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Ilustración: Davide Bonazzi para Documented

Sin nada a lo que volver

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Sin nada a lo que volver

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Los migrantes que llegaron en masa a Nueva York tras la devastación climática en sus países de origen temen ser deportados.

Este artículo es una colaboración entre Columbia Journalism Investigations y Documented. Fue coeditado por The Guardian y republicado por Prothom Alo, en Bangladesh, y Plaza Pública, en Guatemala.

Gricelda tomó la decisión crucial de abandonar su país natal en 2018 tras años sin poder impedir que el agua de lluvia se filtrara por las paredes de barro de su casa, en los altos del oeste, cerca de Quetzaltenango, Guatemala. La sequía solo agravó sus dificultades.

Hossain, a dos continentes de distancia, se dio cuenta de que el cambio climático estaba afectando su vida a finales del verano de 2022, cuando no pudo pagar la factura del hospital de su esposa luego del nacimiento de su hija. Sus ahorros se agotaron tras soportar una década de frecuentes inundaciones que destruyeron las cosechas en la ciudad de Feni, en el sureste de Bangladesh.

Para Mohamed, el punto de inflexión llegó en 2023, después de un nuevo ciclo de sequía y lluvias torrenciales en Diourbel, Senegal, que provocó tensiones con sus parientes.

Estos fueron los desastres –algunos repentinos, otros fruto de procesos más lentos– que finalmente llevaron al límite a cada una de estas personas azotadas por el cambio climático, obligándolas a buscar lo que acabarían viendo como su única salida: cruzar la frontera entre México y Estados Unidos para empezar una nueva vida en Nueva York.

Las temperaturas globales han aumentado de manera constante, provocando calor extremo, escasez de agua y alimentos, y un incremento de los desastres climáticos. Desde finales del siglo XIX, la temperatura media de la superficie del planeta ha subido aproximadamente 1,1 °C, lo que ha impulsado tormentas, inundaciones y sequías más frecuentes y más intensas, causando un mayor número de muertes y desplazamientos. Las investigaciones muestran que este calentamiento provocado por el ser humano está volviendo las zonas ecuatoriales del planeta menos habitables que en cualquier otro momento de la historia de la humanidad.

«A la larga, si no se superan las limitaciones, no se toman nuevas medidas para adaptarse y los riesgos climáticos siguen intensificándose, la región podría volverse inhabitable», advirtió el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) en un informe reciente, al referirse a las comunidades costeras en las regiones tropicales y subtropicales.

En países como Guatemala, Bangladesh y Senegal, los migrantes huyen de lugares donde las tormentas, las inundaciones y las sequías vienen golpeando una y otra vez desde 2010. Estos fenómenos meteorológicos extremos han puesto a prueba las frágiles economías, empujando a la población al límite. Pocos migrantes culpan al calentamiento global de su situación, pero su impacto se manifiesta en las casas derrumbadas y las cosechas perdidas. Los efectos del cambio climático ya se han convertido en un factor silencioso pero constante de la migración hacia Estados Unidos.

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Para 2050, el cambio climático podría obligar a hasta 143 millones de personas del sur global a abandonar sus hogares, con focos en América Latina, el sur de Asia y el África subsahariana. Los gobiernos, las organizaciones asistenciales y los investigadores han advertido sobre la crisis migratoria provocada por el cambio climático, pero no se trata de una amenaza lejana. Está ocurriendo en todo el mundo y ya llegó a Nueva York.

Una investigación de un año realizada por Columbia Journalism Investigations (CJI) y Documented identificó un patrón que se repite en todo el mundo: decenas de miles de migrantes que cruzaron la frontera entre Estados Unidos y México en 2024 procedían de localidades golpeadas una y otra vez por huracanes, inundaciones y sequías, según un análisis de datos federales sobre detenciones en la frontera sur y de registros internacionales sobre grandes catástrofes naturales.

