Ambos sucesos se dieron este mes de abril. El día 14, el derechista presidente argentino y su peculiar peinado viajaron a Miami, donde se dio el encuentro con el magnate tecnológico. Ambos expresaron su mutua admiración e hicieron múltiples promesas de buenos negocios. Algún impacto habrá producido Milei en Musk, que días después anunció el despido de miles de empleados de su compañía X, antes Twitter, en aparente homenaje a la implacable motosierra del mandatario argentino, que ha realizado brutales recortes en el sector público de su país.
Días antes del encuentro, el billonario de Texas se enzarzó en un acre intercambio de críticas con Alexandre de Moraes, magistrado de la Corte Suprema de Brasil, que había ordenado a la empresa sede de la red social la suspensión de cuentas que esparcían desinformación y atacaban al gobierno. La compañía accedió, pero la decisión fue revertida casi de inmediato por su propietario, que procedió a acusar al magistrado de ser un dictador y un enemigo de la libertad de expresión en el mundo.
El presidente brasileño no se involucró directamente en el intercambio de acusaciones, pero hizo una velada alusión a «los millonarios que construyen cohetes, pero contribuyen a la degradación del medio ambiente». La situación sigue sin resolverse hasta este momento, y la tensión entre el magnate y los órganos de justicia brasileños se mantiene.
De esta manera, y en ambas ocasiones leal a sus tendencias empresariales de desregulación absoluta envuelta en banderas de libertad, Musk agita las aguas de la geopolítica internacional en dos naciones sudamericanas el mismo mes, dando un espaldarazo a un presidente mientras confronta al otro.
No es la primera vez que las megaempresas tecnológicas surgidas en los albores del siglo veinte ocupan titulares que las vinculan a gobiernos de Latinoamérica y otros lugares del mundo. Ya el presidente Nayib Bukele pretendió fortalecer su gobierno mediante una publicitada alianza con el gigante Google, que aparentemente estaría interesado en instalar algún centro de producción en El Salvador, con la consiguiente creación de empleos, y el mediático mandatario centroamericano impulsa la moneda electrónica más popular, el bitcoin, como potencial panacea a los problemas económicos de su país. Hay numerosas acusaciones sobre la utilización del algoritmo de Facebook para influir en los votantes de procesos electorales, incluyendo el que le dio el triunfo en Estados Unidos al empresario devenido en político Donald Trump, que de nuevo se prepara para disputar la primera magistratura de la potencia del norte.
Sin embargo, es la primera vez que uno de estos novísimos magnates tecnológicos se involucra abiertamente en relaciones, amistosas o confrontativas, con mandatarios o altos funcionarios de naciones extranjeras, lo cual es un indicador de las dimensiones que está alcanzando el papel que sus empresas juegan en el mundo en que vivimos.
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En su más reciente libro, Tecnofeudalismo (Deusto, 2024), el economista griego Yanis Varoufakis postula que las megaempresas tecnológicas están matando el capitalismo tradicional como lo conocíamos, dando lugar a un nuevo e inquietante sistema donde todas nuestras decisiones de compra, consumo y hasta de comportamiento son dictadas por el algoritmo que gobierna los artilugios electrónicos que utilizamos y a la larga, nuestra vida misma. En ese contexto, dichas compañías se convierten en una vasta red que empieza a suplantar silenciosamente el sistema de naciones donde se desarrolla nuestra actividad política, económica y cívica, y a convertirse en el nuevo entramado donde se desenvuelve nuestra existencia, donde sus propietarios se erigen en nuevos señores de horca y cuchillo, que en vez de habitar castillos y fortalezas viven aún más inalcanzablemente, en la nube.
Las olas levantadas sin pudor por Elon Musk en el panorama político de Sudamérica, representada en sus dos naciones más grandes y pujantes, podría ser un indicio de que Varoufiakis está en lo cierto en su análisis, y los tecnomagnates mueven ahora piezas en el tablero abiertamente para alterar los movimientos de la geopolítica global. Y aunque en Guatemala no hemos tenido ninguna situación de este tipo, sí hemos padecido el azote de los netcenters que divulgan noticias falsas y buscan alterar resultados electorales, fenómeno que se reflejó en una investigación de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG)[1] En todo caso, nuestra vulnerabilidad ante cualquier evento de política exterior nos obliga a poner nuestras barbas en remojo y a estar atentos al desarrollo de estos acontecimientos, a sus posibles resultados y repercusiones. Como apuntan las conclusiones de Varoufakis, el internet es una herramienta que debe servir para universalizar y liberar los conocimientos, no para esclavizar a sus usuarios.
[1] https://www.cicig.org/wp-content/uploads/2018/05/Informe_bots_y_netcenters_2019.pdf
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