Se trata de 100 caballerías, nos dice Oswaldo Hernández, en torno a pequeñas comunidades Sotzil, Sah Silvan, Ilom o Jua. La finca tiene una historia de práctica de los modelos cafetalero y cardamomero, ambos con formas productivas similares.
Las preguntas y las respuestas eran pertinentes a un tema que provocó mucha discusión en aquellos años: el juicio por genocidio y delitos contra los deberes de humanidad imputados a José Efraín Ríos Montt y Mauricio Rodriguez Sánchez, ambos ya fallecidos al día de hoy.
La propia Comisión de Esclarecimiento Histórico CEH bien relata las atrocidades perpetradas por el destacamento militar aposentado en La Perla, principalmente, las masacres de la comunidad El Chel y de la aldea Ilom, ambas en Chajul.
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Con respecto a la comunidad El Chel, la CEH señala que, antes del conflicto armado, estaba habitada por unas 500 familias. Ya en 1977 se hablaba de incursiones del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP). En 1979, el Ejército Nacional reforzó su destacamento en La Perla y comenzó a operar con mayor control en la zona. A partir de 1981, el despliegue de fuerza y violencia fue inaudito.
En febrero de 1982, el EGP intentó secuestrar a un habitante de la aldea El Chel acusado de abuso de niñas. Sin embargo, este huyó y se presentó en el destacamento militar en La Perla, donde denunció y dio indicios sobre la supuesta estructura de la insurgencia. A raíz de ello, el ejército atacó, detuvo a varios señalados como colaboradores y provocó el desarraigo de las familias.
La mentalidad de ese tiempo en el ejército se basaba en suponer que quienes huían eran culpables, y la solución era arrasar con las aldeas. Y es así como el 3 de abril se consumó la masacre. Días antes, el ejército también había ejecutado a 96 campesinos en la finca Estrella Polar. Y en abril del mismo año lo hizo con 36 campesinos en la Finca Covadonga. Vale aclarar que todas estas propiedades pertenecen a familias con diversos nexos entre sí, al estilo de las azucareras de la costa sur.
La CEH confirma que todas estas acciones fueron parte del Plan Victoria 82, que golpeó con especial fuerza a las comunidades del norte de Chajul. Asimismo, revela que el ejército conceptualizó al enemigo sin distinguir claramente que este fuera parte de una célula guerrillera y estuviera activo en diversos comités de la guerrilla.
Con estas masacres la CEH afirma que: «el alto mando del Ejército, por su parte, se sintió muy satisfecho con los resultados iniciales de la operación y se convenció de haber tenido éxito en la destrucción de la mayoría de base social del EGP, con lo que buscaba expulsar a éste (sic) del Triángulo Ixil».
Ese 3 de abril, al regresar algunos pobladores de El Chel, soldados provenientes del destacamento militar irrumpieron en la comunidad. Los habitantes, temerosos de huir debido a las sospechas del Ejército, estaban en sus casas, listos para las faenas agrícolas cuando se arrasó con la comunidad entera, incluso violando a las mujeres. Por tanto, la CEH afirma que en esa fecha efectivos del ejército ejecutaron arbitrariamente a más de 90 miembros indefensos de la comunidad El Chel, entre mujeres, ancianos, niños y niñas en violación de sus derechos humanos.
Así también, el 23 de marzo de 1982, unos 40 soldados, con el apoyo de 20 patrulleros civiles del mencionado destacamento militar, tomaron la aldea Ilom a las cuatro de la mañana, cercando a 2000 personas. Los concentraron en la plaza, al más puro estilo de las historias de los tiempos de la Alemania Nazi, ejecutando a 96 hombres de la comunidad.
La CEH afirmó: «se llega a la plena convicción de que el 23 de marzo de 1982, 96 hombres. Desarmados e indefensos de la comunidad de Ilom, fueron ejecutados por efectivos del Ejército, en violación de su derecho de vida (…)ello iliustra la aplicación de los planes Victoria 82 y Firmeza 83 en el área Ixil».
En definitiva, los horrores de la historia no solo deben ser recordados, sino que es imperativo que la sociedad actual se comprometa a confrontar y sanar las heridas del pasado. Las masacres aquí descritas son recordatorios dolorosos de la fragilidad de los derechos humanos en momentos de conflicto, y la verdad sobre estos hechos debe ser un faro para la justicia y la memoria colectiva. Solo así se podrá avanzar hacia un futuro en el que tales atrocidades no se repitan.
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