Para comprender cómo el cambio climático puede haber influido en las travesías de los migrantes, CJI y Documented analizaron más de nueve millones de registros de personas detenidas por la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP) entre 2010 y 2024, que consignaban información sobre sus ciudades, pueblos y municipios de nacimiento. Los datos de la CBP se obtuvieron a través de solicitudes de registros públicos realizadas por investigadores de la Universidad de Virginia y CJI. Solo en 2024, CJI y Documented identificaron más de 520 lugares de nacimiento distintos en Guatemala, cerca de 350 en Senegal y alrededor de 100 en Bangladesh. Un análisis de los datos muestra que alrededor de 55 países que registraron tasas de migración superiores a la media también se vieron devastados por tres o más catástrofes climáticas entre 2019 y 2024, según la base de datos internacional sobre desastres conocida como EM-DAT, que realiza un seguimiento de los principales acontecimientos informados por los organismos especializados de las Naciones Unidas y otras fuentes oficiales.

Los datos muestran lagunas. No cuentan por qué una persona decidió irse, ni registran los cambios graduales y de largo plazo en los patrones climáticos, como el calor excesivo, la disminución de las precipitaciones o el aumento del nivel del mar, menos visibles que los grandes desastres, aunque con repercusiones igualmente profundas. CJI y Documented usaron esos datos como punto de partida para localizar a migrantes desplazados por catástrofes provocadas por el cambio climático.

En la lista se encuentran ciudades y pueblos como Quetzaltenango, Feni y Diourbel, lugares que los migrantes recientes abandonaron y donde ahora están formando nuevas comunidades en Nueva York. CJI y Documented entrevistaron a decenas de migrantes en cafeterías, comedores y otros puntos de encuentro de toda la ciudad que aseguran haberse trasladado a Nueva York para escapar de los efectos cada vez más severos de los huracanes, las inundaciones y las sequías en sus países de origen. La mayoría forman parte de los más de 237,000 migrantes y solicitantes de asilo que han llegado a Nueva York desde abril de 2022, lo que ha puesto bajo presión el sistema local de refugios y obligado a recurrir a hoteles y grandes carpas como alojamientos de emergencia.

Tras su llegada, los migrantes se dispersan por los cinco boroughs de la ciudad y a menudo acaban viviendo en enclaves formados por inmigrantes de sus países de origen. Los guatemaltecos, que hoy son uno de los grupos centroamericanos más numerosos de Nueva York, abandonaron las tierras altas del occidente y del norte del país, donde las tormentas repetidas y las sequías prolongadas han arrasado con sus medios de vida.

En el Bronx, los migrantes de Senegal se reúnen para orar en las mezquitas del barrio, donde estrechan lazos con otros que han sufrido consecuencias similares del cambio climático en sus países de origen. La mayoría proviene de la región occidental de su país, donde el aumento de las temperaturas y la disminución de las lluvias han hecho casi imposible el cultivo de uno de sus productos básicos: el maní. Desde Asia, los migrantes bangladeshíes, concentrados en torno a las tiendas de comestibles y restaurantes desi del barrio de Kensington, en Brooklyn, vienen de zonas costeras donde los monzones hacen desbordar los ríos Brahmaputra, Ganges y Meghna.

Rara vez la decisión de una persona de abandonar su país de origen obedece a una única causa, pero es de vital importancia comprender cómo los desastres naturales agravados por el cambio climático pueden llevar a las personas a emigrar, dijo Felipe Navarro, director asociado de políticas y promoción del Centro de Estudios de Género y Refugio de la Facultad de Derecho de la Universidad de California.

«No se trata simplemente del paso de un huracán», explica Navarro, «sino de la destrucción que causa y de la respuesta del Estado».

Muchos de los que en los últimos años han llegado en masa a la frontera sur de Estados Unidos lo hicieron con la esperanza de solicitar asilo en este país. Sin embargo, no existe una categoría clara que proteja a quienes huyen de catástrofes provocadas por el cambio climático, lo que los deja en un limbo migratorio.

Ahora, mientras el presidente Donald Trump intensifica las detenciones y deportaciones de inmigrantes, los migrantes desplazados por huracanes, inundaciones y sequías corren el riesgo de ser enviados de vuelta a zonas devastadas por el cambio climático.

Estas son sus historias.

Quetzaltenango, Guatemala

Gricelda recuerda cómo el agua de lluvia se filtraba por las grietas de las paredes de la casa de su familia y goteaba por el techo de la cocina. La casa, como otras situadas en las afueras de Quetzaltenango, la segunda ciudad más grande de Guatemala, estaba construida con barro compactado. Sus paredes de tierra se agrietaron, incapaces de soportar la lluvia durante la tormenta tropical Agatha en mayo de 2010, la primera de lo que serían un total de siete ciclones, inundaciones y huracanes en los años siguientes.

