Ir al volante de un vehículo en Guatemala propicia dosis de comodidad, cierta adecuada administración de tiempo y otras ventajas de desplazarse por medios propios. En contraposición, hay riesgos de protagonizar accidentes o incidentes de tránsito, sufrir estrés por los congestionamientos o por ser víctima de un asalto, entre otras vicisitudes cotidianas.
A propósito de un atraco, del temor se puede pasar a la concreción de este, y no únicamente en medio del caos surgido de los embudos viales que aprovechan los ladrones que actúan a pie o a bordo de una moto. No, las y los automovilistas también afrontan agresiones contra sus bolsillos en calles, avenidas e, incluso, en lugares con tarifas para «parquear» el carro.
Sin duda, quien maneja un automóvil asume como posible que se suscite un percance, pues si bien controla su entorno, nada puede hacer, salvo una rápida reacción, frente a la irresponsabilidad de las personas que conducen sin capacidad o sin sentido común. Pero cuando se separa del vehículo, solo confía en regresar y encontrarlo en las condiciones que lo dejó.
Para estacionar el carro, el piloto dispone de los «parqueos» privados en los que, sin que el facilitador se comprometa en algo más que ceder un espacio, debe pagar por «hora o fracción», esta última que viene a ser igual a 30 o 60 minutos porque no hay prorrateo en los casos de tres o 32 minutos, por ejemplo. Así ocurre en los complejos comerciales y los abiertos de manera individual.
Respecto de los privados y en atención a las reglas del mercado en cuanto a oferta y demanda, en los alejados de centros comerciales puede aceptarse que cobren lo que impongan, ya que en resumidas cuentas para eso está el negocio. Sin embargo, en los centros comerciales deberían ser parte del servicio para la clientela, obviamente, siempre y cuando esta consuma.
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Desafortunadamente, como en materia de mercado hay abusos, en algunos centros comerciales se les va la mano, incluso «irrespetan» la segmentación social que diseña el mismo mercado. En ese marco, aunque su público es «C» le cobran como si fuera «A». Vale señalar que estas plazas continuamente se han venido moviendo de «parqueo gratis» a «parqueo con cobro», salto que, por supuesto, engorda las finanzas del receptor; ganancias puras y duras.
También es importante resaltar que en algunos puntos el centro comercial colinda con un arriate o sendero, en el que lo apropiado sería que hubiera una pequeña pasarela para peatones, pero carros y motos circulan o ingresan en el estacionamiento, las veloces camionetas vuelan y la gente debe esperar la bondad de pilotos que cedan el paso, o correr con temeridad para superar los diez metros.
La situación se completa con lo que se registra en la vía pública. En lugares como Antigua, primero aparece el agente municipal y después el cuidador callejero; ni uno ni otro garantizan seguridad, solo brindan la oportunidad de ocupar un espacio. En la capital son escasos los parquímetros, pero abundantes los tramos bloqueados con cajas, llantas o cubetas en donde el piloto debe negociar una tarifa o dar lo que sea su voluntad para poder estacionarse.
En conclusión, manejar un vehículo tiene ventajas y motiva preocupaciones o frustraciones. El mercado ofrece la opción de más taxis y similares, pues hay menos transporte público; es de escoger qué es peor, si la enfermedad o el remedio.
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