Su propuesta va en el sentido de articular un movimiento de lucha antifascista, algo que en el plano internacional está siendo construido por diversos movimientos sociales y por la ciudadanía indignada. El caso más reciente se está viviendo en Estados Unidos y en Brasil.
Comparto con dicho análisis que las últimas acciones del Ejecutivo y del Legislativo, con algunos apoyos en el sistema de justicia, son acciones abiertamente fascistas y que ya de manera absurda se manipula la realidad y se fabrica y reproduce la mentira. Lo que se hace en foros nacionales e internacionales, como el pasado discurso que dieron los presidentes centroamericanos en Miami, Estados Unidos, o en la Cumbre Iberoamericana, da igual: son foros teatrales y sin ningún efecto para cambiar su imagen frente al mundo.
¿Cómo construir un movimiento antifascista en Guatemala cuando la sociedad aún es presa de un conservadurismo que hoy se refuerza con el miedo y con algunas falsas creencias religiosas y de otros liderazgos conservadores que se han difundido? Además, en Guatemala con razón existen causas tan diversas y opuestas, unas históricas estructurales y otras desde una mejora práctica de la sobrevivencia, hasta la de mantener intereses gremiales y de clase. Por ello, difícilmente se podría aglutinar dicho movimiento amplio, plural y de suma progresiva.
Lo que sí aglutina y podría alejarse de las actuales mafias que nos gobiernan es el hartazgo por la corrupción y la mentira, el uso otra vez abusivo de los recursos públicos y de la ley, la desfachatez de la clase política y la defensa de una institucionalidad que mantiene ciertas garantías de una democracia en construcción, el afán de no perder esto y nuestras libertades individuales. Cualquier individuo, con religión o sin ella, apela a la moral, a la ética, al bien común y a la libertad de la sociedad. Aunque no se practiquen, en el imaginario se mantienen como un deber ser.
Todo lo anterior debería aglutinar una acción única frente a esta coyuntura de cortísimo plazo. Y el objetivo tendría que ser sacar a las mafias del poder y seguir develando y quitándoles sus instrumentos a algunos sectores empresariales que siguen siendo parte de estas mismas estructuras. Que Iván Velásquez ejerza lo que ya se decidió legalmente, que entre al país, sería un hecho que ayudaría a lograr dicho objetivo.
Esto debe lograrse antes de que el juego de las elecciones se realice. Porque ese sería el segundo objetivo, no necesariamente con una única fuerza plural, sino con fuerzas que expliciten sus ideologías y proyectos políticos para que una ciudadanía que avance en la información tenga capacidad de discernir y elegir de manera más consciente, no manipulada. Los medios de comunicación social independientes tendrían que formar parte de este esfuerzo. Y entonces sí, que el juego de la democracia se haga bajo reglas más limpias y que esas fuerzas plurales entren en igualdad de condiciones en los diferentes niveles de los poderes del Estado, pero especialmente en el Congreso de la República.
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Allí veo un proyecto político de Thelma Aldana, de Semilla, de otros partidos dirigidos a las clases medias urbanas de todo el país y, por qué no, de algunos sectores populares cuyas propuestas sociales pueden ser atrayentes. Allí entrarían también las organizaciones de migrantes y algunas representaciones de pueblos indígenas que abiertamente han simpatizado con este proyecto político cuyo lema principal sería la anticorrupción y el rescate del Estado para la asignación de políticas públicas que mejoren las condiciones de empleo, salud, educación, vivienda y fortalecimiento de sectores económicos, especialmente de la micro-, pequeña y mediana economía.
Otras fuerzas de izquierda tendrían que construirse como otra opción. Eso sí, renovadas, abiertas a la pluralidad y con miras a situarse en un escenario internacional que dispute un proyecto político claramente poscapitalista, que defienda las principales luchas sociales que se llevan a cabo en el país, que sea reflejo de ellas y, por supuesto, con un evidente discurso y práctica de transformación social progresiva, es decir, cocreando una cultura política interna y externa democrática, antirracista, antixenofóbica, de igualdad de género; una nueva economía; nuevas conquistas por el poder real territorial, y nuevas dinámicas internacionales de la izquierda, sin avalar los viejos dogmas y las mismas prácticas de la derecha de asesinar, robar y aprovecharse de la sobrevivencia de las masas.
Y allí veo la propuesta del Codeca y su articulación en movimiento e instrumento político con un claro objetivo de mediano y largo plazo. Desconozco si finalmente la URNG, Winaq, Convergencia y algunos de los movimientos sociales que por su trayectoria histórica simpatizan con dichas iniciativas estarían dispuestos a cambiar sus tradicionales formas de actuar para lograr simpatías mayores, empezando por construir una alianza real. Esta puede ganar localidades, territorios y cuotas importantes en el Congreso si se lo propone de manera audaz. Y, sin ser parte de un mismo proyecto político, puede llegar a pactos de complementariedad con el proyecto de Thelma Aldana a la cabeza. Esto ayudaría a avanzar en una verdadera transición y construiría bases más reales y sólidas para un proyecto político del país. Porque una sola alternativa política electoral, pegada con chicle y sobre la base de oportunismos que afloran en todos los procesos electorales por la falta de claridad hacia la población en general, no sería diferente de lo que estamos tratando de destruir: la vieja y pestilente política partidaria. Asimismo, correríamos el riesgo de perder frente a la derecha y a la ultraderecha pentecostal, esa que aspira al fascismo y a seguir profundizando la desigualdad, el conflicto y la impunidad.
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