Sí y no.
Luis von Ahn está hablando de política. A ver: no le tengamos miedo a esa palabra con pe. La política no es que sea para unos sí y para otros no. Pensemos en ella como algo que nos concierne a todas. Politicémonos. La política nos permite imaginar y construir otros mundos posibles que nos han sido negados (y no dejemos de cuestionarnos por qué). La política nos da la posibilidad de cambiar las reglas del juego que benefician a unos pocos en detrimento de las mayorías.
Ahora bien, la política —como esa posibilidad de creación y de transformación— implica un conjunto de ideas, valores y creencias que orientan la toma de decisiones respecto a lo público. Este conjunto de ideas que guían las acciones es la ideología. Estas ideas parten de supuestos que están atravesados por la historia y por la experiencia de las personas y de las sociedades y pasan tanto por la razón como por el sentir. De alguna forma, la ideología se traduce en los lentes con los que miramos y nos explicamos el mundo.
Lamentablemente, debo admitir que en la actualidad el espectro ideológico tradicional medido de izquierda a derecha es insuficiente. Desde hace un tiempo izquierda y derecha se utilizan como etiquetas vacías para descalificar o prejuzgar personas, ideas o acciones. Incluso, quedan bien como insultos en sí mismos. Estas etiquetas nos reducen a buenos y malos, a los que piensan como yo y los que no.
Entiendo el desgaste de este esquema tradicional en el contexto en que vivimos: desde un país en posguerra que no ha sanado y que está marcado por una narrativa simplista entre bandos hasta el contexto latinoamericano de gobiernos que llegaron al poder ondeando la bandera de la izquierda y que hoy por hoy son tan deplorables como aquellos que criticaban.
El rechazo de la ideología y de etiquetas también es fruto de la despolitización de las sociedades, que termina siendo funcional para ciertas élites. Ahora bien, más allá de mi preferencia por mantener una discusión ideológica, lo cierto es que muchas personas ya no se sienten cómodas con las etiquetas, así que dejaré a un lado lo de izquierdas y derechas e iré a lo que hay detrás de las conceptualizaciones.
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Para iniciar la reflexión, traigo a la mesa algunas condiciones mínimas de las democracias como la alternancia del poder, las elecciones libres, la existencia de pesos y de contrapesos y la libertad de expresión. Ahora bien, hemos visto que algunos gobiernos identificados como de izquierda o de derecha han violado estos principios. Imaginemos que de pronto no pudiéramos manifestar nuestro descontento con las acciones de los gobernantes ni exigirles cumplir con su trabajo (aló, Jimmy). Mucho se habla también del Estado de derecho en las democracias liberales. El problema es cuando ese Estado de derecho es discrecional y las leyes e instituciones favorecen intereses particulares de élites que controlan el Estado. En Guatemala hay vacíos legales y debilidades institucionales que no son casuales, sino prácticos y funcionales para los que abusan del poder.
Tristemente, los valores clásicos de la democracia que menciono terminan siendo un lujo en países como el nuestro. La democracia como procedimiento no es suficiente para hacerles frente a los números y a las imágenes de la desigualdad, la desnutrición, la pobreza, la pobreza extrema, el racismo, el clasismo, la violencia homicida, la violencia contra las mujeres, la inseguridad, la falta de acceso a educación y salud, etc.
¿Con qué lentes vemos esta Guatemala? ¿Cómo nos explicamos el origen de estos problemas estructurales? ¿Cómo entendemos sus implicaciones? ¿De qué forma se pueden transformar?
Los lentes que uso para ver el mundo me obligan a centrarme en los problemas estructurales para ir a la raíz. Yo no creo posible salvar este país si el acceso a la salud (seguros, hospitales y clínicas privadas), a una educación de calidad (colegios y universidades privadas) y a seguridad (condominios, vehículos propios, seguridad privada, etcétera) es solo para quienes lo pueden pagar.
Por ello es importante entender que no se trata solo de hacer funcionar de forma eficiente y transparente el sistema que tenemos, sino que hace falta ir más allá para transformar las grandes injusticias del país. La política nos permite imaginar y construir otros mundos posibles que nos han sido negados.
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