«Hubo muchas inundaciones por la lluvia que estuvo muy, muy fuerte. Muy fuerte». (Algunos entrevistados solicitaron que solo se identificara su nombre de pila debido a su situación migratoria).

Durante toda su infancia, la vida de Gricelda giró en torno a la cosecha de su familia: maíz, frijoles, papas, manzanas. En su pueblo, había señales claras de que el ciclo de cultivo estaba cambiando: el comienzo de la temporada de lluvias cambiaba constantemente y, cuando llegaba, había fuertes tormentas como Agatha, que inundó los campos y destruyó los cultivos. Estas crisis, junto con las recurrentes sequías que dejaron las tierras de cultivo resecas, menguaron las cosechas de la familia.

Si la lluvia llega demasiado tarde, la cosecha de una familia puede no crecer como lo haría normalmente, dijo Gricelda, cuyos familiares aún viven en su pueblo natal. «Tal vez no se dé el 100%, se dará el 50%, la mitad podría crecer. Porque la temporada ya pasó, ya es una pérdida para este año».

Lo que Gricelda vio de primera mano refleja lo que los científicos del clima han documentado en toda Centroamérica, especialmente en Guatemala. Los desastres provocados por el cambio climático han tenido un papel decisivo en el desplazamiento de personas hacia la frontera entre México y Estados Unidos. Según un estudio de Sarah Bermeo, una de las directoras del programa sobre cambio climático, resiliencia y movilidad de la Universidad de Duke, el cambio climático está intensificando las sequías y las tormentas, una combinación peligrosa para las familias que dependen de la tierra.

Aunque algunas familias disponen de recursos para abandonar sus países y emigrar a otros lugares, otras se quedan «atrapadas», cuenta Bermeo. Su investigación reveló un aumento significativo de familias que emigraron de las zonas rurales de Centroamérica a Estados Unidos cuando la sequía azotó la región en 2018. Un estudio más reciente relacionó la intensa sequía durante las temporadas de cultivo en las zonas rurales de México con el aumento de la migración indocumentada, y mostró que las condiciones extremas desalentaban el regreso de quienes habían partido.

De joven, en Guatemala, Gricelda se dio cuenta de que la sequía empeoraba. Algunos días, la única forma de conseguir agua era esperar al camión cisterna; otros, tenía que caminar hasta el río para buscarla. «Ya ni llovía mucho, y con los huracanes, el agua del río quedaba sucia», contó. «Ya era más difícil tener agua».

Los huracanes y las lluvias torrenciales se intercalaban con los periodos de sequía y arrasaban el pueblo, destruyendo hogares y arruinando las cosechas. Gricelda recuerda la lluvia que se filtraba una y otra vez por las paredes de la casa de adobe de sus suegros. A medida que las sequías se prolongaban y las lluvias se volvían más intensas, se hacía cada vez más difícil mantener a la familia.

Alrededor de 2013, tras múltiples inundaciones, el esposo de Gricelda decidió marcharse a Nueva York, donde consiguió trabajo en restaurantes, en la cocina y en tareas de limpieza. Ella se quedó con sus dos hijos, viendo debilitarse la casa de sus suegros con cada tormenta. En mayo de 2018, las lluvias torrenciales inundaron amplias zonas de Guatemala, incluida Quetzaltenango. Las inundaciones posteriores dañaron las carreteras y dejaron sin servicios esenciales a 5,500 personas.

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Sin un futuro claro en su país, Gricelda decidió finalmente partir: pidió un préstamo y puso como garantía las tierras de su padre. Con la ayuda de un coyote, emprendió con sus hijos un viaje de tres semanas hasta la frontera entre México y Estados Unidos. Al llegar a Texas, los agentes federales les pidieron las actas de nacimiento de los menores y escoltaron a la familia a un albergue para migrantes. Su esposo, desde Nueva York, les compró los pasajes de autobús para reunir a toda la familia.

