Cuenta la historia local que hace muchos años, los primeros pobladores de Sipacate desafiaron el mar, con cayucos se lanzaron en busca de aquello que el agua salada oculta, las olas del océano Pacífico por esa región son fuertes, y a pesar de eso fueron en busca de alimento. Curiosos que tomaron el agua como una excusa para aventurarse. Instinto primario de ir más allá, de moverse, de ir en busca de la ballena azul, hombres y mujeres de origen salino.
En Náhuatl, Sipacate significa lugar de tiburones, pero también podría ser lugar de sal, lugar de tierra, lugar de ceibas, lugar de sol, lugar de calles de tierra, lugar de niños descalzos, lugar de memoria, de arena, de familias incompletas, lugar, lugar, lugar.
Esta vez el viaje a la playa no era precisamente de placer, nos aguardaba una extensa jornada, la búsqueda de la justicia en Guatemala es un trabajo difícil y doloroso, pero indiscutiblemente necesario. Esta vez me tocó acompañar a Rosmery y Lizz, abogadas defensoras de derechos humanos, mujeres, madres con un coraje admirable que iban decididas a todo. Durante el camino hubo llamadas telefónicas, recursos legales, risas, enojos y todo lo que tienen que soportar quienes tratan de encontrar respuestas, de buscar de nuevo la justicia, como pescadoras tratando de hallar en medio de un mar de incertidumbres.
El 24 de agosto de 2010, la Secretaría de Marina de México reportó el hallazgo de los cuerpos de 72 personas (58 hombres y 14 mujeres) en un lugar conocido como «El Huizachal», ubicado en el municipio de San Fernando, Tamaulipas. La mayoría de las víctimas se encontraban sujetas de manos y pies, con cinchos de plástico, con vendas en los ojos y, aparentemente, privados de la vida con arma de fuego. Cinco de las víctimas provenían de Sipacate.
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El mar y su potente oleaje hacen una pausa cíclica de apenas unos segundos, en ese instante de silencio pareciera como si buscara o reclamara algo, como esperando respuestas, como intentando entendernos. Ese día nos dirigimos al cementerio y todo lo demás es una especie de narración de escenas fuertes, pero también de mucha esperanza y de valor. Los cuerpos de las cinco personas, víctimas de la masacre de San Fernando, fueron retirados de sus tumbas para iniciar un proceso de investigación que permita, por fin, dar las respuestas a sus familias, la justicia llega más allá de esta vida, llega hasta la misma muerte.
Desde las cosmovisiones de Mesoamérica las ceibas son la representación de la conexión entre el cielo, la tierra y el inframundo. La conexión entre la vida y la muerte, entre este plano que podemos ver y aquello que es invisible.
En la entrada del cementerio de Sipacate una ceiba desprendía sus hojas que caían sobre aquellas y aquellos que estuvimos presentes en esta jornada que intento relatar, un árbol testigo de la forma en que Sipacate teje su memoria, teje sus dolores, pero también sus alegrías.
El origen etimológico del término «exhumar» está formado por el prefijo «ex» (fuera) y «humus» (tierra, suelo), y su traducción literal vendría a ser «sacar/sacado de la tierra». En Sipacate eso fue lo que sucedió, un ejercicio comunitario abanderado por familias y un cuerpo alimentado por diversas instituciones bajo el único objetivo de descubrir la verdad, de llegar a las respuestas que puedan dar por fin el descanso a las víctimas y a la gente que por muchos años ha dado una batalla admirable y digna de reconocer.
El día que regresamos Lizz, Rosmery y yo atravesamos nuevamente el paisaje del trópico, el mar se fue quedando lentamente atrás. Pensé en aquellos restos que fueron devueltos a esta realidad y la fragilidad de la vida. Polvo somos y en polvo nos convertiremos; tierra, arena, sal en las miradas silenciosas y llenas de preguntas de las familias que presenciaron aquel intenso acto, me carcome el silencio del mar y las tumbas coloridas, el calor sofocante de la costa sur, la necesaria instancia por la verdad. Alguien busca respuestas, le habla al mar, busca en la arena, su mirada se pierde en la inmensidad del agua, espera, espera, encuentra.
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