Es una de esas paradas técnicas en las afueras de un pueblo cualquiera en medio del desierto. Aprovecho a estirar las piernas, retorcerme la espalda y hacer pipí con cuidado de no salpicar a una víbora de cascabel.
Hace poco más de 48 horas que salí de El Paso con una misión de varios propósitos. Quería, antes que nada, ver a un amigo que viajó a San Antonio. Tenía quizá más de un año de no verlo y la última vez que nos vimos ambos atravesábamos momentos bastante complicados de nuestras vidas.
Quería salir de El Paso, manejar durante horas y pensar. Los viajes en carretera, sobre todo si son largos, sirven para sostener esas conversaciones que no se puede tener en un restaurant o en casa. Quizá porque, viajando a 120 kilómetros por hora, en la monotonía del paisaje, nadie puede escapar del vehículo para huir de la conversación. O, cuando vas solo, no puedes poner la tele, encender la PlayStation o tomar un libro para escaparte de esos coloquios que a veces es bueno tener contigo mismo.
Buscaba además cumplir un pequeño ritual que ha marcado mis últimas tres mudanzas. Viaje para pensar, para ver a mi amigo y para ir a Ikea a comprar unos muebles. No fue como cuando amueblé mi apartamento en Guatemala o cuando tuve que comprar de nuevo todos los muebles de donde vivo ahora tras descubrir que los apartamentos no eran amueblados. Esta vez fue una empresa mucho más modesta, más centrada en el ritual de visitar la megatienda sueca que en el propósito utilitario de hacerme de muebles.
Al final me traje una mesa para la cocina, otra para la tele y un gavetero en oferta. Aún me falta un perchero. Tengo años de estar buscando un perchero para poner en la entrada de casa y comprar un par de sombreros para colgarlos. Me hace ilusión colgar un par de sombreros en la entrada de casa, supongo que decora mucho.
De vuelta de Ikea, en la autopista entrando a Austin, dos chicas en otro carro comenzaron a hacernos señas. Supuse que como me pasó casi 20 años entrando por la autopista a Valencia, eran chicas que buscaban ayuda para celebrar la despedida de soltera de una de ellas.
Supuse mal. Tenían cinco kilómetros de estar siguiéndonos para decirnos que traía el pidevías puesto. “¡Pensé que estaban flirteando con nosotros!”, le grité de carro a carro. No dijo nada. Pero la cara de “ah, viejo iluso” que puso me devolvió a la realidad.
La oportuna ofrenda de dos cervezas por parte de unas chicas que estaban en el restaurant donde paramos a comer ayudó a recuperar un poco la autoestima. No fue que nos mandaran bebidas con un mesero como en las películas. Más bien, paramos a comer a un restaurant de Barbacoa estilo Texas, que por algún motivo no vende alcohol pero permite que cada cliente lleve sus bebidas. Cuando le pedí una cerveza al mesero, me informó de esa norma. Mi protesta fue respondida por las chicas de la mesa vecina. Antes de pagar la cuenta e irse, nos pusieron las cervezas en la mesa y dijeron que preferían regalárnoslas antes de tirarlas a la basura.
Hablar con Julio siempre es bueno. En general es bueno hablar con alguien para explicarle el momento particular de tu vida que estás atravesando. Pero si es una persona que te conoce desde hace años, que sabe tu historia, no podés adornar los hechos ni esconder los detalles que explican el por qué de las cosas. Y, con una sonrisa, me descubro confesándole que me siento una persona afortunada, que soy feliz y que después de un año acá siento que he comenzado a llegar al lugar donde pensé que venía. Ha sido un año difícil desde que dejé Guatemala pero ya estoy encontrando el rumbo.
De vuelta en San Antonio se siente un ambiente de estas ciudades turísticas a la fuerza. No tiene playa, no tiene bellezas naturales, no tiene historia aparte de El Álamo, ese fuerte donde el general mexicano Santa Ana masacró a los Tejanos que defendieron el fuerte durante días, desatando una ola de indignación que los llevó a la guerra. Una especie de Pearl Harbor o 11 de Septiembre decimonónico.
Y a partir de esa única atracción turística -queda la impresión- han armado un paquete de ofertas que atraen viajeros. Es como si los hubiera asesorado uno de mis hijos que, subido arriba del Templo IV de Tikal, me dijo que las ruinas eran aburridas porque “solo están allí, no hacen nada”. Los gringos pusieron frente a El Álamo, una calle con museos. Pero no de los museos aburridos que van a ver los europeos cuando van a Nueva York. Estos son más como el “Museo de los Récords Mundiales de Guinness” y “El Museo de Ripley, de lo Increíble”. Además hicieron una serie de canales por donde pasa el río que atraviesa la ciudad y llenaron de hoteles y bares las márgenes de los canales.
Al final, quedó lo que buscaban. Un distrito turístico nada distinto de las áreas turísticas de baja gama en cualquier otra parte del mundo. Universitarios borrachos, parejas de recién casados y familias que a las once y media de la noche arrastran niños pequeños, tratando visitar todas las atracciones posibles para rentabilizar la inversión.
En el camino de vuelta a casa recibo una llamada de los chicos. Estamos a pocas horas de que el mayor cumpla 14 años y, aunque sea de lejos, aunque sea por teléfono, trato de pedirle paciencia, explicarle que esa etapa de la vida es difícil pero que, como todo, pasa. Y que siempre, el día siguiente, el mes siguiente, el año siguiente será mejor. El otro me recuerda que quedan menos de dos semanas para volver a vernos.
Mientras devoro milla tras milla, el paisaje va cambiando de esas planicies con árboles a un desierto salpicado de pozos petroleros. Los bosques pasan a ser chaparral y el chaparral se convierte en desierto y el desierto es mi hogar. Entre los cactos y los izotes me detengo a estirar las piernas. La luna apenas ilumina el horizonte, este paisaje lunar. Pasa un trailer a toda velocidad y levanta una polvareda que envuelve todo. Disparo el obturador de la cámara, reviso que haya quedado bien y me subo al carro. Hizo bien tomar un descanso, pero aún queda un trecho para llegar a casa.
The walls are built up, stone by stone,
The fields divided one by one,
And the train conductor says:
“Take a break Driver 8, Driver 8 take a break
We’ve been on this shift too long.
Take a break driver 8, we can reach our destination,
but we’re still ways away.”
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