El siguiente proyecto político del pacto de corruptos será, posiblemente, un licuado de Javier Milei, Carlos Pineda y Zury Ríos; algo entretenido, posiblemente conectado con lo cotidiano, pero fuertemente vinculado al imaginario religioso. Ese discurso estará articulado con mensajes de odio hacia cualquier cosa que haya hecho Semilla sin importar el éxito o fracaso de cada acción de Gobierno. En ese contexto, existen poderosas razones para tratar de sustraernos de la coyuntura y contemplar la ruta en los próximos cuatro años.
¿Por qué me preocupo por el 2028? Porque el gobierno tendrá aciertos y espero que sean muchos, pero también sufrirá desgaste y cometerán errores. Vivimos en un país donde unos dos millones de niñas y niños se acuestan sin cenar y donde el desempleo o el subempleo martillean a la gente para que emigre de forma irregular. En este país no basta con ser decente y recuperar instituciones, es indispensable comunicar la situación y a la gente no suelen gustarle los mensajes pragmáticos.
Pese a lo anterior, hay signos esperanzadores y el primero es la presencia de una acción social colectiva que rindió frutos. Como ejemplo principal, los pueblos originarios representados en sus organizaciones nos dieron cátedra acerca de cómo se entienden y resuelven problemas complejos estructurales y coyunturales: de forma colectiva. En otras palabras, hicieron concreta la mirada social sobre problemas que nos atañen, pero que solemos acometer como temas individualizados. Allí radica uno de los fracasos sociales neoliberales, porque no podemos resolver, desde la individualidad, asuntos que requieren acción colectiva.
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En segundo lugar, la corrupción sigue siendo un tema central y un problema que superar, pero no perdamos de vista que, la corrupción como fenómeno transideológico también puede perder vigencia y de allí la importancia de rescatar al Ministerio Público junto a otras instituciones. Y en este caso tenemos que visibilizar de nuevo que la corrupción no solo debe ser perseguida por el Estado, también debe ser rechazada de forma colectiva y comprendida como un fenómeno neoliberal en donde participan activamente empresarios corruptos que depredan al Estado. Esto último es particularmente difícil porque los antagonismos de clase están allí, pero socializarlos puede ser necesario para que las personas identifiquen al enemigo y colectivamente se posicionen. Eso, creo yo, puede contribuir a que en 2028 el Estado no sea de nuevo capturado por fascistas.
En suma, desindividualizar no significa negar a la persona, su condición irrepetible y libre, tampoco es negar la propiedad individual o el derecho de cada quien a vivir conforme a sus decisiones y sistema de creencias. Combatir la individualización es una operación para que los problemas públicos sean visibles y que las soluciones que requieren acción colectiva puedan ser acometidas por el Estado sin que la población sea víctima, posteriormente, de discursos fascistas y engaños descarados.
Esto es muy fácil de escribir, pero se requieren dos planos fundamentales: el primero es la construcción de resultados en salud, educación, empleo y, fundamentalmente, en seguridad, sin negar la importancia de muchos otros sectores. El segundo plano, que no es menos complejo, es la construcción de una percepción de efectividad en lo primero como efecto de la acción colectiva. Para el efecto se necesita un aparato de comunicación de primer mundo y confío en que el equipo de Gobierno alcance ese nivel.
Como he escrito antes, López Obrador dejó muy alta la vara incluso para su potencial sucesora. Del mismo modo, AMLO dejó claro que no se puede esperar una alianza en favor del pueblo con los medios de comunicación que trabajan para sus anunciantes y propietarios. Por el contrario, esos medios y un importante segmento en redes, se dedican diariamente a bombardearnos con mensajes de superación y fantasías de movilidad social basadas en lo individual y a partir de casos excepcionales, invisibilizando privilegios y negando la importancia de la acción social.
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