Que es esa línea recta sugerida por las cronologías, ilustradas en los libros de texto, en las que el progreso es inevitable y el pasado siempre queda atrás. El tiempo del reloj «homogéneo y vacío», calibrado en función de un futuro proyectado, un evento individual, un fenómeno periódicamente recurrente. El determinismo estricto de la física newtoniana, donde el futuro se despliega desde el pasado de manera predictiva. Momentos sucesivos que se van sustituyendo. El tiempo del capitalismo, del colonialismo y del militarismo.
Ese tiempo parece haberse interrumpido de alguna manera durante la pandemia. Su linealidad fue dislocada en la ruptura de la rutina o su transformación en ritmos atropellados por ratos y suspendidos por otros. En el peor de los casos, la sensación de que el presente está aguantando la respiración mientras todo pasa. El tiempo, podemos decir, se ha vuelto un problema. A la vez vivimos tiempos problemáticos —aun cuando el statu quo insista en hacerse de la vista gorda y en pretender que las agujas del reloj y la productividad sigan girando—.
Los tiempos problemáticos llaman a problematizar el tiempo. Es decir, a cuestionar su naturaleza y su relación con la historia, la memoria, la política y la justicia. Plantear posibilidades para el cambio desde allí. No se trata de generar ficciones o de forzar realidades distópicas, si bien sí puede requerir de la disposición a encontrarse con fantasmas. Esto es posible en un tiempo indeterminado como el que estudia la teoría cuántica y como el que han cultivado muchos pueblos originarios, en el que el pasado no queda atrás, sino que está siempre aquí.
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Convivir con fantasmas es tener la vocación de estar con ellos, de convocarlos, de hacer presente su voz. Significa invitarlos a volver aunque no desaparezcan nunca y estén siempre en todas partes. A la larga, no existe tal cosa como la ausencia. Pero los fantasmas pueden estar y no ser notados, no ser atendidos. Percibirlos, hacerles justicia, implica habitar otra temporalidad, una que, más que recordar, permite re-membrar el pasado, materializarlo. Relacionarnos de manera directa con las marcas que su borradura deja en la realidad y en nosotros. Quizá esto sea necesario para que podamos vivir un duelo más responsable por las víctimas de este sistema de anulación sistemática del que formamos parte, las que ya no están aquí y las que vendrán. Poner en práctica un duelo más responsable por todos los que han muerto y están por morir en esta pandemia a causa de la desigualdad y la corrupción voraz, por la avaricia del capitalismo, expresadas en la negación de la salud para quienes no tienen acceso a recursos, personas racializadas en su mayoría. Negligencia derivada del racismo, que es una forma de genocidio. La guerra y la colonización ejercidas por otros medios.
El vacío de las más de diez mil muertes en su mayoría evitables es notable. No es ausencia de materia y de energía, sino el lugar donde la vida y la muerte se encuentran en la forma de espectros, como lo sugirió Derrida. El aspecto fantasmagórico de la física cuántica, la indeterminación del tiempo que problematiza todo binarismo, nos recuerda que cada ausencia causa una dislocación, una discontinuidad. Este es el lugar en el que podemos identificar las marcas que las prácticas históricas de anulación han dejado y siguen dejando, donde es posible escuchar a las ausencias y darse cuenta de que el vacío no está nunca vacío, pues el pasado no está nunca terminado y el futuro no se despliega alejándonos de lo anterior. Más bien habitamos un mundo en permanente proceso, cuyo devenir siempre está siendo materialmente reconfigurado por las anulaciones, las borraduras y las muertes violentas. Así, todas las vidas que hoy nos faltan a causa de este gobierno no solo son fantasmas presentes, sino que son parte constitutiva del aquí-ahora. Cultivar prácticas de duelo colectivo que nos lleven a relacionarnos de manera directa con quienes no están, reconocer su presencia no como negación de la muerte, sino como reconocimiento de sus efectos, puede ser una manera de buscar justicia y de generar aperturas para nuevas historias posibles, formas dignas de vivir y de morir.
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