«El sistema económico que domina el mundo actual no hace más que forzar a la gran mayoría de la humanidad a vivir con indignidad y pobreza. Además, amenaza todas las formas de vida, incluso la vida misma. Es una economía perversa. ¿Por qué? Porque la economía, contrario a lo que nos cuentan, no es una ciencia. Es en realidad una disciplina cuya función es construir modelos matemáticos que pretenden interpretar y representar los procesos del mundo en el que vivimos. Y es tal la adhesión a dichos modelos que, cuando las políticas económicas que se implementan basadas en ellos no funcionan, no es porque el modelo esté mal, sino porque la realidad hace trampas.
»Si la economía fuese una ciencia, los economistas actuarían como científicos.
»Es decir, si se constata que una teoría o modelo no funciona en la realidad concreta, de inmediato se descarta para buscar alternativas. Eso es ciencia y es exactamente lo que el economista no hace. Ultimadamente, ello resulta en un mundo manejado por politiqueros asesorados por economistas que no conocen ni entienden la realidad.
»La economía convencional —o mainstream— se sustenta en teorías neoclásicas de fines del siglo XIX, la cuales, a su vez, se basan en una cosmovisión mecánica. Ello implica que lo único que persigue son metas cuantitativas representadas por el crecimiento medido a través del producto interno bruto (PIB), que se ha convertido en el indicador fundamental universal transformado en fetiche. A estas alturas hace mucho daño. Puesto que el mundo no es mecánico —como supone la economía neoclásica—, sino orgánico —como lo entiende la economía ecológica—, no hay que sorprenderse de que la disciplina, tal como se enseña, cree economistas desconectados de la realidad. Para ellos —los devotos— es imposible percibir la inseparabilidad entre economía, naturaleza y sociedad.
Fundamentos peligrosos
»Los fundamentos de la economía dominante se componen de tres principios peligrosos. Primero, la insostenible obsesión del crecimiento con incrementos exponenciales del consumismo. Segundo, el supuesto de las externalidades, que desplaza todos los efectos negativos de la responsabilidad de los procesos económicos. Tercero, la aberración macroeconómica de contabilizar la pérdida de patrimonio como incremento del ingreso. Cada uno de estos principios puede generar efectos negativos, pero los tres juntos pueden resultar devastadores tanto para la naturaleza como para la sociedad. A su incapacidad de comprender el mundo real agreguemos la arrogancia de los economistas convencionales. Como aquel articulista que dijo que “los economistas saben más sobre las leyes de las interacciones humanas y han reflexionado más profundamente sobre ellas y con mejores métodos que cualquier otro ser humano” [1]. Es bueno saber que la filosofía, el derecho, la psicología, la sociología, la antropología, la medicina et al. sobran. Para qué recurrir a ellas si basta preguntarle todo a un economista».
Los párrafos de arriba son extractos de un libro fraguado, investigado, escrito y publicado por un físico y un economista que creían que «es la distribución del poder económico y financiero la que determina cuán justa es una sociedad» y que, por consiguiente, «cuanto mas concentrado esté el poder, menos justa será una sociedad». Resumen su trabajo de años con esta reflexión: «Para construir una sociedad que se aproxime a la más ideal, debemos mirar críticamente el paradigma de mercado y preguntarnos si no puede ser sustituido por una alternativa más humanizada». Pues eso.
Les lanzo un hermoso reto para concluir. A quien identifique el libro y a los autores y me convenza de que este libro nació para estar en sus manos, se lo regalo.
Nos tomamos un café. O una copa. De repente escribimos un libro.
rrecinos@gmail.com.
[1] Lo dijo el profesor español Ignacio Palacios-Huerta en un artículo de 2014 titulado La guía del economista para el futuro, en el cual admite que los economistas han sido incapaces de prever crisis financieras, pero que igual pueden preverlas con facilidad (La Tercera, Chile, 15 de febrero de 2014).
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