Dos años después, en noviembre de 2020, los huracanes Eta y Iota azotaron Guatemala, destruyendo casas e inundando tierras de cultivo ya castigadas por años de tormentas. En las tierras altas del occidente del país, comunidades como Quetzaltenango han visto aumentar en los últimos años el número de familias que emigran a Estados Unidos, no siempre tras una sola catástrofe provocada por el cambio climático, sino tras años de tensión acumulada. Aunque la migración desde Guatemala ha disminuido en general, la proporción de migrantes procedentes de esta región ha crecido ligeramente entre 2019 y 2024, según el análisis de CJI y Documented.

Han pasado siete años desde que Gricelda llegó a la ciudad de Nueva York. Ahora cría a sus cuatro hijos en un apartamento de dos habitaciones en East Harlem y trabaja para la Red de Pueblos Transnacionales, una organización local que lanzó el primer colectivo de intérpretes de lenguas indígenas de la ciudad, el Colectivo Colibrí, que ofrece servicios de traducción a inmigrantes centroamericanos. Gricelda informa a otros migrantes latinos sobre cómo encontrar recursos en la ciudad.

Según cuenta, intentó solicitar asilo una vez, pero su abogado la estafó por más de 10,000 dólares. Aún no confía lo suficiente en el sistema como para volver a intentarlo.

Hoy en día, lo único que tiene es una tarjeta roja que le dio su empleador, en la que se detalla cómo responder si se encuentra con agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos.
«No quiero volver», dice Gricelda .

Feni, Bangladesh

La esposa de Hossain, Shumaiya, acababa de dar a luz a una niña en septiembre de 2022. La pareja esperaba que fuera un nuevo comienzo, después de haber perdido un hijo cuatro años antes. Pero cuando Hossain fue a recoger a su esposa y a su hija recién nacida del hospital de Feni, Bangladesh, recibió una factura de 470 dólares por la cesárea. No tenía manera de pagarla.

Las inundaciones habían devastado la casa de la pareja y los arrozales que la circundaban cinco veces en una década, y la pérdida reiterada de cosechas había agotado sus ingresos. Tuvieron que reunir dinero entre familiares y amigos para que Hossain pudiera llevar a su hija recién nacida a casa.

Como muchos habitantes de esta región predominantemente rural del sudeste, donde confluyen tres ríos, Hossain se ganaba la vida cultivando arroz y vendiéndolo en el mercado local. Pero cada inundación anegaba sus campos durante meses. Durante varios años solo pudo cultivar una extensión menor que la de una cancha de fútbol. Le resultaba cada vez más difícil cubrir la alimentación y la atención médica de su familia.

Muchos de los 1.6 millones de habitantes de Feni trabajan en el campo o son dueños de pequeñas explotaciones agrícolas. Otros se dedican a la pesca o elaboran artesanías de yute y cerámica. En la última década, las inundaciones han provocado casi 300 muertes en Feni y las regiones vecinas, según la base de datos sobre desastres EM-DAT. El aumento del nivel del mar causado por el cambio climático ha agravado las inundaciones en los últimos veinte años, explica Sanzida Murshed, geógrafa y especialista en desastres de la Universidad de Daca, en la capital de Bangladesh.

Esto ha reducido la producción de alimentos en zonas costeras como Feni, según Murshed. Dado que las aguas de las inundaciones no tienen por dónde escurrir, el suelo se ha vuelto cada vez más salino, lo que dificulta el cultivo de arroz.

Más personas de Bangladesh procedentes de estas mismas zonas han migrado hacia la frontera sur de Estados Unidos que del resto del país, según un análisis de CJI y Documented. Noakhali, ubicada a unos 50 kilómetros de Feni, encabeza la lista de ciudades de origen de los migrantes bangladeshíes, y concentra más del 30 % de los casos con ubicación documentada en la base de datos de detenciones en la frontera.

Como suele ocurrir con las personas afectadas por catástrofes naturales, el primer paso de muchas familias de Feni fue trasladarse a la capital del país, donde el costo de vida es mucho más alto. Chowdhury se quedó y, queriendo un cambio en su país, se involucró en la política opositora. Como resultado, dijo, recibió amenazas de miembros del partido gobernante local. Mientras tanto, las inundaciones seguían destruyendo sus cosechas. La combinación de factores lo empujó a irse, cuenta.

«Vivía en tensión constante. No podía hacer nada», cuenta, que había escuchado de personas que habían conseguido asilo en Estados Unidos. Un amigo le recomendó ir a Brooklyn por la gran comunidad bangladeshí que vive en la zona.

