¿Qué lectura social hacer de manifestaciones de choferes de autobuses urbanos que piden que se les perdonen las multas de infracciones cometidas, muchas de ellas relacionadas con afrentas contra la seguridad y la dignidad de los usuarios?
¿En qué mente cabe la sola idea de pedir que alguien que ha cometido una infracción vea como justo solicitar que se le perdone una multa merecida? Tengo muy presente las muchas veces que me tocó ir medio colgada en la puerta de un bus que no perdonaba...
¿Qué lectura social hacer de manifestaciones de choferes de autobuses urbanos que piden que se les perdonen las multas de infracciones cometidas, muchas de ellas relacionadas con afrentas contra la seguridad y la dignidad de los usuarios?
¿En qué mente cabe la sola idea de pedir que alguien que ha cometido una infracción vea como justo solicitar que se le perdone una multa merecida? Tengo muy presente las muchas veces que me tocó ir medio colgada en la puerta de un bus que no perdonaba a nadie que se interpusiera en su camino, que paraba en cualquier lugar para recoger a las desesperadas personas cuyo único objetivo era llegar a sus trabajos a tiempo —y vivos— porque, después de todo, no había otra opción que arriesgar la vida.
¿Y por qué la atención se pone en la necesidad de aumentar el tiempo de estudios para asegurar que los maestros salgan más preparados? ¿Alguien acaso ha olvidado que es más importante concentrarse en la calidad de la educación primaria y en la imperativa necesidad de aprovechar los contenidos de las diferentes materias para la formación de una ciudadanía responsable, con la mentalidad crítica que le permita un análisis y una comprensión real de su papel en el entramado social de su país?
Una vez más las miradas de la mayoría se colocan en los síntomas y no en las causas de viejos problemas irresueltos, relacionados siempre con las mismas problemáticas históricas que han dejado como resultado inevitable a una ciudadanía polarizada, víctima de las desigualdades más brutales y con una siempre presente insatisfacción que muchas veces se traslada en reacciones violentas y arrebatadas.
¿Acaso hemos sido educados para la mediocridad, el desencanto y la desesperanza? Por lo menos así es, sospecho, para esa gran mayoría a la que le toca ver cómo sus hijos mueren de desnutrición y van a escuelas sin escritorios; esa misma a la que en la ciudad le toca correr detrás de buses que intoxican sus pulmones, mientras a su lado pasa un blindado carro último modelo que lleva a los hijos de un diputado al exclusivo colegio en donde sí sabrán en dónde queda París cuando toque la clase de geografía.
¿Qué tipo de país —de gobierno— propicia este tipo de manifestaciones sabiendo que no habrá resolución alguna?, ¿y qué tipo de ciudadanos somos, que podemos seguir aceptando todo como si no se tratara del país en donde nuestros hijos están creciendo? Creo que no tendríamos que estar haciéndonos este tipo de preguntas si nuestras necesidades más básicas estuvieran satisfechas y si tuviéramos una comprensión cabal de lo que el término justicia significa.
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