Otra joven recién graduada comenzó a trabajar en una oficina pública, y uno de sus jefes la acosó sexualmente. Otra, estudiante universitaria, fue agredida sexualmente por un profesor. Ellas tampoco van a denunciar. Por el mismo motivo.
Puedo seguir enumerando, pero, por su valor pedagógico, alcanza con estos relatos. Sucedieron en la vida real, aquí nomás, en esta ciudad. No es un invento, para nada. A estas alturas ya debemos saber que aquí la realidad supera —y con creces— la ficción.
¿A qué le temen estas mujeres? ¿Por qué no se denuncian estos delitos?
Motivos sobran. En primer lugar, en la mayoría de los casos quienes acosan, violan o agreden sexualmente son hombres mayores o con mayor reconocimiento social. Estos tipos no son ogros antisociales. Son docentes, artistas, abogados, periodistas, intelectuales… «Mejor pensemos en quiénes no», decíamos algunas hace pocos días para concluir que no existe un «quiénes no». En ese sentido, existe entre ellos y las mujeres que agreden una asimetría de poder.
Esa misma distancia entre lo que tiene permitido él en la vida y lo que tiene permitido ella hace que muchas veces se guarde silencio sobre lo sucedido. Ellas se convencen de que, si los denuncian, recaerá sobre sus vidas todo el peso de los mandatos históricos por haber roto el silencio impuesto. Y probablemente así será. No faltarán quienes osen decir que «ella lo provocó», que ella «se vestía de forma muy provocadora», que «pobrecito él, que cayó en sus redes». Entonces, existe el temor a ser señaladas y a que no se crea en su palabra, a que de todas formas se dé vuelta el discurso y ellas terminen siendo las responsables de la agresión de la que fueron objeto.
Pero hay otro temor que se suma al del escarnio público: que se cierren los espacios laborales, académicos, o que nunca logren graduarse. La mayor parte de los relatos coinciden en que los agresores son sujetos reconocidos, con trayectoria en su disciplina y considerados «buenas personas», lo cual hace que, inmediatamente, quienes aparecen en la escena como las «problemáticas», las «escandalosas», las «exageradas» sean ellas, con la concomitante consecuencia del cierre de las oportunidades. Además, ellos mismos se suman a campañas para colocarse como víctimas y establecer «pactos de caballeros» con otros que en el futuro no querrán contratarlas o aprobarles los cursos.
Existe un tercer temor: enfrentar la vergüenza en el ámbito familiar, con el papá, con el novio, con el hermano, con las tías. «No quise que ni novio se enterara de este lío», me dijo una de ellas. Porque, aunque las mujeres hayamos dicho una y mil veces que hay que colocar la vergüenza del lado que corresponde, la de los agresores, eso aún no pasa. Se sigue quedando del lado de quienes sufrieron la agresión.
Y, por último, el temor a la falta de certeza del mismo sistema de justicia, que debería proteger a las mujeres previniendo este tipo de casos y acelerando los procedimientos. Pero eso tampoco pasa. Muchas de ellas no confían en que allí esté la respuesta que ellas necesitan.
Nosotras sabemos que, si no hay denuncia, los agresores quedan impunes. Sin embargo, por ahora los miedos pueden más que la rabia, la impotencia y el recuerdo que perdurará por muchos años, aun cuando se haya buscado ayuda terapéutica.
Sin ponerles nombre y rostro a los agresores, cualquier hombre es sospechoso, decía un colega hace un par de días. Sí, en efecto. La violencia sexual contra las mujeres no distingue condición social ni económica, así que, de la misma forma que todas nosotras somos vulnerables, todos los hombres son potenciales agresores. Y acepto que esta afirmación a muchos les parezca grosera, exagerada, retorcida. Puede ser, incluso, que usted se considere un aliado nuestro. Ahora interpélese. ¿Cuántos agresores sexuales conoce? ¿Cuántos están en su círculo cercano? ¿De cuántos casos se ha enterado y no ha hecho nada «porque aquel es cuate»? ¿Cuántos casos ha escuchado en su esfera laboral y tampoco ha hecho nada «porque aquel es colega»? ¿Cuántos de los casos que conoció denunció? ¿A cuántas de las mujeres agredidas usted apoyó poniendo en evidencia al agresor?
Si mi afirmación le duele, le indigna o le parece exagerada, manifiéstese, rompa el pacto de caballeros, denuncie, ponga su granito de arena para que nosotras no tengamos miedo a decir públicamente, con nombre y apellido, quién nos violentó.
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