Al reconocerlo, Muadi se presentó y le ofreció su futura colaboración. Al opositor le tomó por sorpresa e hizo un gesto de perplejidad. Muadi reaccionó con ademán de haber entendido por qué y replicó, con tono clarificador:
—Ah, no. Es que yo no soy Patriota. Yo soy de los empresarios.
Tiempo después, Muadi intentó ser el delegado del Legislativo en la Junta Monetaria. Y luego, fue presidente del Congreso. Y más tarde, hace poco más de una semana, el Ministerio Público y la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala solicitaron que se le quitara el derecho de antejuicio. Lo acusaban de haber utilizado su posición para pagar la seguridad privada de su familia, al tiempo que robaba la mayor parte del dinero destinado a pagar sus guardaespaldas. El día en que presentaron la investigación, las evidencias lo hicieron aparecer como un raterillo cualquiera, torpe y de poca monta, despreciable incluso en el mundo del crimen.
La imagen de Muadi, con su aire noble y un poco risueño, su pasado de directivo en la Cámara de Industria y su honorable bigote, se convertía así de inmediato en la de uno de esos empresarios que el sentido común nacional dice que no existen: los ladrones.
Esos empresarios notables y ladrones.
Esos ladrones bien vestidos.
(Tanto éxito ha tenido ese discurso de que los ricos no roban.)
Pero el hecho es que existen. Aún está por decidirse judicialmente si Muadi es uno de ellos, pero el hecho es que existen. Claro que no son todos. Probablemente no sean mayoría. No sabemos cuántos son. Y no es ni siquiera lo más importante. Porque en realidad no es necesario que roben. (Robar, así, puñadito a puñadito, es una torpeza reservada a los más inútiles o a los más desaforados, a mentalidades adolescentes o soberbias que se sienten invencibles.) Hay maneras mucho más sutiles de facilitarse injustamente la riqueza: bogar con el viento a favor, ser juez y parte, imponer las reglas generales que me beneficiarán a mí.
Basta con asegurarse de que, al violar leyes, se contará con la connivencia del Estado, como sucede por ejemplo con aquellos que no tienen en orden sus estudios de impacto ambiental. O mejor aún, basta con asegurarse de que ni siquiera habrá controles. De que vendrá un ministerio y me dirá: "¡Usted, autorregulese! O si no, nos van a hacer enojar..."
Basta con hacer las leyes, las normas, los impuestos —y por eso es importante el Legislativo.
Con no hacer que se cumplan —y por eso es importante el sistema de justicia.
Con diseñar los tratados internacionales y los procesos económicos —y por eso son importantes el Ministerio de Economía, el de Relaciones Exteriores, las embajadas, la Junta Monetaria, el Banguat.
(O el Instituto Nacional de Bosques: casi el 70% por ciento de la madera exportada o procesada por la industria local proviene de la tala ilegal. ¿Quién se oponía a informatizar los controles para hacerlos más efectivos? Eureka. Los representantes que los empresarios tienen en la junta directiva).
En 2006, el Banco Interamericano de Desarrollo y la Universidad de Harvard dijeron:

Han pasado casi diez años y el sector privado organizado ha perdido algo de peso porque otra gente ha aprendido a jugar con las mismas cartas marcadas, pero, aun así, en 2012, Plaza Pública demostró que la mejor forma de predecir cómo votará un diputado no es conocer su sexo, ni su etnia, ni a qué distrito representa. No lo es, ni siquiera, fijarnos en el partido al que pertenece. La mejor forma de predecirlo es estudiar si es cercano u opuesto a las cámaras patronales y a Cacif.
Muadi, con seguridad, era una pieza de todo este sistema, como otros diputados, magistrados, ministros, secretarios, presidentes, directores, fiscales, alcaldes, comisionados y achichincles, aupados a ese lugar para que hagan lo que debe hacerse —proteger los intereses de la manada— aunque ellos mismos no hayan robado nada.
Por eso su respuesta, tan informal, tan espontánea, no era banal ni intrascendente. Condensaba una buena parte de esta práctica política que llamamos democracia y solo es totalitarismo invertido, un oligopolio de las decisiones, como ya explicamos en otro editorial: aun si había recalado en el Congreso como miembro de un partido y como resultado de unas elecciones, no se sentía identificado con ese partido ni se reconocía representante del interés general o el de sus votantes.
Él pertenecía al bando de los empresarios.
No al de cualquier empresario: al de aquellos empresarios que siempre han sabido organizarse para, vinculándose con la política, financiando campañas, agasajando a candidatos, ocupando cargos decisivos o colocando a sus delegados, poner al Estado a su favor. Capturarlo y cooptarlo.
Aunque casi nadie ha hecho demasiado hincapié en ello, no han sido buenas semanas estas últimas para la aristocracia empresarial. Con el caso Muadi, optaron, que sepamos, por un patronal silencio. Poco antes vieron cómo una operación del MP y la Cicig llevaba a la cárcel, por supuestos delitos en la contratación de servicios de salud, a su representante en el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social y en la Junta Monetaria, y a su allegado presidente del Banco de Guatemala. Hicieron una defensa de oficio.
Pero hace semanas, en cambio, declararon muy ufanos que apoyarían las investigaciones contra empresarios por el caso La Línea, y que expulsarían de la gremial a aquellos que estuvieran implicados. Quizá intuían ya que no había ninguno de los suyos.
La persecución contra Muadi sirve para recordar una obviedad trivial que a menudo pasa desapercibida: que entre los dirigentes empresariales de aspecto impoluto y discurso casi filantrópico (la Creación de Empleo, el Derrame de Riqueza, el Desarrollo de la Nación) también hay gente mezquina, voraz, y malhechora. Y que los demás callan o defienden en público siempre que sea uno de los suyos.
Pero hay una verdad menos evidente y más profunda: lo mezquino y malhechor es el conjunto de engranajes, su lógica de desigualdad y dominación. Y a todo ello le ha ido dando forma mucha gente; las patronales en buena medida.
¿Quieren los miembros de Cacif un sistema ecuánime, o solo deshacerse de sus adversarios? Creeremos lo primero cuando estén dispuestos a prescindir de sus privilegios.
En un foro reciente, un vicepresidente de Fundesa, el centro de análisis del empresariado organizado, dijo que a raíz de las contrariedades actuales habían empezado a plantearse si era prudente continuar en las juntas directivas de las instituciones corporativistas, o si abandonarlas. Que lo hicieran, aunque naciera de los motivos incorrectos, sería un primer paso, pero exigiría reformar la Constitución.
De momento, la corrupción es el sistema. O mejor dicho, su motor. Y son pocos los que, ahí en las alturas, pueden alegar inocencia.
Nota de edición: (15:00 08/07/2015) Por un error de cálculo se decía que el 60% de la madera procesada o exportada provenía de la tala ilegal. El porcentaje es casi del 70%. Disculpas por el error.