«La Huelga», como suele llamársele, constituyó en un tiempo muy –pero muy– pasado un factor de resistencia a las dictaduras que por décadas impusieron la bota militar en Guatemala. Figuras trascendentales del movimiento académico que sí se comprometía con la realidad social del país hicieron parte del movimiento huelguero. Desde un insigne abogado laboralista como Mario López Larrave, el economista Julio Alfonso Figueroa, los abogados Adolfo Mijangos, Hugo Rolando Melgar o los estudiantes Oliverio Castañea de León, Gilberto Escribá, Antonio Ciani García, entre miles, son una muestra de ello.
En las imágenes de los desfiles del Viernes de Dolores en momentos clave de la historia, pese a la aguda represión, la gente se ve volcada en masa para presenciarla. Salvo las procesiones, la Huelga constituía el único espectáculo gratuito y de calidad que representaba diversión, puesto que la sátira política dominaba el contenido. Dificilmente habría otra opción de denuncia pública de los factores de explotación, represión, segregación y exclusión que imperaban en Guatemala. La atracción entonces estaba en el hecho de saber o enterarse y, a la vez, divertirse.
Ingenio, agudeza política y calidad artística, eran condiciones indispensables para todas las actividades que se realizaban durante el proceso. Por supuesto, organizarla implicaba riesgos y persecución. En especial, el hacer que circulara el periódico de la huelga, el legendario No Nos Tientes, cuya edición siempre era perseguida por la policía judicial y después por el Ejército.
En la medida en que el proceso de cooptación de la institucionalidad democrática –desde la óptica contrainsurgente– arrancó, en esa medida también la Universidad de San Carlos (Usac) y su contexto fueron un botín apetecido. Las mafias que durante años intentaron socavar la huelga y que en los años 70 fueron derrotadas, encontraron retoños en las huestes del Arzuísmo que sostuvo a inicios del Siglo XXI a los grupos que asaltaron la organización estudiantil.
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Con prácticas de bandoleros se apoderaron de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU) y durante casi dos décadas labraron su destrucción desde dentro. Al mismo tiempo, la corrupción entacuchada desde la rectoría en autoridades como Alfonso Fuentes Soria y Jafeth Cabrera, sentaron las bases para la entronización del pacto de corruptos. El asalto a la rectoría a partir de un fraude que impuso al usurpador Walter Mazariegos, aliado de los golpistas del Ministerio Público (MP), ha sido la tapa al pomo en el proceso contrainsurgente de acabar con las glorias de la Usac, entre ellas la Huelga de Dolores.
Para que esta pueda retornar a ser un espacio de expresión estudiantil del sentir ciudadano, con ingenio y profundo contenido, hace falta mucho. Es menester, por ahora, recuperar la gestión de la USAC. Asegurar que el Consejo Superior Universitario (CSU) sea conducido por autoridades legítimas y no por más del 80 % de directivos de facto, quienes, al igual que Mazariegos, usurpan funciones. Es necesario generar condiciones de fortalecimiento del liderazgo estudiantil y devolver a la Usac su calidad académica, hoy por hoy adormecida y, como la Huelga de Dolores, en profundo estado de coma.
El pueblo de Guatemala merece una universidad estatal al servicio de la academia en función de las necesidades del desarrollo sostenible. Merece una institución cuyos dolores solo se expresen cada sexto Viernes de Cuaresma para denunciar las injusticias. Merece una universidad que haga realidad los principios de educación, investigación y servicio. Solo entonces podrá de nuevo la resiliente Chabela, volver a carcajearse con entusiasmo para gritar a viva voz: ¡Aquí está tu son, Chabela!
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