Es como si la humanidad finalmente hubiera decidido salirle al paso al eterno desafío del crecimiento económico, amarrándolo esta vez a condiciones muy particulares. En otras palabras, hemos acordado que no cualquier camino nos llevará adonde queremos llegar: lograr esos niveles de bienestar a que aspiran los 17 ODS, que en el caso particular del crecimiento económico implica que no cualquier tipo nos sirve porque hemos hecho una opción explícita por aquel crecimiento que privilegia el empleo y que no degrada el medio ambiente.
No es de extrañarse que el empleo haya logrado un espacio tan privilegiado en este nuevo acuerdo global. Porque al final la historia recordará que la negociación de los ODS sucedió en un mundo que aún no terminaba de reponerse de la Gran Recesión del 2008 y de las tremendas secuelas que ha dejado en los países desarrollados en términos de desempleo y agudización de las desigualdades sociales y económicas.
Por otra parte, para países menos desarrollados como Guatemala, el empleo no ha dejado nunca de ser una de las grandes deudas que como sociedad tenemos con esa inmensa mayoría de ciudadanos, principalmente jóvenes, que se ve obligada a refugiarse en la informalidad y en actividades de baja productividad. Esta realidad responde a una estructura económica que no ha podido ser transformada suficientemente para diversificarse en territorios y sectores de actividad y con ello absorber el factor de la producción más abundante que tenemos: el trabajo.
El ODS 8 lanza un enorme reto a los países menos adelantados al proponer que mantengan un crecimiento del producto interno bruto de al menos un 7 % anual, meta por demás ambiciosa para Guatemala, que desde la transición a la democracia ha crecido en promedio al 3.5 %. Es más, salvo en los años 2006 y 2007, ¡no ha sido capaz de alcanzar tasas ni siquiera mayores al 4.5 %! El bajo crecimiento económico se vuelve un problema aún mayor tratándose de un país con una de las mayores tasas de crecimiento poblacional y de uno de los más rurales de la región latinoamericana.
Pero hay otras cosas que también deberían llamar la atención de los guatemaltecos con relación al ODS 8. Nos habla muy al oído sobre muchos otros temas cercanos, como por ejemplo la prioridad que debe tener el empleo de jóvenes, los derechos laborales de trabajadores migrantes o el importante papel que puede jugar el turismo sostenible en la generación de puestos de trabajo y promoción de cultura y productos locales.
Todas ellas son áreas que debemos capitalizar y cuanto antes traducirlas en acciones concretas en rubros como la provisión de infraestructura básica con sentido de equidad territorial, la consolidación de redes de protección social que permitan amortiguar choques económicos y climáticos que afectan de manera desproporcionada a la población más vulnerable y el relanzamiento de una política industrial que genere condiciones básicas para la transformación productiva que el país debe tener.
En general, los ODS llegan en una coyuntura crucial para Guatemala, en un momento de cambio en el ciclo político que se conjuga con grandes expectativas y demandas de la población, que exige en plazas y calles un cambio sustancial de rumbo en la manera como se ha gestionado el Estado. De ahí que propuestas concretas sobre crecimiento, productividad, inclusión y empleo ciertamente pueden constituirse en temas alrededor de los cuales comencemos a resolver rezagos históricos de la Guatemala de hoy.
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