En su ensayo Construir al enemigo, que forma parte de otros «escritos de ocasión» del erudito autor italiano, profundiza y nos remonta a distintos periodos cruentos de la historia. Allí traza los instintos más primarios y bajos de las sociedades y países que por razón de dominio y poder, racismo, religión o xenofobia, subyugan a otros grupos por medio del rechazo, el odio, la violencia y la necesidad de deshumanizar al otro debido a sus rasgos raciales, su estatus migratorio, o su pertenencia a otros grupos distintos al predominante. Les otorga licencia para considerar al otro (a la otra) «diferente», «distinto» y, por lo tanto, inferior. El enemigo.
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Las reflexiones de Eco no podían ser más actuales ahora que finalizamos el primer cuarto del siglo XXI y nos enrumbamos hacia el segundo. En este tiempo que estamos a las puertas de una segunda administración Trump, enfrentando una serie de cataclismos a nivel planetario con serias implicaciones para nuestro entorno y nuestro futuro como humanidad. A nivel internacional, guerras civiles sin tregua, la sempiterna ocupación de Israel en Gaza y su criminal política de erradicación del pueblo palestino; la invasión rusa en Ucrania sin que se mire una salida inmediata; el hambre y las inequidades, el deterioro ambiental acelerado y los negacionistas climáticos.
En esta época de políticos autoritarios que parecen normalizarse y aceptarse cada vez más, no hay figura más emblemática de esta noción de crear enemigos con tanto éxito que Trump. Desde el lanzamiento de su primera campaña electoral en 2015, donde atacaba a los inmigrantes latinoamericanos, hasta su última campaña que sirvió de telón de fondo para denigrar a inmigrantes haitianos y al territorio de Puerto Rico, Trump y sus séquitos tienen la labia para inventar enemigos, dividirnos y provocar reacciones emocionales y hepáticas sobre poblaciones vulnerables.
Sus tácticas buscan limitar nuestras capacidades y libertad de acción, distrayéndonos o, cuando no, paralizándonos, para impedirnos sopesar lo realmente importante: centrarnos, antes que nada, en la humanidad de aquellos a quienes falsamente intentan criminalizar y marginalizar. De allí que no sorprende que las primeras medidas del gobierno trumpista buscan deportar a millares de indocumentados «criminales», si bien —oh ironía— el ahora presidente ha sido enjuiciado por múltiples crímenes y recientemente sentenciado por el caso de falsificación de registros comerciales para silenciar su relación con una actriz porno.
Pero este tipo de comportamientos y de actitudes políticas no solo se manifiestan en las altas esferas. También se manifiestan a nivel más mundano. Piensen, lectores, en sus relaciones diarias, y en esos trumps en potencia. En esos individuos que, cual Trump, carecen de empatía y tienen un ego tan lastimado, que necesitan compensar sus trágicas carencias con narrativas completamente fuera de la realidad para mantenerse en la impunidad y no acatar sus responsabilidades como corresponde, porque la culpa es de ese enemigo que tienen que inventar, para, como dice Eco, mostrar su noción de que valen algo.
Me preocupa Trump, pero también los minitrumps de cualquier tendencia ideológica que pierden noción de su propia humanidad y la de los demás; cobijados además en maniobras de impunidad, sin rendición de cuentas ni consecuencias, como el caso del que es hoy el hombre más poderoso del planeta donde hay tantísimo en juego.
Así pues, antes de aventurarnos a crear enemigos y verlos hasta en la sopa, recordemos que, como diría el budista vietnamita Thích Nhất Hạnh, para hacernos valer, nuestro enemigo no son los demás, como quieren hacernos creer Trump y sus acólitos: «Nuestro enemigo es el odio, la violencia, la discriminación y el miedo».
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