Según el Fondo Monetario Internacional, la hiperinflación llegará a 13,000 % a finales del 2018. Nueve de cada diez personas se encuentra en la pobreza y siete de ellas se encuentran en pobreza extrema. Para poner estas cifras en perspectiva, la canasta básica familiar se calculó para diciembre del año pasado en VEF 25,123,437.24, es decir, el equivalente a 141.5 salarios mínimos. Se estima que en el 2018 podrían fallecer por desnutrición unos 280,000 niños. A todo lo anterior se suma la situación de violencia homicida, que ha alcanzado niveles insospechados. Caracas, por ejemplo, es ahora la ciudad más peligrosa del mundo, con 130 homicidios por cada 100,000 habitantes.
Este infausto panorama quizá no es muy diferente de la realidad de algunas comunidades guatemaltecas que se encuentran en las profundidades del olvido. La diferencia fundamental, me parece, es que Venezuela es el país con las mayores reservas petroleras probadas en el mundo y que en algún momento fue una de las democracias más estables del hemisferio occidental. A pesar de todo ello, según estimaciones conservadoras, la catástrofe que ahora vive Venezuela ha empujado a 1.6 millones de personas a emigrar forzosamente. Esta situación ha llevado a instancias como la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados a hacer llamados a los Estados de la región para articular una respuesta multilateral.
A pesar de la evidente necesidad de la solidaridad de los Estados latinoamericanos, el 16 de marzo de este año, sin ningún tipo de preaviso o advertencia, la Dirección General de Migración del Gobierno de Guatemala dispuso exigir visa a las personas venezolanas para ingresar al país. Y a los que ya se encontraban en territorio nacional se les requirió hacer el trámite en su país de origen. Esta decisión es infame, inmoral y, a mi juicio, ilegal.
Este tipo de acciones son las que despojan de cualquier atisbo de credibilidad a las manifestaciones de preocupación de este gobierno respecto de la situación de Venezuela ante el presidente y el vicepresidente de Estados Unidos o a la incorporación de Guatemala al Grupo de Lima, instancia multilateral que surge en respuesta al deterioro democrático en Venezuela. Más bien parecen subterfugios vacíos para captar la atención de Washington.
Es también curioso que muchas de las personas que suelen blandir la debacle venezolana como herramienta retórica para polarizar y descalificar guardan ahora un ensordecedor silencio respecto de esta decisión.
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Pero, sobre todo, la decisión de dificultar la entrada de venezolanos en estos momentos es obscena y grotesca porque tenemos una deuda histórica. Como guatemaltecos no podemos olvidar el rol de Venezuela en el Grupo Contadora, que fue instrumental para lograr la paz en Centroamérica, o los esfuerzos de ilustres personajes como Arístides Calvani para que nuestro proceso de paz se materializase. Tampoco podemos dejar de lado la histórica hospitalidad venezolana al brindar protección y acogida a muchos de nuestros exiliados políticos (y del continente americano en general), evocada recientemente por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Acordémonos también de que Venezuela es de los únicos países que no fueron indolentes a nuestros quiebres democráticos. Un ejemplo de ello fue que —en aplicación de la Doctrina Betancourt— Venezuela no reconoció el gobierno de facto de Enrique Peralta Azurdia y rompió relaciones diplomáticas con nuestro país. En fin, los lazos históricos de amistad y de solidaridad son muchos y se supone que es hora de honrarlos.
No podemos darles la espalda a amigos en tiempos de necesidad. Yo sé que los guatemaltecos somos mejores que eso. Lamentablemente, tenemos una ley electoral que garantiza que nuestra clase política no represente a nadie, sino a sus propios y mezquinos intereses. Pero, como suelen decir en Venezuela, «¿qué es una raya más pa un tigre?». Sabemos que los políticos guatemaltecos son inmorales e ignorantes. De ahí que no nos tiene que extrañar esta movida. A nuestra clase política no hay que hablarle en clave de valores, ética o moral. Por eso también hago notar la torpeza política del Gobierno. Cuando Venezuela sea libre otra vez, sospecho que quienes ahora han sido forzados a huir regresarán a reconstruir su país. Y no me cabe la menor duda de que habrán tomado nota de quiénes les tendieron la mano en tiempos de necesidad (y de quiénes no).
En contraste, países como Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México, Perú y Uruguay han tomado medidas (algunas mejores que otras) para atender los flujos migratorios de venezolanos. Esas acciones le dan fortaleza y credibilidad a cualquier condena que se emita en contra del régimen antidemocrático de Maduro.
En el remoto caso de que alguien del Gobierno de Guatemala lea esto (porque queda claro que, en general, no son muy de leer), que me corrija si me equivoco —ya que muchos de sus funcionarios se las dan de muy cristianos—, pero, según entiendo, fue Jesús el que dijo: «Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me recogisteis…». Hipócritas.
Mientras escribo esto, trascienden los resultados de la farsa que pretende pasar como un ejercicio electoral. No me cabe la menor duda de que Nicolás Maduro y el PSUV serán declarados ganadores. Esta será la culminación de un proceso de degradación democrática que tiene como corolario final la consolidación de una nueva dictadura latinoamericana en pleno siglo XXI.
(Continuará).
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