Situado al costado del Palacio Nacional sobre la sexta avenida, recuerdo ver en mi infancia el Shai-Wa desde fuera, como un restaurante chino de muy dudosa reputación, donde uno realmente no quería sentarse a comer bajo ninguna circunstancia, so pena de pescar alguna infección gastrointestinal severa. Varios años después, al empezar nuestra edad adulta, mi generación descubrió el Shai-Wa y lo adoptó como chupadero underground, donde era cool tomar cerveza y «quezalteca especial» (de la blanca, porque los gentrificados sabores artificiales de hoy en día todavía no habían sido inventados). Tenía el elemento con el que cualquier buen antro contracultural debe contar: una rockola bien surtida de música variada, desde rancheras hasta heavy metal, como la tienen otros antros similares que incluyen a Mi Verapaz y el mítico bar El Olvido, cada uno de ellos merecen una nota aparte.
El Shai-Wa se convirtió con rapidez en un lugar famoso entre jóvenes artistas emergentes y activistas de izquierda que apreciaban su turbio encanto barriobajero. Durante las protestas anti-corrupción del 2015 el lugar vivió un auge sin precedentes. Después de jornadas de gritar, ondear banderas y sonar vuvuzelas exigiendo la renuncia del presidente Otto Pérez Molina y su vicepresidenta Roxana Baldetti, las multitudes enardecidas se iban al Shai-Wa a refrescarse con un par de cervezas, y la multitud que no cabía en el lugar se derramaba sobre la quinta calle, dándole a la esquina un aspecto de carnaval permanente. Ello le dio a sus propietarios una prosperidad insospechada que; sin embargo, no se vio reflejada en los baños del local, que desde siempre fueron más parecidos a misteriosos cenotes de esos que los antiguos mayas de Yucatán utilizaban para realizar sacrificios humanos que a servicios sanitarios modernos. Utilizar esos baños requería unas proezas acrobáticas dignas de las olimpiadas, si uno quería salir libre de salpicaduras tóxicas de todo tipo. Con el tiempo, el lugar ha adoptado las últimas tendencias en respeto a los derechos humanos, y es una meca de la diversidad LGTBQ+, un sitio en donde las personas pueden asistir solas, o emparejadas en las combinaciones de género que mejor les parezca y vestidos como más cómodos se sientan. Como reflejo de su nueva imagen posmoderna, la clásica rockola fue sustituida por un DJ que prende a las multitudes de jóvenes que siguen llenando el lugar cualquier día de la semana.
A Asturias le hubiera gustado el Shai-Wa. Él, famoso por decir que «en Guatemala solo se puede vivir borracho» (el término original era un tanto más florido, pero prefiero no ponerlo aquí por cuestiones de respeto a los lectores más pundonorosos), hubiera disfrutado de la amplia gama de expresiones culturales y de matices políticos que pueden verse ebullendo por las mesas del local. Difícil arrostrar la cotidianidad guatemalteca en nuestros cabales, sin la necesidad de acudir a líquidos alteradores de conciencia. Principalmente, cuando la publicidad avasalladora de las grandes empresas licoreras y cerveceras nos impulsan a consumir dichos productos, para evadirnos brevemente de la realidad que las mismas familias propietarias de esas (y otras) empresas producen a diario con sus decisiones político-financiero-comerciales. Oh, las agridulces contradicciones de nacer y vivir en este país. Pero divago. El punto es que Asturias hubiera bebido feliz en el Shai-Wa, o en cualquier otro de los antros posmodernos que se encuentran hoy en día en ciudad de Guatemala, a contrapelo del estado lamentable de sus servicios sanitarios, o al menos así me gustaría creerlo.
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Todas estas reflexiones vienen a cuento por dos noticias que circularon recientemente en redes sociales. En primer lugar, el anuncio hecho por el gobierno de Bernardo Arévalo de su intención de repatriar los restos del literato, que duerme su resaca eterna en el parisino cementerio de Pére Lachaise, aprovechando la circunstancia de que Asturias fue embajador de Guatemala en Francia de 1966 a 1970. El otro hecho fue el supuesto cierre del Shai-Wa por las autoridades por incumplimiento de disposiciones sanitarias. Ambas noticias causaron un revuelo en la opinión pública, que ahora se expresa principal y ruidosamente en redes sociales. Por un lado en círculos artísticos e intelectuales se cuestiona que se traiga a Asturias, quién sabe si a un cementerio privado o al deslucido cementerio general, donde compartiría espacio con el faraónico (literalmente) mausoleo de los oligarcas Castillo, los de la mejor cerveza del mundo (si hemos de creer a la publicidad) y con el caudillo liberal Justo Rufino Barrios, símbolos del más rancio conservadurismo guatemalteco (por más que Barrios fuera liberal).
Casualidades de la vida, Asturias también sería vecino de otro Castillo, el coronel Carlos Castillo Armas, y del presidente al que este último defenestró, el también coronel Jacobo Árbenz Guzmán, sucesos estos que iniciaron el oscuro período que obligó al nobel guatemalteco a pasarse la mitad de su vida exiliado. Hay quienes dicen que para compartir el abandono y descuido que prima en el Cementerio General, o tenerlo aislado en un cementerio privado de difícil acceso, sería mejor dejar que siga tertuliando alegremente con el pianista Chopín, el mentalista Kardec, el pintor Gericault o el rockero Morrison, con quienes seguramente departe con alegría en las farras que se arman en el más allá. Yo tuve la oportunidad alguna vez de perderme en los laberintos de esa mítica necrópolis buscando la lápida-estela de Asturias, y la aventura sin duda valió la pena (si quieren echarle un ojo al relato les dejo el link acá). Y no sé si será mejor o peor tener de vuelta en casa a nuestro literato más ilustre, aunque las nuevas generaciones de escritores siguen escuchando el llamado de Mario Roberto Morales de matar a Miguel Angel Asturias, con esa mezcla de espíritu liberador y amarga ingratitud que caracteriza a todos los que sueñan con ser vanguardia en el arte que practican.
En cuanto al Shai-Wa, el conato de cierre por poco le da un infarto a más de uno, y el clamor por la supuesta pérdida de ese espacio de convivencia inundó las redes en forma de comentarios y memes, pero no fue más que un susto. Las autoridades les dieron a los dueños una amonestación y una advertencia de que debían mejorar aspectos como los servicios sanitarios. Así qué chiste, dirán algunos. Un antro cutre con baños limpitos no tiene gracia. Pero todo sea por seguir proporcionándole al underground del arte y las tribus sociales guatemaltecas un lugar para escapar por un momento de la pesadez de la realidad nacional, y para bailar unas cumbias y un poco de tecno remojados en algunos buenos litros de cerveza, con la libertad y la alegría que solo la penumbra de un sábado por la noche puede brindar.
Pero es interesante reflexionar que en este país cundido de problemas y lastrado por una historia terrible de la que nos está resultando tan difícil desembarazarnos siempre habrá Shai-Was y Tus-Teps donde la gente beba para olvidar sus problemas pasando un rato de alegría, así sea artificial. Y esperamos que siempre haya espíritus agudos como el de Asturias retratando esos lugares oscuros de reunión y farra, aunque es de esperarse que el exilio deje de ser algún día el destino de quienes señalan las deficiencias del sistema en que vivimos. Por mí, que Asturias se quede en París, y que los baños del Shai-Wa sigan siendo una ruta de deporte extremo. En todo caso, y por todo lo anteriormente expuesto, ¡Salud!
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