Acabo de enterarme de que hace diez mil años se extinguió una especie de lobo llamada lobo terrible. Acabo de enterarme también de que algo en nosotros —en nuestra ciencia, en nuestra nostalgia, en nuestro ego— decidió que eso no debía ser así. Y entonces, en 2024, nacieron tres cachorros de lobo terrible, científicamente diseñados en un laboratorio. Y aquí están: cachorros del pasado. Del error. De la belleza. De la amenaza. Pequeños, peludos, perfectos y terribles. O eso es lo que dicen.
Me pasa algo con ese nombre. Lobo terrible. Tal vez porque así se llaman también algunas cosas que intento enterrar todo el tiempo: recuerdos, viejas versiones de mí misma, incluso miedos. Amores que no lo fueron. Inviernos que duraron años. Momentos que deberían haberse disuelto con el paso del tiempo, pero no lo hicieron. Y no solo vuelven: se acomodan. No me atacan. No me destrozan. Se sientan a mi lado con una familiaridad insoportable, como si hubieran estado esperándome.
Y, honestamente, no sé qué es peor. Porque si al menos me atacaran, si me hirieran, yo podría quedarme tendida en el piso, moribunda. Tendría una excusa legítima para no hacer lo que tengo que hacer: «he sufrido un ataque que no me permite cumplir con mis responsabilidades». Pero no. Lo terrible tiene modales. Me acompaña. Me observa. A veces, incluso, me consuela. Y eso lo vuelve todavía más peligroso.
O quizá lo que me pasa con ese nombre es lo que nos pasa a todos. Nos atraen los nombres hermosos para las cosas que deberían asustarnos. Nos seduce lo que puede destruirnos. Y ahí empieza el problema. Porque lo terrible no siempre tiene colmillos. A veces tiene voz dulce, playlists compartidas, y una promesa de estabilidad emocional. A veces huele como alguien que ya no está, y por eso queremos que vuelva.
Quiero creer que el «ya superamos eso» puede ser real y no solo un espejismo que aparece cuando he dormido bien y no me ha dado ansiedad por cinco minutos seguidos. Pero cuesta creerlo. Porque muchas veces pensamos que ciertas cosas ya estaban en el basurero de la historia, pero en realidad solo estaban hibernando.
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Como cuando creemos que el machismo ya fue porque ahora hay tipos que se dicen «deconstruido» mientras te interrumpen para explicarte tu propio punto. O que el racismo ya no era un problema porque una marca sacó una base de maquillaje con 40 tonos. O que la homofobia había muerto porque ahora los bancos sacan anuncios con parejas del mismo sexo, justo antes de negarte un crédito. O cuando ves una historia de Instagram y, sin querer, se te activa todo el sistema nervioso central. El lobo terrible no murió. Solo estaba esperando el algoritmo adecuado para volver. Pensamos que lo terrible estaba enterrado, pero solo estaba en pausa.
Y sí, aunque la siento —más a menudo de lo que quisiera— no termino de entender esta fascinación colectiva con revivir lo antiguo como un fetiche. Va desde la moda vintage hasta la gente que extraña las dictaduras «porque al menos funcionaba el transporte público». Nos encanta lo que ya dolió, pero ahora con filtros. Lobo terrible suena a algo que uno quiere besar y huir al mismo tiempo. Es, en esencia, la estética de lo trágico.
Porque el pasado no se entierra. Se cultiva sin querer. En nuestros hábitos. En las políticas públicas. En las dinámicas familiares que replicamos como si fueran rituales genéticos. Todo eso es el compost donde crecen nuevas criaturas listas para devorarnos. Entonces, tal vez lo terrible no es el lobo. Tal vez lo terrible es lo que el lobo nos revela: que nunca quisimos soltar del todo. Que una parte de nosotros quiere ver arder todo, incluso a sí misma. Porque al menos así hay calor.
A veces me descubro buscando lo que ya dolió. Releo mensajes viejos, visito lugares donde fui infeliz con la esperanza absurda de que esta vez se sienta distinto. A veces lo logro. A veces me engaño. Porque el pasado tiene eso: una estética que el presente no puede replicar. Se nos olvida lo que costó, pero no lo que brilló. Y en esa trampa entramos con gusto.
¿No es eso lo que hacemos siempre? Revivir lo que nos hiere, solo porque es hermoso.
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