Hoy, 2 de marzo de 2017, se cumple el quinto aniversario de la lucha continua de la resistencia en La Puya, así como el primer año del asesinato de la activista hondureña Berta Cáceres. Ambas representan las luchas desde abajo, contra los abusos del Estado y de las empresas mineras e hidroeléctricas, para conseguirnos un mejor mundo donde vivir.
La resistencia de La Puya es resultado de un pueblo que venció la indiferencia, se movió y se organizó para frenar un proyecto que busca extraer oro y plata en un terreno entre San José del Golfo y San Pedro Ayampuc, muy cerca de la capital. ¿Por qué? Porque los habitantes de aquel pueblo no quieren ver las montañas destruidas ni sus tierras y el agua contaminadas. Porque quieren cuidar los bienes de la naturaleza, que son de todos, y quieren dejar un lugar habitable para todos. Son ya 1 826 días de presencia en el camino que entra a la mina, durante los cuales han dado su tiempo, sus recursos y sus energías para mantener la lucha. ¿Y qué ganan? Mucho, pero ante todo la satisfacción de saber que actuaron frente a las injusticias y de construir algo que a muchos guatemaltecos nos hace falta: comunidad.
Berta Cáceres fue asesinada en su casa en horas de la madrugada, entre el 2 y el 3 de marzo. Fue una líder que luchó por defender los ríos que se busca explotar a cualquier costo, incluso el de la vida. Llevaba más de 20 años trabajando por las comunidades y defendiendo los bienes naturales cuando su voz fue silenciada, pero su mensaje multiplicado. «¡Despertemos, humanidad! ¡Ya no hay tiempo!», es una de sus frases más recordadas.
Ambas luchas se gestan desde pueblos en países donde cuidar y defender los bienes de la naturaleza representa no solo un peligro, sino una amenaza contra la propia vida. En ambos casos, la represión ha sido fortísima y no han faltado la criminalización y las difamaciones. En fin, se han suscitado momentos duros que a cualquiera nos quebrarían, pero ellos han sacado más fuerzas de allí.
Muchos de nosotros no hacemos nada frente a las injusticias que vemos porque creemos (o preferimos creer) que ya nada se puede hacer. Sin embargo, estos luchadores nos enseñan que la virtud más grande es no dejarnos robar la esperanza, ya que de ella brotan los motivos para seguir luchando por alcanzar ese otro mundo posible.
Es esta esperanza la que alimenta su quehacer político, pero no esa política tradicional que hacen los partidos y los funcionarios en el Gobierno, sino la política construida desde abajo y en la cotidianidad: la que surge al salir cada quien de su metro cuadrado y actuar por lo común y lo público, al tejer redes con los otros y las otras y hacer comunidad. Ese quehacer político que cambia la forma de ver el mundo y la manera de percibirse a sí mismos y de entenderse como sujetos políticos, capaces de generar cambios. Por supuesto que hay cansancio. El camino está lleno de contradicciones y obstáculos, pero pueden más la esperanza y la fuerza de la unión.
Y es que parece que hay algo que no terminamos de entender. Ellos no luchan por defender su parcela o su vida. Están luchando por defender la vida de todos nosotros, pues todos necesitamos agua y tierra para vivir (porque el agua no nace en el chorro ni las verduras en Walmart).
Últimamente han estallado voces que se declaran «provida» a capa y espada, pero ¿dónde están cuando se trata de defender esta otra vida? Porque la vida también hay que defenderla, sobre todo, fuera del vientre de las madres, donde nos enfrentamos a los peligros más grandes, los que amenazan la vida de las mayorías a causa de la codicia y la avaricia.
Para terminar, toda mi admiración, todo mi respeto y toda mi gratitud a los hombres, las mujeres, los niños, las niñas, los héroes anónimos que dan su vida para defender la vida de todos. Que su lucha no sea en vano y nos inspire cada día a dar un poquito más.
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