El discurso del presidente Bernardo Arévalo al concluir su primer año de gestión fue otra oportunidad perdida para establecer una comunicación política significativa y llenar los zapatos de un líder. Muchas frases retóricas, eufemismos y un resumen ejecutivo de los logros de su gobierno que tomó escasos diez minutos. Más que empeñado en despejar la idea de la poca efectividad del gobierno, el mandatario parecía tener prisa por terminar un evento incómodo. Ante la abierta hostilidad de los diputados opositores, no le faltaba razón. En un arranque de mala educación y carencia de sofisticación política se produjeron varios incidentes de una ridiculez penosa para los protagonistas. Se ufanan de ser «dignatarios de la nación», pero son incapaces de respetar la investidura de quien representa la unidad nacional.
Si nos atenemos al discurso, durante su primer año el presidente se enfocó en cumplir con lo mínimo. Después de varios gobiernos liderados por el crimen organizado, que el erario no sea utilizado como botín puede ser considerado el más significativo de los logros. El presidente promete y ha cumplido con no traicionar lo que él considera su mandato: respetar la ley y no ser deshonesto con el uso de los recursos. Pero este mínimo, burocrático y sin imaginación, resulta insuficiente porque la ventana de oportunidad que se abrió para Guatemala con la elección de Arévalo exigía un reclamo contundente del poder político.
Desafortunadamente, el presidente parece no aceptar el dilema existencial que constituye el hecho de que el crimen organizado mantenga una porción importante del poder del Estado y que lo use constantemente para cometer abusos e implantar el imperio de la impunidad para sus afines. Minimiza su importancia y justifica su inacción como un necesario respeto frente a la supuesta «institucionalidad» del país. Como en aquella historia infantil, el rey es el único que no sabe que va desnudo.
Más relevante fue la exposición (también en extremo sintética) de las líneas de trabajo que promete para este año. La orientación popular del discurso es evidente. El centro de su gobierno estará en hacer de Guatemala un lugar dónde se pueda «vivir bien» es decir: atención médica, educación, carreteras, seguridad. Además de prometer que va a luchar en contra de la corrupción, se enfocará en cuatro proyectos centrales: infraestructura, migrantes, productividad agrícola, juventud. ¿Serán implementadas estas líneas de acción de manera estratégica?¿Cómo se establece la conexión entre los distintos proyectos? Las preguntas flotan en el ambiente sin la respuesta que nos sirva para comprender el andamiaje que sacará a nuestro país de los números rojos en desarrollo humano y del grave problema de movilidad no solamente física, sino social que mantiene la migración como única opción de un mejor futuro.
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Quizá el proyecto que más curiosidad genera es el dedicado a la juventud. El presidente le apuesta a un programa de becas para la educación superior y especialización universitaria. Además de un proyecto de certificación de cursos técnicos. Y, aunque expresó el haber previsto gastos de manutención para que los jóvenes no tengan que optar entre el estudio o el trabajo y acceso equitativo, su planteamiento parece inmaduro y desata muchas interrogantes.
Hablar de estudios superiores e incluso de especialización en un país con los déficits de educación que tiene Guatemala, es como intentar poner la guinda a un pastel que no se ha cocinado. La cobertura en el nivel medio y diversificado es la más baja de Centroamérica, por debajo de Honduras y El Salvador. El 31.6% de las mujeres guatemaltecas entre 3 y 16 años no asisten a clases y, de 16 a 18 años, sobrepasa el 60%. Además de la brecha de género, existe la brecha étnica. Las mujeres mayas que viven en áreas rurales, con frecuencia se ven forzadas a desplazarse hacia centros urbanos o a otros departamentos. La población ladina duplica a la población indígena en materia de acceso a la educación secundaria. Los bajos índices de cobertura tienen mucho que ver con la deserción estudiantil. Las causas son muchas: económicas, embarazos en adolescentes, migración, además de encarnar un serio cuestionamiento a la calidad de una educación que con frecuencia no es pertinente para las necesidades reales de los jóvenes.
En cuanto a la preparación de los estudiantes para estudios superiores, es importante considerar que, de 2018 a 2022, solo un 6% de los estudiantes matriculados en universidades públicas lograron graduarse, en comparación con las universidades privadas con un 10%. Por cada seis estudiantes ladinos matriculados, un estudiante maya tiene matrícula universitaria. Por cada siete estudiantes ladinos graduados, un estudiante maya se gradúa. En el caso de maestría, 8 mil ladinos se encuentran matriculados a comparación de tan solo 800 mayas. Estos datos nos indican las serias brechas de desigualdad que el sistema educativo debe afrontar.
Los jóvenes en Guatemala han sido abandonados por las políticas públicas. Muchos de ellos han encontrado más cobijo en espacios delincuenciales que en una sociedad que les niega la promesa de un futuro mejor. Esta situación es particularmente grave para este momento histórico debido a los importantes cambios demográficos que estamos viviendo. La población económicamente activa en Guatemala es una de las más grandes de la historia de nuestro país. Además, la mayoría de esta población ha dejado de ser rural y se ha establecido en «ciudades intermedias» que deberían ser el motor del desarrollo. El bono demográfico (mayoría de la población joven, en edad de producir riqueza) y la consolidación de una población mayoritariamente urbana son dos razones estratégicas para aspirar a un crecimiento acelerado que podría ser ambicioso. Desafortunadamente, esta lotería sucede en un país que ha invertido muy poco en capital humano y las deficiencias estructurales podrían hacer que la oportunidad pase de largo.
Los beneficios asociados al bono demográfico no se dan de manera automática. Se requieren fuertes inversiones, especialmente en la educación de los jóvenes. Fundamentalmente, se necesitan políticas educativas y de empleo adecuadas e integrales para aprovechar los beneficios del bono y su efecto sobre la reducción de la pobreza y el desarrollo sostenible. Al igual que en la educación y el empleo, deben hacerse inversiones en la salud, en especial en su salud reproductiva, que resulta primordial para este aprovechamiento sobre todo en un país donde existen tantos embarazos adolescentes. No puede dejarse de lado la capacitación para el empleo -incluyendo el emprendimiento con acceso a capital semilla- ya que muchos de ellos no desean optar por estudios universitarios, pero pueden constituir una fuente importante de aumento en la productividad mediante sus propios emprendimientos.
Por esta razón, la propuesta del presidente parece insuficiente. Sin duda beneficiará a muchos, pero la existencia de una población joven que podría ser el motor del desarrollo económico hubiese merecido un abordaje integral. ¿Cómo puede Guatemala aprovechar el bono demográfico, aspirar a un crecimiento económico más ambicioso y, de paso, resolver las causas profundas de la migración? La sola respuesta a esta pregunta podría involucrar a todos los ministerios y sentar las bases para la construcción del largamente anhelado bien común.
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La educación de los jóvenes es una de las acciones más importantes que la sociedad guatemalteca debe enfrentar en el corto plazo. Además, los jóvenes necesitan de un proyecto nacional que pueda incorporarlos a la vida económica y política del país; un sistema de salud que atienda sus particulares necesidades, oportunidades de recreación y movilidad. Se trata de la atención integral a la mayoría de la población guatemalteca, porque la mayoría está en el rango de edad juvenil. Por esta razón, se trata de un desafío que no puede resumirse en un solo proyecto y precisa de la activa participación de toda la institucionalidad del Estado. Para un gobierno que hasta hoy parece carente de brújula y que no logra convencer acerca de la coherencia de su proyecto para Guatemala, los jóvenes constituyen una oportunidad: la posibilidad de hallar el norte.