Pero ¿por qué? ¿Por qué hemos de vernos de cierta manera? Más allá de que esa sea la norma o porque «así es», ¿qué motivo o razón existe detrás de que un simple corte de pelo se vea como una amenaza? ¿Por qué todo lo que desafía el orden es una amenaza? ¿Para quién?
Si el día de mañana comenzaras a vestirte «sin orden», con lo que «no es» el trato que las personas te darían sería radicalmente distinto, porque dios nos ampare si te ocurre ir al trabajo sin planchar tu camisa o con un color que no pertenece a la oficina. Nos obsesionan estas reglas, estos códigos disfrazados de sentido y de preservación del «orden», estamos profundamente inmersas en normas que al mínimo de cuestionarlas salen a la luz lo absurdas que son.
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Vivimos en un condicionamiento terrorífico y tan poco flexible sobre lo que es el «orden», lo que es «limpio», lo que debe de estar en su lugar. Bajo esta misma argumentación es que se crea el sentimiento de odio y rechazo contra el migrante, contra la grafitera, el punk, tu familiar gay, porque dios guarde si a alguien se le ocurre transgredir esta norma de lo limpio. Bajo la búsqueda obsesiva de este orden y sanidad se justifica violentar personas, sus cuerpos, de perseguirlas, insultarlas, expulsarlas, acosarlas. ¿Cómo te beneficia a ti el que las cosas estén en «su lugar»? ¿Por qué le temes a los colores, a la mancha en una pared, a que una persona sea rara?
La fantasía del orden beneficia solo a aquellos que viven de la violencia, de destruir el cuerpo físico y emocional de las personas, de quienes ostentan la batuta que te mantiene en el tráfico por cuatro horas al día, en hospitales sin medicinas y en carreteras que se han convertido en trincheras. El tráfico, la deforestación, la contaminación de ríos o la destrucción de montañas es todo menos ordenado o limpio, ¿Por qué no nos indigna más eso? Tenemos las contradicciones aquí, de frente, y sin embargo, no nos espabila, ¿acaso somos tan hipócritas?
Deberíamos de ser más como los grafitis, sucios, astringentes, que toman espacios y lugares que «no son», deberíamos darnos permiso de ser feos, no estéticos, de reconocer los límites de este orden impuesto y ensuciarlo. La vida y su experimentación es a menudo incómoda y nos hemos pasado el último siglo tratando de olvidar ese hecho. Píntate el pelo de azul, di malas palabras, maquíllate más o no te maquilles en absoluto, utiliza esa camisa que nunca has usado por pena, que la vergüenza y la pena son solo otras cadenas más que nos mantienen distraídas sin poder accionar. Piensa y medita, ¿por qué quieren el control sobre nuestros cuerpos?
La vida no es limpia, nuestros cuerpos no son limpios, son pegajosos, constantemente sudamos y emitimos olores, secretamos saliva de nuestra boca, nuestro cabello se desordena, el labial se queda en los tazas, crecemos vello, eructamos, tus manos se sienten grasosas por los aceites que produce tu piel. Todo esto y una lista enorme más de fenómenos vienen con el hecho de tener un cuerpo, ¿por qué luchamos tanto por reprimirlo? La vida misma no es ordenada, al menos no en el orden que nos han querido vender y prometer, la existencia es mucho más flexible, variable, diversa, toma muchas formas. La pena y la vergüenza, entonces, resultan siendo paralizantes porque se nos enseña que si no pertenecemos a este orden, si no luchamos por tratar de mantenerlo merecemos sentirnos con una pena paralizante, con vergüenza de tener un cuerpo, una boca e ideas.
Por eso, habla raro, párate de forma atípica, que te guste lo inusual. Al final nuestro cuerpo y existencia colectiva es como la foto de la pared de San Juan La Laguna que acompaña este texto. Tiene múltiples diseños, mensajes, con una muestra profunda de creatividad y cariño. El dolor que sentimos colectivamente está diseñado, tiene una voluntad detrás, y para funcionar, exige la confianza de que te dedicarás a darle paletazos a quien se le ocurra salirse de su lugar, del orden, de la limpieza. Eres sucio, desordenado, impuro, raro, y eso está bien. Si puedes, si quieres, sé aún más así; decórate con astringencia, con rebeldía.
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