Un escudo contra la tragedia

La vida está llena de cosas terribles que nos han sucedido, nos suceden y (de nuevo arruinando la historia) nos van a suceder. Nosotros los que tenemos hijos sabemos que no podemos ahorrarles todos los dolores. Es más: si queremos arruinarles la vida sin dudarlo, tratemos de evitarles sufrir. Estemos pendientes de ellos para que jamás se caigan, nunca sangren, no sepan a qué sabe el dolor. Imposible. Porque lo que sí sirve para tener una cierta medida de anticuerpos es sentir las cosas desagradables y trascenderlas.

Los estoicos tienen mala fama entre las personas que creen que son insensibles. Los juzgan desde la postura equivocada, pues creen que, por haber sido una filosofía expuesta por hombres que se encontraban en posiciones privilegiadas en la Antigüedad, poco pueden haber conocido de lo que la gente común y corriente, menos aun la desatendida, pasa todos los días. Pero saquémonos de la mente eso de juzgar las corrientes filosóficas por sus exponentes, sobre todo por considerarlos fuera de contacto con la realidad de todos. Con pocas excepciones, los filósofos, esas personas que han tenido la oportunidad de sentarse a considerar la forma de vivir como oficio, siempre han tenido cubiertas sus necesidades básicas. Es por eso que tuvieron el tiempo para no hacer nada más que pensar. Quitarles mérito a las observaciones agudas de alguien que pudo hacerlas simplemente por eso mismo es perdernos de todo lo que es esencial en la vida aunque no sea vital. Es claro que no se puede comer una obra de arte, pero no por eso deja de hacernos mejor la existencia el aporte de belleza. De igual forma, una manera de ver la vida que nos aligere la carga inevitable que conlleva, ¿no tiene valor en sí misma?

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Todos tenemos problemas y siempre estamos en medio de dos medidas: los que están peor y los que están mejor que nosotros. Pero, como bien decía mi mamá, mi catarro es el catarro más desastroso de la historia simplemente porque es mío y porque lo estoy pasando yo. Lo que nos duele no deja de hacerlo solo porque hay alguien con circunstancias más adversas. Y tampoco la pasamos peor solo porque hay una persona que tiene mejor vida. Las sensaciones (no lo externo, sino lo exclusivamente interno) solo las podemos manejar nosotros mismos.

Hacia dentro, la mejor forma de afrontar todo lo que nos alcanza la vida es con un paso de distancia. Es una vacuna, no un escudo, contra las tragedias. Porque de nada nos sirve ahogarnos en nuestras penas hasta quedarnos sin poder hacer nada para salir de allí. Alimentar la rabia, el enojo, la tristeza solo las engorda, y lo que nos pasa ya es suficientemente engorroso como para hacerlo peor. Hacia fuera debemos querer ayudar, ser solidarios con las personas que nos rodean, aliviar sus circunstancias personales. Sobre todo porque sabemos que cada uno lleva sus penas de distinta forma.

El remedio más efectivo contra el dolor es ayudar a alguien más. Y eso siempre lo podemos hacer sin importar nuestras circunstancias. Creo que es un momento más que adecuado para probarlo.