Plaza Pública nació cuando el internet empezaba a caber en el bolsillo a través de un celular y prometía democratizar el acceso a la información. Fue el momento oportuno para que pequeños grupos de hombres y mujeres hicieran un periodismo que no cabía en las redacciones tradicionales.
Las páginas web ofrecían difusión, ahorrando costos de distribución e impresión, y llevarían los reportajes y editoriales a rincones profundos de forma gratuita. Fue el inicio de una época muy fértil para el periodismo independiente, en la cual surgieron muchas iniciativas que lograron publicar lo que medios tradicionales, dominados por grandes capitales, no hubiesen publicado. Fue una época en que la ciudadanía se fortaleció porque tuvo acceso a la información y al debate de las ideas, desde muchos puntos de vista. Plaza Pública ocupó un lugar en este proceso de maduración de una ciudadanía todavía en ciernes.
La expresión periodismo «independiente» describe un principio de ética democrática: la defensa del derecho de todos a saber. Encarna valores como la libertad de expresión, el control de los poderes mediante la investigación y publicación de los desvíos, exigiendo rendición de cuentas, el debate de las ideas e, incluso, la construcción colectiva de qué entendemos por bien común.
Este ethos básico es el compromiso del periodista independiente y no puede existir sin el amparo de las garantías y libertades de una sociedad democrática. No depender de grandes financiamientos rompió el monopolio de qué realidades eran narradas y qué temas eran debatidos, más allá de la censura que antes imponían los dueños de los grandes medios.
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La objetividad va de la mano de la independencia. Un medio debe asumir la responsabilidad que implica formar opinión. Cuando el periodismo se sesga y manipula, socava su credibilidad. Pero, ser objetivo no significa la carencia de una postura política, sino afirmarse en valores políticos más amplios que los partidistas. El periodismo independiente trata de construir democracia mediante un pensamiento crítico, basado en los hechos y está en capacidad de discutir las falencias de las decisiones políticas o de las mismas ideas democráticas, siempre perfectibles.
Es indudable la relación de codependencia entre periodismo independiente y democracia. Lo que está inclinándose al escabroso terreno de la incertidumbre es qué le espera a la independencia del periodismo en sociedades en donde se ha ido sembrando la desconfianza en la democracia y que se encaminan hacia modelos autoritarios.
¿Cómo se ha llegado aquí? El acto de sembrar desconfianza tiene autoría diversa: por una parte está la gente que siente un creciente temor a las transformaciones culturales fruto del ejercicio de la libertad y el desafío de los prejuicios concebidos como valores “tradicionales”. Culpan al periodismo de ser responsable de la destrucción de esos valores por cubrir temas tales como la igualdad de género, o las crecientes migraciones, o el reclamo de derechos para la diversidad sexual. Estos grupos no objetan, sin embargo, lo que el periodismo revela: la creciente pobreza fruto de la desigualdad, los exorbitantes costos de acceder a la salud, la escasez del agua o el insufrible tráfico como las verdaderas causas de un mundo cada vez menos habitable.
Pero la desconfianza no solamente es orgánica, fruto de miedos subyacentes o de fanatismos. También obedece a propagandas diseñadas con estrategia y recursos que difunden discursos de odio, noticias falsas, teorías de conspiración absurdas y el desprestigio del conocimiento verificable de la ciencia. Se habla ya de una «guerra cultural» que se desarrolla en los espacios de la comunicación masiva y que ha provocado polarización y radicalismo.
Las plataformas digitales y sus dueños son hoy más poderosos que los gobiernos. Imponen algoritmos que funcionan como cajas de resonancia para esta propaganda e impiden una distribución orgánica de lo que se publica. Está comprobado que han incidido de manera premeditada en procesos electorales. Son un factor importante de la creciente ola autoritaria que ha permitido que, en tiempo real, veámos desmoronarse la libertad de expresión en un periódico tan importante como el Washington Post, o ver excluidos de la Casa Blanca a los periodistas de la Associated Press por no complacer los criterios caprichosos de Donald Trump.
El mundo cambió y el periodismo está en la mira. Ante la llegada de estos vientos llenos de turbulencia, nos preguntamos si la comunidad humana va a consentir, o incluso, a promover el retorno a la imposición de verdades únicas y retomar los fanatismos. Nos preguntamos si, debajo de los intentos de la propaganda, no está la de retomar la vieja construcción del poder del hombre blanco. Nos preguntamos si la propagación de discursos de odio racial no esconde la justificación de la codicia sobre los recursos naturales de los pueblos. Nos preguntamos si las sociedades libres van a ceder a la fascinación que provocan los líderes abusivos promotores de la «mano fuerte» o del «big stick».
En fechas recientes, un conocido empresario guatemalteco atendió a una reunión para rendir tributo al presidente Nayib Bukele. En sintonía con la atmósfera de la situación, ofreció cambiar los hechos acerca de la llegada de un producto a El Salvador porque según su catadura moral, la verdad puede cambiarse. Para personas como él, la verdad es solo una narrativa maleable a conveniencia.
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Centroamérica no se quedará atrás del giro autoritario. Regímenes como los de Ortega o Bukele van a la cabeza en la cooptación del espacio de debate acerca de la verdad y, por tanto, su enemigo es el periodismo independiente. En Guatemala, el caso icónico de José Rubén Zamora nos anuncia las nuevas formas que adoptará la represión. La justicia es lo de menos, necesitan tenerlo encerrado como mensaje al periodismo independiente que es capaz de cuestionar su narrativa.
En tiempos de cambio, el periodismo debe realizar una autoevaluación. La capacidad de seducción de la propaganda no puede ser soslayada y el periodismo profesional e independiente tiene ante sí el desafío. Hay que asumir los retos de la forma, porque cómo comunicamos se ha convertido en un problema tan importante como el de qué comunicamos. La lucha por dominar el espacio del debate de la verdad es, y ha sido siempre, parte sustancial de la lucha por el poder.
Desde Plaza Pública estamos dispuestos a adaptarnos a esta nueva era generando, no solamente investigaciones de profundidad, sino un ecosistema de formatos de comunicación que nos acerque a más personas y nos permita navegar los cambios profundos en la comunicación. Pero sobre todo, nuestro proceso de adaptación está enfocado en ahondar y difundir los valores que construyeron el periodismo independiente, como un baluarte de la democracia. Que las sociedades del presente y del futuro logren encaminarse al bien común depende, en gran medida, del coraje y claridad de un periodismo que no renuncia a sus valores.
Cualquier otra opción no llevará más que a la pérdida de la libertad y del espíritu humano y, con ello, a la posibilidad de revivir horrores como los que la historia nos relata. Con estas afirmaciones y la consciencia del trabajo que tenemos por delante, Plaza Pública celebra un nuevo aniversario.