Ixmukané Rodriguez, tejedora kaqchikel de Tecpán, explica que cuando oye esto, contesta: «¿y por qué se refiere usted a sus tejedoras, como si fueran objeto de su pertenencia? Una respuesta diferente sería: “yo tengo compañeras que son tejedoras y nosotras trabajamos en colectividad, yo me encargo de ver cómo distribuyo sus productos, porque a ellas les cuesta salir de sus comunidades”»
«El arte del tejido es un legado ancestral de nuestras abuelas», explica Ixmukané. «Cada tejido tiene un significado, dependiendo de donde viene la indumentaria. Cada huipil cuenta del territorio, del pueblo. La simbología tiene relación con el cosmos, con la naturaleza, con todos los elementos que son sagrados para nosotras, como el agua, la tierra, el sol, la luna, el aire, el fuego. Se realiza una conexión con estos elementos al iniciar un tejido».
«Al iniciar un tejido, empezamos con una conexión con la abuela luna, Ixchel, la abuela del arte del tejido. Es a ella que le pedimos permiso antes de iniciar, para que nos dé de su sabiduría y de su energía. Pedimos que su fuerza nos acompañe en este proceso de sembrar, de tejer», cuenta Ixmukané.
Siento mucha calma al escucharla y ella me sigue contando: «esa sabiduría de la abuela Ixchel, la pedimos desde el momento de deshilar el hilo, de urdirlo, de colocar los palitos, de seguir tejiendo. También le pedimos al aj, que es una caña, el soporte de abajo, para que todo vaya recto. Nuestros tejidos inician desde el momento que nos hincamos, es un inicio desde la Madre Tierra, pasando por nuestras rodillas y finalizando en nuestras manos que van tejiendo. Se pone también la caña en la cabeza para recibir esa sabiduría».
Ixmukané cuenta también del ximaj, que representa la veintena de hilos que se utilizan. El número veinte se vuelve a encontrar, por cierto, en los veinte nahuales, un paralelismo con los diez dedos de la mano y diez dedos de los pies del ser humano.
Soy sensible al vocablo «sembrar» que usa Ixmukané. Me sigue comentando cómo empieza el ritual antes de tejer y agrega: «luego ya estoy lista para empezar a sembrar el diseño. Sembramos por filas, como cuando usted siembra y hace sus surcos».
Esta tejedora, defensora de los derechos colectivos de los pueblos indígenas, ya no quiere que se use la expresión «traje típico», que es parte de la penosa folklorización hacia los pueblos originarios. Prefiere el término «indumentaria maya».
«El arte del tejido también lo vemos como una especie de terapia. Plasmamos nuestras emociones en el tejido que va avanzando. Si estamos en desequilibrio o si nos sentimos tristes, se resiente y se nota en el tejido, porque no camina el tejido, no avanza. En la escuela de tejedoras de Tecpán se habla bastante y las tejedoras que están aprendiendo resaltan el tema de las emociones a la hora de tejer juntas. Nosotras nos emocionamos al ver cómo va avanzando una compañera en su tejido, es una alegría comunitaria y grupal», dice.
La lucha por la propiedad intelectual colectiva
En este vídeo se puede escuchar a Ixmukané Rodriguez explicar que las tejedoras son las autoras intelectuales de los tejidos. Muchas tejedoras están hartas de que se usurpe su arte, que se regatee, que se compre a un precio injusto y que se revenda sin que la autora del traje, la tejedora, vea ninguna o muy poca ganancia. Esto se suma al movimiento nacional de tejedoras para que se apruebe la iniciativa de ley 6136.
Angelina Aspuac, tejedora y parte del Movimiento Nacional de Tejedoras con el que en 2014, iniciaron la batalla legal para que se reconozca la propiedad intelectual colectiva de los pueblos indígenas, en específico de sus textiles, comenta: «Como dijo una compañera y voy a repetir sus palabras, para nosotros el tema de propiedad intelectual es una grosería. No debería de haber. De hecho, deberíamos de compartir todos los conocimientos, sin egoísmos, pero lamentablemente el mundo no funciona así, el mundo mercantil, todo se lo apropia, todo lo vende. Y ante esa problemática nosotros también tenemos que ver de qué manera nos protegemos y alegamos nuestros derechos como creadoras porque el mundo se los está llevando y además se los está quedando. Deberíamos nosotros, los pueblos, de imponernos frente a terceros, frente al mundo para defender nuestra tierra, nuestros ríos, nuestros textiles, y si la gente quiere hacer uso, o quiere lucrar sobre nuestras creaciones o sobre nuestras aguas, nos deberían pedir permiso. No solo de llevarse las cosas».
Para seguir reflexionando sobre el tema de la apropiación o aprovechamiento de los saberes ancestrales, comparto mi columna sobre la uniformización del paladar por parte de las empresas. En el tema de los territorios, de la gastronomía, de los tejidos, lo que se busca es el justo retorno del poder, de la soberanía. Sin embargo el conjunto de creencias occidentales nomás le apunta al «desarrollo» y no al poder de orientar su sistema (cultural, agrícola, económico) como los pueblos lo entienden: de forma justa para la sociedad y la tierra.
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