Revuelo mundial causó una escena en particular, orquestada en uno de dichos puentes, donde se montó una pasarela permanente de modas, donde todos los participantes eran modelos y espectadores a la vez. En algún momento, los hombres y mujeres que se encontraban en el puente rodearon a una mujer de talla grande, coronada con un disco plateado del que salían rayos, en una puesta en escena que recordaba la disposición de las figuras de la Última Cena de Leonardo da Vinci. En el momento cumbre del performance apareció un enorme platón de banquetes, que fue destapado para mostrar a un hombre totalmente pintado de azul y con hojas de parra en el pelo, en obvia alegoría al dios del vino y la parranda, Baco/Dionisio, lo que convertía la conspicua cena en un banquete mucho más carnal que divino. Y ardió Troya.
Las redes sociales se incendiaron clamando censura y castigo para los que se atrevieron a montar esta escena blasfema. Se organizaron campañas con hashtags condenando lo sucedido. Se exigió rendición de cuentas. El hecho de que hubiera hombres con vestido y evidente presencia de miembros del colectivo LGTBQ+ no ayudó. Rápidamente aparecieron explicaciones alternativas diciendo que el montaje era en realidad una representación de «El Festín de los Dioses», del pintor neerlandés Jan van Bijlert, y no de la famosa obra maestra de Da Vinci que se puede apreciar hoy en día en Milán. Yo veo una y otra vez la representación de los juegos olímpicos, y me parece indudable la similitud con la obra de Da Vinci, y más bien sospecho que sacaron a bailar a van Bijlert para apaciguar los ánimos exaltados y bajar el tono del escándalo, que a mi parecer es totalmente injustificado. Veamos.
Hay que empezar considerando que la cultura francesa es desenfadada y enemiga de los convencionalismos. Están acostumbrados a no dejar ningún santo parado ni títere con cabeza. De hecho, durante la Revolución Francesa quedó muy poca gente de las élites con cabeza, y otro celebrado momento de la inauguración de los juegos fue precisamente la impactante representación de una decapitada reina: María Antonieta, quien sostenía entre las manos su cabeza, que hablaba para dar paso a la presentación de la banda de heavy metal Gojira. Seguramente no hubo bandas de heavy metal cuando María Antonieta y su esposo, Luis XVI, fueron ejecutados, con algún tiempo de diferencia, pero el episodio muestra el profundo espíritu contestatario y el poco apego a las instituciones que desde siempre han mostrado los franceses. De hecho, cada vez que el gobierno galo tiene la mala idea de poner en peligro alguna conquista o beneficio social, puede darse por descontado que las calles de país arderán debido a las protestas, tal y como ardió la prisión de la Bastilla durante la mencionada revolución, o como pretendió arder con llamas de utilería el hermoso edificio de la Conciergerie, donde hizo su espectral aparición la decapitada reina parlante y donde tocaron los músicos de rock.
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El punto es que la irreverencia y el poco apego a los símbolos institucionales es algo tan francés como comer crepes y derrumbar monarquías. De ahí que no debería escandalizar ni indignar que en medio de un monumental tapiz viviente de todo lo francés, hayan escenificado su propia última cena. Algo que por lo demás no son los primeros en hacer. En mi vida he visto cualquier cantidad de versiones laicas de la famosa escena davinciana. En el mítico bar El Olvido (que ya he mencionado en alguna columna anterior) hay una versión con las estrellas del Hollywood de los años cincuenta, como Marilyn Monroe y Marlon Brando. En una taquería de Madrid hay una versión con los personajes de Chespirito, el Santo, los cineastas González Iñárritu, Del Toro y Cuarón y otros personajes de la cultura popular mexicana. Incluso unos amigos míos orquestaron su propia versión una noche de juerga en el bar Mi Verapaz, con un resultado espectacular que anda dando vueltas en algún lugar recóndito del ciberespacio. También hay versiones de series estadounidenses como los Simpson y los Sopranos, por mencionar solo algunas. Y no recuerdo nunca ningún escándalo al respecto, será porque no había hombres con vestido, ni personas diversas en el combo. Lo que nos lleva a cuestionarnos qué tanto hay de auténtico celo religioso y qué tanto hay de viejas mentalidades intolerantes y estrechas en todo el escándalo.
Y no es que los franceses se ensañen exclusivamente con el catolicismo. La mentalidad contracultural francesa arrasa con todo, y han tenido que pagar altos precios por ello. La legendaria revista satírica Charlie Hebdo tenía por costumbre mostrar en sus páginas figuras religiosas que iban desde Mahoma hasta el mismísimo Dios Padre, en situaciones desfachatadas, hilarantes y bastante irrespetuosas. Como resultado, el siete de enero del año 2015 dos hombres armados irrumpieron en las instalaciones del semanario y mataron a tiros a 12 personas. Lo cual no detuvo el espíritu burlón y contestatario de la publicación, aunque lamentablemente se operó un cierto espíritu de autocensura después del atroz ataque.
Es, por todo este historial de defensa a ultranza de la libertad de expresión que siempre han esgrimido los franceses, que me parece triste y hasta absurdo montar un juicio inquisidor alrededor de una escena que no tendría que haber levantado todo este escándalo. El país cuna de las libertades de occidente no puede ser atacado precisamente por defender con celo esas mismas libertades, incluida por supuesto la de expresión, y es evidente que recrear un cuadro célebre no limita de ninguna manera la práctica de ninguna creencia ni constituye un ataque de ninguna manera.
El humor, por ácido que sea, no puede ser exiliado del espacio público, y prohibir la parodia de un cuadro es el primer paso para instalar un totalitarismo mental que al mundo no le hace nada bien. Lamentablemente, el jaleo provocado por la escena ya ha producido disculpas por parte de los organizadores, a mi parecer, totalmente innecesarias, y la eliminación temporal del video de la inauguración de la página oficial de las olimpiadas. Creo que deberíamos aprender más a ensanchar nuestros horizontes mentales, a ofendernos menos por cosas que no revisten importancia y a apreciar expresiones artísticas en su justa medida y valor si realmente queremos construir un mundo más rico y diverso.
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