Todos los ojos se fijarán con detenimiento no solo en la capacidad cognitiva y motriz de Biden quien después de las elecciones arribará a sus 82 años, pero también en la coherencia intelectual de Trump quien, aunque tres años menor y físicamente más dinámico que su adversario demócrata, ha mostrado serias incongruencias en sus alocuciones durante estos meses de campaña electoral. Su propensión a irse por la tangente se ha vuelto rutina: sin ton ni son, un día habla de baterías, tiburones y electrocución, otro día habla de exceso de agua y lavadoras, y otro día no sabe cómo pronunciar refutar refiriéndose a un debate.
Estados Unidos está desfasado: para un país que es prácticamente multicultural y multirracial, donde el papel de las mujeres es preponderante, y la edad promedio es de 39 años, ver a estos dos ancianos blancos como el único liderazgo posible en los principales partidos políticos es preocupante. Y no es que tenga algún sesgo contra las personas de la tercera edad (yo ya voy llegando a ese período de mi vida) pero la gerontocracia estadounidense (véase por ejemplo la composición del actual Congreso con 45 % de los miembros de la Cámara de Representantes y 66 % de miembros del Senado entre las edades de 59 y 77 años) es una piedra en el zapato para renovar los principios democráticos y entusiasmar la participación del electorado joven y de color que va en auge.
A estas alturas, no está la virgen para tafetanes, pero esperemos que los electores, sobre todo los indecisos, los jóvenes y aquellos de color, sepan discernir entre las opciones. Trump 2.0, hoy un criminal convicto con otros juicios pendientes, sería no solo el gobernante errático, vengativo, caprichoso y antinmigrante que se impuso en el cuatrienio pasado, sino además un dictador decidido. Y qué decir de su propuesta sobre que los inmigrantes deberían tener su propia liga de lucha libre, anotando que son «malos y duros». Por otro lado, según analistas financieros, su idea de deportar a los indocumentados afectaría la fuerza laboral con menos trabajadores, lo que podría incrementar el precio de los bienes y servicios, lo que aumentaría la inflación y la tasa de desempleo.
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Biden 2.0 —con todo y lo que se le puede reprochar a su administración en el manejo de la política criminal de Israel en Gaza, y con justa razón— representaría el camino democrático imperfecto con un líder también imperfecto, pero con un récord a nivel doméstico que mal que bien ha delineado un proyecto a largo plazo para rehabilitar al país luego de la pandemia. El legado de Biden durante estos últimos tres años es exitoso cuando se toman en consideración indicadores macroeconómicos positivos y políticas de inversión social y generación de empleos masivos, si bien la inflación es un factor que le perjudica pero que su contrincante no necesariamente controlaría en el corto plazo. Su última orden ejecutiva que busca proteger a 500,000 personas indocumentadas para que permanezcan con sus parejas y familias ha tenido un alto nivel de apoyo en la comunidad latina y de inmigrantes.
Es insólito llegar a este punto de juicio en la primera potencia mundial, pero este jueves habremos de ver quién de los dos veteranos presidentes puede mantener el hilo de las ideas, con fundamentos sólidos sobre su visión del país y de la democracia y sobre sus planes a futuro, a saber: cómo enfrentar el encarecimiento de los precios de la canasta básica; cómo crear riqueza intergeneracional y mayor acceso a la vivienda; cómo atajar el alto costo de la educación superior, o proteger la salud reproductiva, para citar algunos. Y, obviamente, cómo crear una política migratoria que beneficie a los millones que carecen de estatuto migratorio y repare un sistema fallido que, hasta ahora, solo incentiva la inmigración irregular, lo que crea crisis humanitarias en la frontera, cuando el país necesita urgentemente de mano de obra que solo va a ser posible por medio de políticas migratorias coordinadas.
¿Quién se impondrá coherentemente? ¡Hagan sus apuestas!
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