Hossain vendió sus tierras y pidió prestados unos 33,000 dólares a familiares y amigos para reunir los 41,000 que necesitaba para cubrir los gastos de viaje y de contrabando hacia Estados Unidos. En febrero de 2023 partió de Bangladesh y, durante nueve meses, atravesó once países por aire y por tierra. Se entregó a las autoridades fronterizas en Arizona, que lo mantuvieron tres días en una celda junto a otras quince personas. Tras su liberación, tomó un vuelo a Nueva York, donde se estima que viven unas 100,000 personas bangladeshíes.

Para entonces, migrantes de todo el mundo habían llegado en masa a la frontera con la esperanza de poder entrar al país mientras se resolvía su caso, a menudo para presentar solicitudes de amparo ante los tribunales de inmigración.

Entre 2019 y 2024, los cruces fronterizos desde Bangladesh aumentaron un 150%, y Feni, ubicada en la región de Chattogram, una zona propensa a desastres naturales, antes conocida como Chittagong, figura entre las diez ciudades de Bangladesh con mayor número de personas que llegaron a la frontera entre Estados Unidos y México, según un análisis de CJI y Documented

Según una encuesta reciente realizada por la organización comunitaria de Nueva York Desis Rising Up and Moving (DRUM), las catástrofes provocadas por el cambio climático obligaron a 135 migrantes bangladeshíes y de otros países recién llegados a abandonar sus tierras.

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En abril de 2024, un estudio jurídico de Manhattan presentó una solicitud de asilo político para Hossain, fundamentada en su apoyo al partido de oposición de Bangladesh, según consta en los documentos. El impacto de las inundaciones cada vez más graves sobre sus ingresos y su sustento no se reconoce como motivo válido para solicitar asilo.

Siete meses después, mientras esperaba que su solicitud fuera revisada en el congestionado sistema de tribunales de inmigración, Hossain obtuvo un permiso de trabajo. Primero consiguió empleo como ayudante de cocina en un restaurante local y después como repartidor en bicicleta por Brooklyn. Hoy trabaja a tiempo completo en una confitería y cafetería bengalí de Kensington, el Pequeño Bangladesh de Brooklyn. Vive cerca, en un sótano que comparte con dos compañeros de cuarto, y trabaja seis días a la semana; siete durante los festivales religiosos.

El año pasado, una de las peores inundaciones en más de tres décadas azotó su ciudad natal, Feni, donde aún vivían su esposa y su hija. El temporal sumergió la casa de la familia bajo un metro de agua, inundándose con aguas residuales, serpientes y ranas. Las crecidas dañaron casi todos los objetos de su casa: tres camas, un sofá, sillas. Su esposa y su hija tuvieron que mudarse a casa de un pariente a unos 160 kilómetros de distancia, en Daca.

Hossain esperaba conseguir asilo y poder solicitar la reunificación con su esposa y su hija. Si hubiera sabido las dificultades que eso implicaría hoy, dijo, no habría venido a Estados Unidos. Ahora que ha perdido todo lo que tenía en Feni, calcula que construir una nueva casa allí le costaría hasta 45,000 dólares.

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Las amenazas de deportación han estremecido a la comunidad bangladeshí de Brooklyn. Cuando detuvieron a dos hombres de Noakhali que trabajaban en Búfalo, Nueva York fueron detenidos por agentes de ICE, la noticia corrió hasta Kensington. Hasta hace poco, el Noakhali Deshi Bazar del barrio rebosaba de familias haciendo sus compras, y los hombres se apiñaban en restaurantes como el Raj Mahal Restaurant + Sweets. Hoy, sus calles están en silencio.

La esperanza de Hossain de estar a salvo en los Estados Unidos se ha desvanecido. «Vivo aterrorizado», cuenta. Guarda una copia de su solicitud de asilo y de las citaciones judiciales en una carpeta de plástico dentro del cajón del dormitorio. Tiene a su abogado en marcado rápido por si los agentes del ICE llaman a la puerta.

«Si me obligaran a volver, no sabría cómo darle de comer a mi familia», dijo Hossain. «Perdí mi casa en las inundaciones. No me queda nada a lo que volver».

