Con el paso del tiempo uno se va dando cuenta de que la vida es sencillamente corta, una constante de adioses, de pérdidas y vacíos que se llevan a todos lados. Todo aquello que alguna vez fue, ya no será. A pesar de eso continuamos, nos hacemos viejos, la gente que amamos va creciendo y algún día ya no estará, esa es la única certeza, el amor es, quizá, entender ese irremediable destino.
El 21 de diciembre ocurre el solsticio de invierno, en el que se inaugura la temporada de frío y también anuncia el comienzo de días más cortos y noches más largas. En un sentido simbólico se despide al viejo sol para esperar la llegada de uno nuevo que vencerá la noche.
Un nuevo año siempre trae esperanza de empezar otra vez, nuestra forma de vida moldeada por el consumo y la producción excesiva no dan tregua, apenas pasa el uno de enero y la celebración se ve interrumpida por la llegada abrupta de la cotidianidad y todo vuelve a ser lo de siempre, en palabras de Byung-Chul Han: una forma peculiar de repetición. Reconocer no es volver a ver una cosa. Una serie de encuentros no son un reconocimiento, reconocer significa reconocer algo como lo que ya se conoce.
Y ya conocemos que así es este ciclo constante, este pasar de un año a otro, de número en número, en cien años nadie de los que ahora compartimos este momento estaremos con vida, no imagino cómo será el futuro ni cómo la humanidad le dará sentido a su existencia. El tiempo que nos tocó vivir presenta un panorama no muy alentador, al contrario, vienen épocas complicadas que nos obligan a asumirlas intentando ver con otros ojos esta realidad, tratando de ver la luz que brota en medio de la oscuridad, creyendo irrenunciablemente en la esperanza.
El primer día del nuevo año recorre por las calles de Xelajú la procesión del Niño del Santísimo, en su recorrido se le queman juegos pirotécnicos y un buen número de danzantes vestidos de venados, jaguares y monos van abriendo el paso a las andas que se mecen al ritmo de sones tradicionales, un espectáculo místico que abre las puertas de una nueva vuelta al sol. El niño es la representación de la vida, todo aquello que nace nuevamente, el pueblo k´iche´ de Xelajú celebra de forma colectiva el ritual del tiempo, a pesar de todo, se insiste en la alegría y en la fiesta. ¿Qué más nos queda? Feliz nuevo sol.
Más de este autor