadas como de menor o nulo valor para la sociedad. El segundo elemento tiene que ver con lo que ser mujer significa en esta sociedad patriarcal: ser un objeto para goce y dominio masculino, pasando por humillaciones y violencias que refuerzan esa idea.
Finalmente, el tercer elemento es una invitación a repensar la política y lo político. La política tradicional es la que nos tiene sumidos en esta grave situación: los partidos, los funcionarios, las instituciones y su corrupción. Pero no debemos desestimar la importancia de lo político que nos concierne a todos, que da pie a cuestionar las relaciones de poder y da cuenta del interés por lo público, por lo común, y que nos lleva a informarnos, organizarnos y actuar con empatía y en comunidad. Ya vimos que el candidato presidencial que se jactaba de ser «no político» no da la talla.
En aquella ocasión Ricardo Falla también nos recordaba que, cuando más oscura está la noche, más cerca está el amanecer. Que estos momentos sean verdaderos llamados a la conciencia, nos sacudan y nos animen a no conformarnos solo con hacer bien nuestro propio trabajo. Esta realidad nos exige resignificar la política, salir y actuar frente a tantas injusticias para apresurar ese ansiado amanecer.
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