Diourbel, Senegal

Mohamed estaba sentado con las piernas cruzadas sobre la alfombra, antes de la oración del viernes por la tarde, en una mezquita del South Bronx. Recordaba con cariño sus cultivos: maíz, sandía y maní, que sembraba en la granja familiar de Diourbel, en Senegal. También trabajaba como jornalero estacional en otra finca, a unos 65 kilómetros, en Kaolack.

Unos cuarenta inmigrantes de África Occidental, muchos de ellos llegados en los últimos años desde Senegal, se sentaron a su lado. Cuando se les pidió levantar la mano, casi un tercio reconoció haber sido agricultor y haber padecido inundaciones y sequías. Muchos habían sido víctimas del mismo ciclo de fenómenos climáticos que afectó a Gricelda y a su familia, a más de ocho mil kilómetros, en Guatemala.

«Cuando por fin llovía, la lluvia los tomaba por sorpresa, porque durante mucho tiempo no había caído ni una gota: solo sequía», contó Mohamed, de 45 años, que heredó sus tierras de su abuelo en 2005.

Durante más de una década, Diourbel, Kaolack y las localidades vecinas enfrentaron ciclos recurrentes de inundaciones y sequías. Sin embargo, la migración desde las regiones occidental y central de Senegal hacia Estados Unidos se disparó después de que, en 2020, se produjeran más de media docena de grandes inundaciones, según un análisis de CJI y Documented. Entre 2019 y 2024, tras años de desastres climáticos consecutivos, más de 1.800 senegaleses de estas regiones cruzaron la frontera entre Estados Unidos y México, un salto drástico desde prácticamente ninguno.

Cuando las inundaciones llegaron a Diourbel, la ciudad natal de Mohamed, el agua quedó estancada durante meses, se volvió verde y empezó a hervir de mosquitos. Su familia no podía salir al aire libre. Mohamed tuvo que construir un camino de ladrillos para que su esposa y sus hijos pudieran entrar a la casa.

Decidió reemplazar el cultivo tradicional de la zona, el maní, por maíz. Sin comprender del todo los cambios del clima, Mohamed pensó que, como el maíz crece entre metro y medio y tres metros y medio de altura, tal vez resistiría las nuevas condiciones. Pero cada tallo terminó por secarse y morir. «La tierra ya no servía para nada», contó.

Con el tiempo, las lluvias torrenciales y la sequía prolongada acentuaron las tensiones entre sus parientes, que vivían en casas separadas dentro del terreno familiar. Su hermano, que ganaba más como maestro, construyó una casa nueva con cimientos de casi dos metros hechos de arena, piedra y cemento. Cuando se inundaba, el agua no entraba en su casa. En cambio, Mohamed tenía que correr a vaciar baldes llenos de agua y secar todo con toallas.

Sus seis hijos, de entre dos y trece años, eran objeto de burlas por la casa derruida en la que vivían. Las cargadas y los comentarios crueles los perseguían en la escuela, en el trabajo y hasta en su propio hogar, dejándolos cada vez más aislados.

Dina Esposito, quien dirigió un programa global de resiliencia y seguridad alimentaria del gobierno de Estados Unidos entre septiembre de 2022 y enero de 2025, explicó que las presiones derivadas del cambio climático pueden intensificar las disputas sociales. «Los enfrentamientos dentro de las familias o entre comunidades surgen cuando las presiones del clima generan tensión económica», explica.

Desde su casa en Diourbel, Mohamed veía por televisión las imágenes de Times Square, en Nueva York, y admiraba sus luces parpadeantes y sus enormes pantallas digitales.

En TikTok e Instagram circulaban videos, a menudo producidos por traficantes que se hacían pasar por agentes de viajes, que promocionaban traslados aparentemente cómodos. En wolof, la lengua predominante de Senegal, les decían a los espectadores que era fácil obtener permisos de trabajo y conseguir empleo en Estados Unidos.

Mohamed vio los videos que mostraban cómo habían hecho los migrantes para entrar a Estados Unidos viajando por Nicaragua. Un amigo lo presentó con un traficante que ofrecía ayuda para conseguir visados y pasajes de avión, y que los ponía en contacto con otros contrabandistas en el camino. «Me dijeron que, una vez que se ingresa a Estados Unidos, todos somos iguales ante la ley. Nadie te puede deportar», recuerda Mohamed.

