En 1837, Andersen escribía sobre un rey vanidoso por sobre todas las cosas. Un rey que nunca pasaba tiempo en consejo, resolviendo los temas del reino, pero, en cambio, lo pasaba en el vestidor, admirando frente al espejo sus trajes nuevos.
Ante tan limitada visión de sus funciones aparecieron dos sinvergüenzas que, bajo la falsa promesa de tejerle una tela con el poder de separar a los tontos de los inteligentes, lograron que el rey soltara fuertes cantidades de oro, sedas e hilos finísimos. Los truhanes le hicieron creer a todo el reino que, a pesar de que el telar funcionaba todo el día sin ningún material en sus peines, estaban tejiendo una tela única, que solo los inteligentes podían admirar.
La historia, señor presidente, es muy parecida a la suya.
Sin la inocencia de un cuento folclórico infantil.
Lo suyo ha sido rodearse de asesores cuyos intereses son contrarios a lo que su investidura como presidente obliga: representar uno de los tres poderes que conforman nuestro sistema republicano y democrático. Se ha rodeado de voces que hacen eco de su miedo a la justicia para guiarlo en el sentido opuesto a aquel en el que Guatemala necesita dirigirse con urgencia.
El telar de la narrativa que nos cuentan está vacío. Defienden lo indefendible. La Corte de Constitucionalidad ha emitido un fallo que han torcido en interpretaciones a conveniencia. Y así, con la respuesta de su gobierno indicando que «harán uso de sus facultades y recursos para defender la Constitución», están amenazando con no obedecer. La CC tiene la última palabra en materia constitucional, y lo que corresponde es aplicar lo ordenado sin chistar.
En el Congreso, los aliados de este nefasto pacto de corruptos hacen todo para conseguir los votos que les permitan saltarse a la CSJ, anular a la CC y, de paso, cortarles la cabeza a las entidades que les estorban en su plan de impunidad, como el PDH y, si se les pone al brinco, el MP.
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Parece un plan perfecto, pero no lo es. La desesperación con que evaden la justicia nos hace inferir que son culpables de todos los delitos que se les imputan. Lo que no tienen es la dignidad de presentarse frente al juez y demostrar que son inocentes, mucho menos de asumir con estoicismo que, si incurrieron en crímenes, lo que corresponde es cumplir condenas. Hasta en eso tiene más altura Otto Pérez: militar de carrera con un pasado sórdido, pero con la entereza de no tirar el país por la borda intentando huir de lo inevitable.
Debajo de todas las capas que montan para falsear la realidad, siete de cada diez queremos un país con un sistema de justicia sólido y libre de corrupción. Las encuestas serias nos dicen que esa división que tanto cacarean no es tanta: una mayoría cree que el trabajo conjunto de la Cicig y el MP es necesario para empezar a limpiar las raíces de un sistema pútrido.
A pesar de que usted y su desgobierno son como elefante suelto en cristalería, los que construimos este país con nuestro esfuerzo y lo apuntalamos con nuestros sueños estamos aquí para defendernos. La esperanza viene de la mano de los universitarios, que marchan sin banderas de división: jóvenes de la universidad pública y de las privadas que tienen las ideas claras y no tienen miedo. Se acompaña de organizaciones indígenas y campesinas que han demostrado eficiencia en fortalecer el poder local, que se organizan en política y que incursionan en economía con proyectos de innovación. Camina junto a empresarios y profesionales que no se sienten representados por las cámaras y los colegios tradicionales, los cuales copan el Estado y siguen siendo incapaces de liderar el futuro con transparencia y competitividad.
A pesar de que los corruptos están aliados creyendo que tejen un plan perfecto para torcer la verdad, esta es como el sol detrás de las nubes. Con un poco de viento volverá a brillar y es inevitable. De los escombros que dejan sus decisiones aciagas, los que creemos en el Estado de derecho vamos a reconstruir este país muchas veces golpeado. Ustedes serán solo una página de vergüenza.
Usted, señor presidente, siga caminando mientras los serviles le llevan la cola de una verdad inexistente. Nosotros sabemos que va desnudo.
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