Este año la Feria Internacional del Libro de Guatemala FILGUA llegó de pronto, como si no hubiera pasado un año entero para quienes estamos inmersos en proyectos editoriales y de gestión cultural. El tiempo se consume demasiado rápido y sin sentirlo, de nuevo estamos —porque mientras escribo estas líneas aún faltan algunos días de feria— en este intenso espacio de intercambio, fomento y convivencia entre libros.
Regreso unos días antes: todo se convierte en una especie de carrera por tener todo listo. Libros impresos e inventariados, detalles para decorar el espacio, contratiempos finales y una larga lista de tareas hacen de estos días —como también lo son para mí los días previos al Festival Internacional de Poesía de Quetzaltenango-— un proceso de aprendizaje para la vida en su amplio sentido y dimensión; uno aprende y vaya si no, en este ejercicio de hacer y vender libros, estrés al tope, en fin.
Tengo desde hace varios años un carro pequeño que me ha servido para llevar a mi hijo al colegio diariamente y trasladar a grandes personajes del arte y la cultura latinoamericana por los caminos más sinuosos de esta Guatemala tan sufrida. También ha sido una suerte de vehículo de carga en el que, durante los últimos años, hemos transportado el 80% de los objetos que colocamos en el estand de Metáfora Editores en FILGUA. Y ahí vamos de nuevo, al mejor estilo de jugadores de tetris, logramos que todo encaje dentro del auto: una suerte de caos ordenado, colocando esto sobre aquello, una caja sobre otra, una librera al lado de la otra. Así toca para una editorial que está asentada a 189 kilómetros de distancia del recinto ferial.
[frasepzp1]
Salimos de Xelajú con muchos sueños. Este año nos tocó ver el amanecer en la carretera interamericana y no hay nada más hermoso que ser testigos de cómo el sol va dibujando o escribiendo la luz en medio de las sombras. Nada más conmovedor que ver la claridad descansando sobre las montañas. Y ya para ese entonces, con Samuel, sabíamos que estábamos en el camino correcto: apostarle a lo que nos apasiona es la mejor de las revoluciones.
En un país roto, atravesado por la belleza y el horror, promover la lectura y libros de poesía es todo un gesto ritual que decidí por voluntad propia hacer durante más de la mitad de mi vida. Probablemente terminaré mis días haciendo esto, cada vez que veo nacer un libro nuevo siento que nace un nuevo camino, siempre me gusta imaginar lo que pasa después de que alguien compra un libro ¿cuál será su destino?, ¿en qué momento será leído?, ¿le cambiará la vida? Estas preguntas siguen siendo —ahora lo sé— la base de esto en lo que insisto.
Reconozco y agradezco el trabajo de la gente que sostiene valientemente FILGUA, así como quienes están detrás de proyectos en otros territorios como la Feria del libro de Xela, la Feria del Libro de Mazatenango, por citar algunos, esto demuestra que aún hay esperanza, también reconozco en estas líneas el trabajo de editores, editoras y toda la gente aporta a este sector tan importante, la lectura y el fomento del libro es nada más y nada menos que una apuesta al conocimiento y a la preservación de la memoria individual y colectiva.
En una de estas noches, mientras nos dirigíamos al lugar que rentamos para descansar con Samuel —artista del café, hermano y con quien comparto desde hace dos años el proyecto del stand en FILGUA— hablábamos de lo extraña que es Ciudad de Guatemala y lo difícil y caro que resulta la vida por acá, pero también de lo gratificante que es saludar y estrechar la mano de muchas amigas, amigos y gente desconocida que conocemos mientras les recomendamos un libro y un café, Samuel dice categóricamente: hay que seguir haciendo esto sin alardear nada ¿sabes por qué? Porque somos el silencio que hace ruido. Y yo le creo.
Más de este autor