En octubre de 2023 vendió un caballo, algunas vacas y una carreta por unos 4,500 dólares, y pidió dinero prestado a sus familiares para reunir más de 10,000 con los que pagar su viaje a Estados Unidos. Se entregó a los agentes de la patrulla fronteriza en Arizona, que lo detuvieron una noche antes de dejarlo en libertad.

En Nueva York encontró un mundo muy distinto del que mostraban los videos que había visto.

Se alojó en un refugio para migrantes cerca de Times Square, donde intentó orientarse en el sistema de asilo estadounidense. Pero, según contó, no sabía que sus experiencias con las sequías y las inundaciones tendrían poco peso en su solicitud, aunque mencionó los desastres climáticos que habían atentado contra sus medios de subsistencia.

Al ir y venir entre la oficina de inmigración y el refugio, Mohamed rara vez veía el esplendor que había imaginado. En cambio, se cruzaba con personas sin hogar que pedían ayuda detrás de carteles donde decían haber perdido la esperanza. «Cuanto más tiempo pasaba aquí, más comprendía que la realidad era otra», relata.

Al mes, cuenta Mohamed, el refugio lo expulsó después de que otro migrante se quejara de que había entrado al baño de mujeres. Explica que lo hizo por error, porque no entendía el cartel. Un vocero del refugio se negó a hacer comentarios.

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Mohamed empezó a dormir en la línea 2 del metro, donde conoció a otros senegaleses. Muchos habían ido a la ciudad de Nueva York con los números de teléfono de imanes que dirigen mezquitas aquí, como lo hacían sus abuelos en Senegal. Le sugirieron que buscara ayuda en la mezquita del Bronx. Allí hizo amistad con otros agricultores de Diourbel y Kaolack que pasaban dificultades.

«Hablábamos de cómo nuestras familias esperaban la llegada de las lluvias y las inundaciones que traen», contó Mohamed, que encontraba consuelo sentado sobre su alfombra de oración mientras leía versículos del Corán. Eso le recordaba a su padre, que había sido maestro religioso.

Uno de sus nuevos amigos, Omar, que trabaja como repartidor, le llevaba comida a la mezquita para compartir con él. Otro, Ndiaga, esperaba con él fuera de un Home Depot cercano, a la espera de que los transeúntes les ofrecieran algún trabajo ocasional.

En los últimos meses surgieron varios grupos locales de WhatsApp que conectan a miles de migrantes de África Occidental que se han asentado aquí. Los chats funcionan como una suerte de grupos de apoyo: sus miembros comparten información sobre trabajos y habitaciones en alquiler, y algunos ofrecen a sus compatriotas algo más. El líder de la mezquita del Bronx, el imán Cheikh Tidiane Ndao, originario de Kaolack, donde su abuelo fue una figura religiosa muy respetada, cuenta que ha celebrado unas cuarenta bodas entre migrantes que se conocieron gracias a la comunidad creciente de su mezquita.

En los últimos meses, la comunidad ha estado pendiente de las amenazas de deportación del gobierno de Trump. En notas de voz enviadas a uno de los grupos de WhatsApp, que el imán compartió con CJI y Documented, un migrante que acababa de salir del tribunal de inmigración advirtió que las autoridades estaban dando solo dos semanas para presentar toda la documentación antes de decidir si podían quedarse en el país.

La noticia de las amenazas aún no ha llegado a Senegal. El imán Ndao dice que sigue recibiendo más de 10 llamadas telefónicas al mes de agricultores del otro lado del Atlántico que piden ayuda. A menudo le dicen que solo pueden permitirse una comida al día. Se sienten atraídos por la promesa de ganar más dinero en una semana en Estados Unidos que en meses en Senegal.

«Siguen queriendo venir a Estados Unidos», dice el imán.

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Malick Gai y Subhanjana Das colaboraron en la elaboración de este reportaje y en las tareas de traducción. Fabien Cottier, politólogo de la Universidad de Columbia y de la Universidad de Ginebra, participó en el análisis de los datos.

Jazzmin Jiwa y Carla Mandiola investigaron y escribieron esta historia como becarias de Columbia Journalism Investigations, la unidad de periodismo de investigación de la Escuela de Periodismo de Columbia.

 

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