Muchas autoridades, si no son cómplices, son los meros narcos. Conocí a un tipo, investigador, que tenía fotos de los políticos más prominentes con los capos más importantes del país. Decía que, cuando las investigaciones iban demasiado arriba, sus jefes los limitaban. Y era entonces cuando buscaban a periodistas para filtrar la información y aunque sea dar golpes mediáticos.
Y eso que uno no cuenta bastantes policías de a pie. Quién no los ha visto entrar a las cantinas en horas en que deberían estar cerradas a recibir su mordida para que continúe la farra. O bien, en vueltos más altos, la organización del famoso tumbe, que consiste en plantar un retén cuando se sabe que viaja un cargamento para robar el producto y vendérselo a otro cartel. Recuérdense del caso de los diputados salvadoreños.
Estas historias son comunes en Centroamérica, en México y, en mayor o menor medida, en todos los países del planeta. Un pariente en Estados Unidos me contaba cómo era de fácil conseguir heroína en los barrios de Chicago y que la Policía era precisamente la guardiana de estos productos. Y muchos se preguntan cómo es eso de que rara vez se sabe de narcos estadounidenses capturados. Uno intuye que los senadores y los poderosos magnates algo tienen que ver en ayudar a permitir que las drogas ilegales entren por cualquier vía al país más consumidor de sustancias.
Tuve un profesor canadiense en el colegio que nos contaba una historia: aseguraba que la marihuana había sido ilegalizada porque, cuando era libre su comercialización, se creaba con ella una resina que era tan barata que se usaba para fabricar ropa y que estaba desbancando a los algodoneros, quienes movieron sus pitas y, junto con otros poderosos, lanzaron una campaña contra la marihuana, de modo que se criminalizó su uso y hasta se logró ilegalizarla.
No es que defienda la marihuana ni ninguna otra droga, sino que todos los que alguna vez nos hemos fumado un porro sabemos que es una droga mucho menos ofensiva que el alcohol, que en cambio provoca una pérdida absoluta de conciencia y despierta una impulsividad agresiva que jamás provocará un puro de mota.
Entonces, a lo que voy es a que decretar que tal droga es ilegal tiene más de conveniencia que de peso real, pues vayan ustedes a hablar de prohibir, por ejemplo, los anuncios de alcohol en el país. Los linchan. Peor si denuncian las fiestas que se hacen en el puerto, donde la publicidad va enfocada a los patojos de 15 años.
En fin, la criminalización de las drogas tiene tanto de arbitrario, y en nombre de esta gran lucha mundial han muerto tantas personas, tantos funcionarios corrompidos. Tanta sangre que chorrea en la tierra. Vean el caso de México y los 43 desaparecidos: es una cosa en la cual carteles vinculados al Gobierno desaparecieron a los estudiantes y a muchísima gente más.
Se han escuchado motivos para sustentar esta guerra infructuosa. Una es que la cantidad de personas que trabajan en esto en todo el mundo es tan grande que se quedarían sin lugar para laborar, lo que significaría un problema serio para Estados Unidos. También está eso que se dice de que estos mecanismos de inteligencia son usados no solo para motivos de narcotráfico, sino para mantener el control de cualquier forma en los países, por lo que no convendría desarticular estos aparatos logístico-militares.
Sin embargo, la Caravana por la Vida, la Paz y la Justicia viaja de Honduras desde el 28 de marzo y busca llegar a Nueva York el 18 de abril, con muchos acompañantes de víctimas de esta guerra perdida, para acudir a la asamblea de la ONU sobre asuntos de drogas (Ungass) y hacer ver que la estrategia es fallida, que el enfoque criminalizador ha fracasado, que hay que reinventar esta batalla y que quizá el punto de vista más sensato sería desde una óptica de salud, desde la cual las adicciones se combatan como lo que son: una enfermedad.
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